PADRE PÍO CELEBRABA
LA MISA CON HUMILDAD. Homilía
Fiesta del Padre
Pío. Septiembre 2019
X aniversario de
la celebración de la Iglesia del Salvador
para la
celebración de la Forma Extraordinaria del Rito Romano
Nuestro
Señor Jesucristo quiso inaugurar su vida pública ayunando y orando en el
desierto durante cuarenta días y cuarenta noches.
Cumplido
este tiempo, Satanás se le apareció para tentarle. Las 3 tentaciones que tuvo
que sufrir el Señor son las mismas que acechan de continuo el corazón del
hombre:
1.-
Los bienes materiales, invitándole a convertir las piedras en pan.
2.-
El poder ofreciéndoselo a cambio de adorarle,
3.-
La gloria y la fama, haciendo un alarde de protagonismo al tirarse del pináculo
del templo.
Nuestra
sociedad vive dominada por estas tentaciones y tantas veces nosotros
experimentamos sus embestidas.
Hoy
más que nunca el hombre busca las riquezas pensando encontrar en ellas la
felicidad que ansía su corazón. Y se olvida de que la felicidad solo puede encontrarla en Dios
que creo su corazón para llenarlo de él.
Hoy
más que nunca el hombre busca y lucha por el poder, por ser más y estar por
encima de los otros pensando que con ello alcanzará la libertad. Libertad que
está en la verdad que es Dios y al no aceptarla termina esclavo de mil señores
que lo oprimen con yugo cruel.
Hoy
más que nunca el hombre quiere conseguir un palmo de gloria y de fama, de reconocimiento
social. El pensamiento de pasar por el
mundo y por la historia sin dejar rastro de su existencia les aterroriza. El
hombre de hoy ha vendido su intimidad en pos de una fama pasajera
convirtiéndolos no en hombres que merezcan el elogio de la historia sino en
títeres y marionetas de los grupos de poder y ingeniería social.
Los
medios de comunicación actual, particularmente la televisión, pero también todo
el mundo de las redes sociales, teniendo aspectos positivos, se han convertidos
en trampolines y escenarios para que aquellos que viven hambrientos de fama, de
aplauso, de gloria humana intenten a cualquier precio –incluso perdiendo su
dignidad-, conseguir la fama.
Queridos
hermanos:
Me
preguntaréis a qué viene esta reflexión en este día en el que estamos
celebrando a nuestro querido Padre Pío de Pietrelcina.
Pues,
sencillamente, viene a que hemos de estar convencidos de que son los santos los
grandes hombres de la historia. Son los santos los que verdaderamente han hecho
historia, y que a pesar del paso del tiempo su recuerdo sigue presente, su vida
nos provoca asombro y admiración y su ejemplo sigue moviendo nuestros corazones
a imitarlos en nuestra pequeñez.
Se
suele decir que hay santos que son más para admirar, que para imitar. Pero, sin
duda alguna, las maravillas que Dios ha realizado en ellos también lo quiere
realizar en nosotros. Todos nosotros en nuestras distintas vocaciones y estados
de vida, con nuestras propias circunstancias y nuestras propia historia estamos
llamados a ser santos. Es más tenemos que ser santos, como el Divino Maestro
dijo a sus discípulos: “Sed perfectos, como vuestro padre celestial es
perfecto.”
Tres
años después de la muerte de Padre Pío, el Papa Pablo VI, dirigiéndose a los
superiores de la Orden Capuchina, se preguntaba en público: “¡Mirad qué fama ha tenido, qué clientela
mundial ha reunido en torno a sí! Pero, ¿por qué? ¿Tal vez porque era un
filósofo? ¿Por qué era un sabio? ¿Por qué tenía medios a su disposición?
Todos
los aquí presentes bien sabemos por poco que conozcamos acerca de la vida del
Padre Pío que él haya buscado la gloria y la fama. En ningún momento quiso
tener adeptos a su persona, ni contaba con medios humanos de propaganda, ni era
un hombre de una gran personalidad atractiva llena de dotes humanas para ser un
líder ni una estrella, ni estaba en el lugar oportuno en el momento oportuno
para saltar a la fama… Más bien todo lo contrario.
Entonces,
volvamos a la pregunta del Papa. ¿Por qué padre Pío fue famoso mundialmente ya
en vida y muchos más todavía tras su muerte?
Y
el mismo Papa respondía, indicando a los mismos capuchinos y a nosotros, la
raíz del éxito y popularidad de este pobre fraile.
Decía
el Papa: “Porque celebraba la Misa con humildad, confesaba desde la mañana a la
noche, y era, es difícil decirlo, un representante visible de las llagas de
Nuestro Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento”.
¡Eureka!
¡Que sorprendente! ¡Qué fácil también para nosotros alcanzar el verdadero éxito
de nuestras vidas!
Padre
Pío alcanzo la fama –no la mundana, que pasa, como pasan las modas- sino la
fama de una gran santidad porque celebraba la santa misa con humildad, haciendo
de la misa el centro de su vida, viviendo aquello mismo que celebraba,
alimentando su alma y su inteligencia de las riquezas insondables de la sagrada
liturgia.
Permitidme
aquí hacer un pequeño inciso. En este mes de septiembre se cumplen 10 años que
se comenzó a celebrar la santa misa según la forma extraordinaria del Rito
Romano, los mismos ritos que celebró Padre Pío hasta el día de su muerto, la
misa de los santos. P. Carlos y servidor, queremos invitaros a dar gracias a
Dios por este aniversario, por la gracia de tener en nuestra ciudad de Toledo
esta riqueza –tristemente no siempre querida y valorada- pero como el mismo
Papa Benedicto XVI afirmó: “Lo que para las generaciones anteriores era
sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande (…). Nos hace bien a
todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la
Iglesia y de darles el justo puesto.”
Quiero
junto con este agradecimiento a Dios nuestro Señor, agradecer al Sr. Cardenal
Cañizares y al entonces vicario general D. Juan Miguel Ferre, actual deán de
nuestra catedral, el dar el apoyo a este deseo del papa Benedicto y de contar
con nosotros para ello.
Quiero
también agradecer a la persona del Arzobispo D. Braulio, que durante estos diez
años de su pontificado, ha querido que este culto se siguiese celebrando
diariamente en esta iglesia.
Quiero
también agradecer a nuestro Párroco, d. Gerado, su apoyo y su ayuda para que también
durante estos diez años, la Iglesia del Salvador y Toledo fuesen un ejemplo
para otros lugares de catolicidad y de riqueza espiritual y litúrgica.
Gracias
de corazón a todos –los que estáis presente pero también otros muchos que hoy
no han podido venir-, que con vuestra ayuda, apoyo y colaboración más o menos
directa, de un modo u otro, habéis hecho posible que día tras día durante estos
diez años se celebre sobre el altar el sacrificio de la santa misa donde
Nuestro Señor renueva su inmolación en el Calvario bajo las apariencias del pan
y del vino, para perdón de los pecados.
“El
mundo podría subsistir incluso sin el sol, pero no podría existir sin la
santa misa.” –exclamaba P. Pío. ¡Qué verdad tan grande! “El mundo podría
subsistir incluso sin el sol, pero no podría existir sin la santa misa.” “Cada
santa misa escuchada con atención y devoción produce en nuestra alma efectos
maravillosos, abundantes gracias espirituales y materiales, que ni nosotros
mismos conocemos.”
Y
entendamos bien que es celebrar la santa misa con humildad para que también
nosotros podamos asistir a ella con verdadero fruto espiritual. Celebrar con
humildad no es retirarle a Dios el honor que le es debido, ni la magnificencia
posible dentro del sentido común. Celebrar con humildad no es hacer las cosas
de Dios de cualquier forma o con falsa apariencia -no pobre-, sino a veces
miserable. Celebrar con humildad no es manejar la liturgia a nuestro antojo,
ni hacer de ella un show para
divertirnos, estar entretenidos o tener un lugar donde poder hacernos sobresalir…
Celebrar con humildad es cumplir lo prescrito por la Iglesia en las rúbricas,
siendo estas las guardianas del culto a Dios, las normas de educación y
cortesía para tratar con nuestro Señor. Celebrar con humildad es imitar a los
ángeles del cielo que día y noche cantan ante el trono de Dios el cántico de
alabanza y adoración. Celebrar con humildad es imitar a la Virgen y a los
santos es su devoción y piedad al acercarse ante el altar de Dios. Celebrar con
humildad es acercarse confiados al trono de la gracia para alcanzar
misericordia pero acercarse con temor y temblor pues estamos delante de Dios.
No
quiero alargarme más, pero quisiera que quedasen grabadas en nosotros las
palabras del Papa Pablo VI que nos describen con gran sencillez el secreto del
Padre Pío, y así, como él, también nosotros podremos alcanzar la santidad y
podamos recibir esa corona de gloria que Dios tiene preparada para nosotros
desde toda la eternidad.
Padre
Pío celebraba la Misa con humildad, confesaba desde la mañana a la noche, y
era, es difícil decirlo, un representante visible de las llagas de Nuestro
Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento”.
Celebremos
también nosotros con humildad. Acudamos frecuentemente al Sacramento de la
Confesión para pedir perdón de nuestros pecados. Seamos en todo reflejo de
Jesucristo nuestro Señor. Seamos hombres y mujeres de oración, ofreciendo
nuestros sufrimientos –que cada uno tenemos los nuestros- a Dios nuestro Señor para su gloria y salvación
de nuestras almas.
Presentemos
nuevamente hoy ante el altar de Dios por mediación de tan gran intercesor
nuestras intenciones y peticiones y demos gracias a Dios que, con gracia
singular concedió al Padre Pío participar en la cruz de Jesucristo y, por ministerio
sacerdotal ha renovado las maravillas de su misericordia para que nos conceda a
nosotros cargar con el yugo suave de la cruz de Cristo para llegar felizmente a
la gloria de la resurrección. Que así sea. Amén.