miércoles, 25 de septiembre de 2019

PADRE PÍO CELEBRABA LA MISA CON HUMILDAD. Homilía



PADRE PÍO CELEBRABA LA MISA CON HUMILDAD. Homilía
Fiesta del Padre Pío. Septiembre 2019
X aniversario de la celebración de la Iglesia del Salvador
para la celebración de la Forma Extraordinaria del Rito Romano

Nuestro Señor Jesucristo quiso inaugurar su vida pública ayunando y orando en el desierto durante cuarenta días y cuarenta noches.
Cumplido este tiempo, Satanás se le apareció para tentarle. Las 3 tentaciones que tuvo que sufrir el Señor son las mismas que acechan de continuo el corazón del hombre:
1.- Los bienes materiales, invitándole a convertir las piedras en pan.
2.- El poder ofreciéndoselo a cambio de adorarle,
3.- La gloria y la fama, haciendo un alarde de protagonismo al tirarse del pináculo del templo.
Nuestra sociedad vive dominada por estas tentaciones y tantas veces nosotros experimentamos sus embestidas.
Hoy más que nunca el hombre busca las riquezas pensando encontrar en ellas la felicidad que ansía su corazón. Y se olvida de que  la felicidad solo puede encontrarla en Dios que creo su corazón para llenarlo de él.
Hoy más que nunca el hombre busca y lucha por el poder, por ser más y estar por encima de los otros pensando que con ello alcanzará la libertad. Libertad que está en la verdad que es Dios y al no aceptarla termina esclavo de mil señores que lo oprimen con yugo cruel.
Hoy más que nunca el hombre quiere conseguir un palmo de gloria y de fama, de reconocimiento social.  El pensamiento de pasar por el mundo y por la historia sin dejar rastro de su existencia les aterroriza. El hombre de hoy ha vendido su intimidad en pos de una fama pasajera convirtiéndolos no en hombres que merezcan el elogio de la historia sino en títeres y marionetas de los grupos de poder y ingeniería social.
Los medios de comunicación actual, particularmente la televisión, pero también todo el mundo de las redes sociales, teniendo aspectos positivos, se han convertidos en trampolines y escenarios para que aquellos que viven hambrientos de fama, de aplauso, de gloria humana intenten a cualquier precio –incluso perdiendo su dignidad-, conseguir la fama.
Queridos hermanos:
Me preguntaréis a qué viene esta reflexión en este día en el que estamos celebrando a nuestro querido Padre Pío de Pietrelcina.
Pues, sencillamente, viene a que hemos de estar convencidos de que son los santos los grandes hombres de la historia. Son los santos los que verdaderamente han hecho historia, y que a pesar del paso del tiempo su recuerdo sigue presente, su vida nos provoca asombro y admiración y su ejemplo sigue moviendo nuestros corazones a imitarlos en nuestra pequeñez.
Se suele decir que hay santos que son más para admirar, que para imitar. Pero, sin duda alguna, las maravillas que Dios ha realizado en ellos también lo quiere realizar en nosotros. Todos nosotros en nuestras distintas vocaciones y estados de vida, con nuestras propias circunstancias y nuestras propia historia estamos llamados a ser santos. Es más tenemos que ser santos, como el Divino Maestro dijo a sus discípulos: “Sed perfectos, como vuestro padre celestial es perfecto.”
Tres años después de la muerte de Padre Pío, el Papa Pablo VI, dirigiéndose a los superiores de la Orden Capuchina, se preguntaba en público:  “¡Mirad qué fama ha tenido, qué clientela mundial ha reunido en torno a sí! Pero, ¿por qué? ¿Tal vez porque era un filósofo? ¿Por qué era un sabio? ¿Por qué tenía medios a su disposición?
Todos los aquí presentes bien sabemos por poco que conozcamos acerca de la vida del Padre Pío que él haya buscado la gloria y la fama. En ningún momento quiso tener adeptos a su persona, ni contaba con medios humanos de propaganda, ni era un hombre de una gran personalidad atractiva llena de dotes humanas para ser un líder ni una estrella, ni estaba en el lugar oportuno en el momento oportuno para saltar a la fama… Más bien todo lo contrario.
Entonces, volvamos a la pregunta del Papa. ¿Por qué padre Pío fue famoso mundialmente ya en vida y muchos más todavía tras su muerte?
Y el mismo Papa respondía, indicando a los mismos capuchinos y a nosotros, la raíz del éxito y popularidad de este pobre fraile.
Decía el Papa: “Porque celebraba la Misa con humildad, confesaba desde la mañana a la noche, y era, es difícil decirlo, un representante visible de las llagas de Nuestro Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento”.
¡Eureka! ¡Que sorprendente! ¡Qué fácil también para nosotros alcanzar el verdadero éxito de nuestras vidas!
Padre Pío alcanzo la fama –no la mundana, que pasa, como pasan las modas- sino la fama de una gran santidad porque celebraba la santa misa con humildad, haciendo de la misa el centro de su vida, viviendo aquello mismo que celebraba, alimentando su alma y su inteligencia de las riquezas insondables de la sagrada liturgia.
Permitidme aquí hacer un pequeño inciso. En este mes de septiembre se cumplen 10 años que se comenzó a celebrar la santa misa según la forma extraordinaria del Rito Romano, los mismos ritos que celebró Padre Pío hasta el día de su muerto, la misa de los santos. P. Carlos y servidor, queremos invitaros a dar gracias a Dios por este aniversario, por la gracia de tener en nuestra ciudad de Toledo esta riqueza –tristemente no siempre querida y valorada- pero como el mismo Papa Benedicto XVI afirmó: “Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande (…). Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el justo puesto.”
Quiero junto con este agradecimiento a Dios nuestro Señor, agradecer al Sr. Cardenal Cañizares y al entonces vicario general D. Juan Miguel Ferre, actual deán de nuestra catedral, el dar el apoyo a este deseo del papa Benedicto y de contar con nosotros para ello.
Quiero también agradecer a la persona del Arzobispo D. Braulio, que durante estos diez años de su pontificado, ha querido que este culto se siguiese celebrando diariamente en esta iglesia.
Quiero también agradecer a nuestro Párroco, d. Gerado, su apoyo y su ayuda para que también durante estos diez años, la Iglesia del Salvador y Toledo fuesen un ejemplo para otros lugares de catolicidad y de riqueza espiritual y litúrgica.
Gracias de corazón a todos –los que estáis presente pero también otros muchos que hoy no han podido venir-, que con vuestra ayuda, apoyo y colaboración más o menos directa, de un modo u otro, habéis hecho posible que día tras día durante estos diez años se celebre sobre el altar el sacrificio de la santa misa donde Nuestro Señor renueva su inmolación en el Calvario bajo las apariencias del pan y del vino, para perdón de los pecados.
“El mundo podría  subsistir incluso sin el sol, pero no podría existir sin la santa misa.” –exclamaba P. Pío. ¡Qué verdad tan grande! “El mundo podría  subsistir incluso sin el sol, pero no podría existir sin la santa misa.” “Cada santa misa escuchada con atención y devoción produce en nuestra alma efectos maravillosos, abundantes gracias espirituales y materiales, que ni nosotros mismos conocemos.”
Y entendamos bien que es celebrar la santa misa con humildad para que también nosotros podamos asistir a ella con verdadero fruto espiritual. Celebrar con humildad no es retirarle a Dios el honor que le es debido, ni la magnificencia posible dentro del sentido común. Celebrar con humildad no es hacer las cosas de Dios de cualquier forma o con falsa apariencia -no pobre-, sino a veces miserable. Celebrar con humildad no es manejar la liturgia a nuestro antojo, ni  hacer de ella un show para divertirnos, estar entretenidos o tener un lugar donde poder hacernos sobresalir… Celebrar con humildad es cumplir lo prescrito por la Iglesia en las rúbricas, siendo estas las guardianas del culto a Dios, las normas de educación y cortesía para tratar con nuestro Señor. Celebrar con humildad es imitar a los ángeles del cielo que día y noche cantan ante el trono de Dios el cántico de alabanza y adoración. Celebrar con humildad es imitar a la Virgen y a los santos es su devoción y piedad al acercarse ante el altar de Dios. Celebrar con humildad es acercarse confiados al trono de la gracia para alcanzar misericordia pero acercarse con temor y temblor pues estamos delante de Dios.
No quiero alargarme más, pero quisiera que quedasen grabadas en nosotros las palabras del Papa Pablo VI que nos describen con gran sencillez el secreto del Padre Pío, y así, como él, también nosotros podremos alcanzar la santidad y podamos recibir esa corona de gloria que Dios tiene preparada para nosotros desde toda la eternidad.
Padre Pío celebraba la Misa con humildad, confesaba desde la mañana a la noche, y era, es difícil decirlo, un representante visible de las llagas de Nuestro Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento”.
Celebremos también nosotros con humildad. Acudamos frecuentemente al Sacramento de la Confesión para pedir perdón de nuestros pecados. Seamos en todo reflejo de Jesucristo nuestro Señor. Seamos hombres y mujeres de oración, ofreciendo nuestros sufrimientos –que cada uno tenemos los nuestros- a  Dios nuestro Señor para su gloria y salvación de nuestras almas.
Presentemos nuevamente hoy ante el altar de Dios por mediación de tan gran intercesor nuestras intenciones y peticiones y demos gracias a Dios que, con gracia singular concedió al Padre Pío participar en la cruz de Jesucristo y, por ministerio sacerdotal ha renovado las maravillas de su misericordia para que nos conceda a nosotros cargar con el yugo suave de la cruz de Cristo para llegar felizmente a la gloria de la resurrección. Que así sea. Amén.