martes, 24 de septiembre de 2019

CREO EN DIOS OMNIPOTENTE. Homilía


XV domingo después de Pentecostés 2019

«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Es la exclamación de la gente ante el gran prodigio que Nuestro Señor Jesucristo realiza resucitado al hijo de la viuda de Naim.
Nada se opone ante su omnipotencia de aquel que es el Hijo de Dios hecho hombre: manda a las tempestades y se calman, ordena a los demonios y le obedecen, con su voluntad sana la enfermedad y hace andar a los cojos, ver a los ciegos, hablar a los mudos, oír a los sordos. Los mismos muertos a su voz, vuelven a la vida.
El Evangelio nos ha dejado tres milagros de resurrección o revivificación obrados por Jesús: la hija del jefe de la Sinagoga, el joven hijo de la viuda de Naim y Lázaro.
Dios es omnipotente y nada su opone a su voluntad. La omnipotencia es un atributo que pertenece solo a Dios y forma parte de su esencia. Dios tiene que ser omnipotente por la misma definición de su divinidad. Si Dios no fuese omnipotente, no sería Dios.
Este atributo divino junto con su existencia, podemos llegar a él a través de nuestro raciocinio como definió el Concilio Vaticano I. Atributo del que la misma historia de la salvación da testimonio. Tantas veces en la Sagrada Escritura Dios es llamado el fuerte de Jacob, el Señor de los ejércitos, el Fuerte, el Valeroso.
Dios es el Omnipotente con el solo poder de su Palabra crea todo cuanto existe poniendo en orden el cosmos y siendo dueño y Señor de todo el Universo. Dios que da inicio al universo y es Señor de la historia pues gobierna los corazones y los acontecimientos según su voluntad.
Las mitologías antiguas de las religiones otorgaban también a los dioses la omnipotencia. Pero estas divinidades muchas veces eran gobernados por sus pasiones y su voluntad por tanto caprichosa. Utilizaba su poder a capricho de sus pasiones. No vale la pena considerar mucho más esto, pero pensemos simplemente en los dioses griegos y romanos: eran tan pasionales como los hombres, pero con rango de Dios.
¡Cuántas veces vemos también nosotros en nuestro mundo como obran y utilizan su potestad los poderosos! ¡Guiados caprichosamente por sus intereses!
Pero, ¿es así el poder de nuestro Dios? ¿Actúa nuestro Señor Jesucristo a capricho?
El poder de Dios es universal, pues lo abarca todo, lo rige todo, lo puede todo. Es un poder omnipotente que se rige por el amor, porque el que nos ha creado es nuestro Padre amoroso que nos cuida y quiere nuestro bien. El poder de Dios, su omnipotencia, forma parte también del misterio de su divinidad, por sólo en el camino de la fe y acercamiento a él podemos conocer a este Dios que se manifiesta en la debilidad.
No pensemos que la Omnipotencia Divina es un concepto lejano o poco importante para nuestra vida cristiana. ¡Fijaos que importancia tiene que es el único atributo divino que se menciona en el Credo: Credo in unum Deum Patre omnipotentem!

Dios es Padre y es omnipotente. Su paternidad y su poder van unidos en su ser poniéndose de manifiesta en su providencia al cuidar de nuestras necesidades  -más que los lirios del campo y las aves del cielo-. Poder de Dios manifestado en hacernos hijos suyos por adopción y por tantos participantes de su misma vida. El poder de Dios se muestra hacia nosotros en su misericordia y en perdón de los pecados. Al perdonarnos, parece como si Dios mismo se negara a sí mismo, devolviéndonos la gracia y la amistad que por el mal uso de nuestra libertad habíamos perdido.
¡Cada vez que recibimos la absolución del sacerdote se renueva este milagro del hijo de la vida! Ese joven muerto destinado al sepulcro somos cada uno de nosotros cuando cometemos o vivimos en pecado mortal.
Seguramente lo hemos oído o a nosotros mismos nos ha pasado: Si Dios es omnipotente, porque no me escucha cuando le rezo, o porque no obra el milagro que le pido, o porque…
¿Cómo va a ser Dios omnipotente si ante la injusticia o el dolor nos aparece como lejano y ausente? Dios parece más bien todo lo contrario: indiferente ante nuestros problemas, distante ante nuestra historia, impotente ante nuestras dificultades, débil para ayudarnos.
Muchas personas dejan de creer en Dios o dudan verdaderamente de su poder ante las experiencias del mal y del sufrimiento. Muchos dejan de confiar en el poder de la oración. Incluso católicos practicantes, no rezan, porque se han convencido de que Dios no actúa.
La omnipotencia de Dios y su aparente silencio o debilidad hemos de comprenderlo dentro del misterio de su ser, que nos supera sobremanera, pero que hemos de intentar vislumbrar dentro de la revelación que él ha hecho de sí mismo.
¿Qué podemos decir?
Pues que Dios mismo manifestó su poder en la suma debilidad: la muerte de su Hijo Único. Siendo Dios se hizo el más débil y indefenso: un bebe en el portal de Belén y crucificado en la cruz. Aparentemente él dejó vencer por la muerte; pero suya es la victoria: a los tres días resucitó. Y en su resurrección quedo manifiesto su omnipotencia y su victoria sobre los peores enemigos del hombre: el pecado y la muerte.
Cuando llegan las experiencias de dolor y sufrimiento, solo podemos acudir a la fe. Solo desde la intimidad de la oración podemos adherirnos y comprender los caminos misteriosos del poder de Dios; y así –como el apóstol san Pablo- poder gloriarnos en nuestras debilidades, para que quede de manifiesto la fuerza y el poder de Jesucristo.
Queridos hermanos: hemos de renovar nuestra fe y afianzar nuestra esperanza en la omnipotencia de Dios. Hemos de creer contra toda esperanza. Hemos de saber que “Nada es imposible para Dios.”
Y hagamos una aplicación muy concreta: el joven muerto de Naim nos recuerda tantas personas que conocemos, incluso de nuestras propias familias, que viven, pero son muertos: muertos a la vida de la gracia, muertos al bien, muertos a la verdad… No hemos desesperar de su conversión ni de su salvación, hemos de confiar en el poder de Dios que tiene poder para romper los corazones más endurecidos. Nuestra continua oración y mortificación por ellos, será la mayor obra de amor y manifestación de nuestra fe y confianza en el poder de Dios.