domingo, 1 de septiembre de 2019

SOBRE LA UNIÓN QUE DEBE REINAR ENTRE LOS HERMANOS. San Juan Bautista de la Salle


SOBRE LA UNIÓN QUE DEBE REINAR ENTRE LOS HERMANOS
PARA EL DOMINGO DUODÉCIMO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
San Juan Bautista de la Salle
En el evangelio de hoy nos propone Jesucristo un ejemplo de caridad. Se trata de acierto samaritano que, encontrando en el camino a un hombre me dio muerto, le venda las heridas y le pone en manos de un mesonero para que cuide de él hasta su total curación (1).
Al relatar minuciosamente el Salvador lo hecho por este hombre caritativo, nos da bien a entender cómo ha de ser nuestra caridad con los hermanos, y cuán unidos debemos vivir unos con otros. Es ésta una de las cosas que más a pechos debemos tomar también nosotros; pues, como enseña san Pablo, si no tuviereis caridad todo lo bueno que hiciereis, de nada os serviría (2). La simple experiencia nos descubre con luz suficiente cuánta verdad se encierra en tal proposición.
En efecto, la comunidad sin amor y unión es un infierno: el uno, por su parte, murmura; el otro desacredita a su hermano por estar ofendido con él; éste se incomoda porque alguien le acibara la vida con sus chanzas; aquél se queja a su superior de algo que cierto hermano ha hecho contra él. En resumen, no se oyen más que lamentos, críticas, maledicencias; de donde resultan muchas turbaciones e inquietudes.
El único remedio a todos estos desórdenes es la unión y caridad; pues, como escribe san Pablo, la caridad es paciente El santo Apóstol desea incluso que la paciencia, fruto de la caridad, llegue a soportarlo todo; (3) y quien dice " todo ", nada exceptúa.
Por tanto, si se tiene caridad y unión con los hermanos, puesto que todo ha de sobrellevarse de todos, no es lícito decir: " No puedo sufrir tal cosa en éste; tal defecto en aquél me resulta intolerable; es preciso que se avengan en algo con mi condición o mis flaquezas ". Porque hablar así no es soportarlo todo de todos.
Meditad esa máxima y ponedla por obra puntualmente.
La caridad es mansa (4). Es ésta la segunda condición que san Pablo atribuye a la caridad. El amor y la unión no se manifiestan, ciertamente, regañando, murmurando, lamentándose a gritos, disputando; sino hablándose de manera mesurada y afable, y hasta humillándose a los pies de los hermanos; pues la palabra blanda, dice el Sabio, quebranta la ira; al paso que las palabras duras excitan el furor (5).
Por eso, en el Sermón de la Montaña dijo a sus Apóstoles el Señor: Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra (6); es decir, el mundo entero; pues conquistan todo el mundo quienes se adueñan del corazón de todos los hombres. Esto lo consiguen fácilmente las personas de natural manso y comedido, las cuales se insinúan de tal modo en el corazón de aquellos con quienes conversan o tratan algún negocio, que los ganan insensiblemente y obtienen de ellos cuanto desean.
Así señorean los corazones y los inclinan a hacer cuanto de ellos solicitan, quienes nacieron con tan envidiable disposición o la han adquirido con ayuda de la gracia; y ése es el modo de hacerse dueños de los de más hasta manejarlos a su gusto.
¡Oh, cuántos provechos se siguen de comprender y practicar convenientemente esta lección de Jesucristo: Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón! (7)
Mas no es ése el único bien que procura la mansedumbre; el principal es que, merced a ella, se alcanzan fácilmente las más excelsas virtudes: por ella se sujetan las pasiones y se impide que se desmanden; por ella se logra mantener la unión entre los hermanos.
Nunca les habléis si no es con mansedumbre, y callaos cuando temáis hablarles de otro modo.
La caridad es benéfica (8). Esta es la tercera condición que a la caridad asigna san Pablo. Y por ella descubre también el Samaritano del Evangelio la bondad de su corazón. Porque hallando " cubierto de heridas, desamparado y casi muerto, a un pobre hombre, a quien los ladrones habían despojado de todo "; se conmovió tanto, que " tras de ungirle las llagas con vino y aceite, y de vendárselas, le montó en su caballo, y le condujo a un mesón, donde cuidó de él algún tiempo; cuando se vio obligado a alejarse, lo encomendó al mesonero para que lo atendiera con toda solicitud, le dio para ello dos denarios de plata y le prometió abonarle cuanto de más gastase con él ".
Admirad el extremado amor de este buen samaritano. Era extranjero para los judíos, que consideraban a los de su región como cismáticos, y se odiaban mutuamente Este, con todo, hizo por el desventurado viajero cuanto pudo, a pesar de que un sacerdote y un levita judíos no habían querido mirarle siquiera, y hasta manifestó mucho desinterés en su caridad; pues, con haber hecho tanto en favor de aquel hombre, aún dio dinero por él al amo del mesón, y le prometió abonar a su vuelta todo lo que por curarle gastara de más.
Tambien es ésta una de las condiciones exigidas por san Pablo a la caridad para considerarla auténtica: quiere el Santo que sea desinteresada (9). Ocurre, sin embargo, con frecuencia, aun en las comunidades, que se hacen favores a los hermanos por haber recibido de ellos algunos otros con antelación; o se les rehúsan ciertos servicios, o se hacen al menos a desgana, porque se advierte algo en ellos que molesta, o porque ha tenido uno que sufrir de su parte determinada incomodidad o disgusto.
¡Ah, cuán humana es esa caridad! ¡Cuán poco cristiana y qué poco merece llamarse benéfica!