CUARTO
COLOQUIO
DEBERES
PARA CON DIOS POR LA CREACIÓN Y LA CONSERVACIÓN DEL MUNDO
MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD
Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS
San Juan Eudes
Para
comenzar cada día:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro
enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios,
digamos la siguiente oración:
Profesión de Humildad
Señor Jesucristo,
nada somos,
nada podemos ni
valemos,
nada tenemos a no
ser nuestros pecados.
Somos siervos
inútiles, nacidos en la enemistad,
últimos de los
hombres,
primeros de los
pecadores.
Sea para nosotros
la vergüenza y la confusión,
y para ti, la
gloria y el honor por siempre jamás.
Señor Jesucristo,
compadécete de nosotros. Amén.
CUARTO
COLOQUIO
DEBERES
PARA CON DIOS POR LA CREACIÓN Y LA CONSERVACIÓN DEL MUNDO
1
Miremos cuál es el
principio y el fin de este gran universo que comprende los cielos, los astros,
los cuatro elementos e innumerables criaturas.
El principio y el
fin de esta obra es Dios, su Creador que la ha creado para sí y para su gloria.
En efecto, todas las criaturas del universo bendicen y glorifican a Dios, cada
una a su manera. Sus obras están llenas de su gloria. Esplendor y belleza son
sus obras. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria. Todas las
criaturas insensibles e irracionales cumplen la voluntad de Dios, siguen los
instintos que de él recibieron y nunca violan las leyes que les ha prescrito:
Les dio una ley que no pasará. Todas ellas sirven sus designios, porque todo
está a tu servicio y manifiestan su poder, sabiduría y bondad infinita.
¡Cuánto poder es
haber sacado de la nada tantas y tan variadas cosas! ¡Cuánta sabiduría haber
establecido orden, relación,
proporción y correspondencia tan
admirables!
¡Cuánta bondad
haber realizado tantas maravillas para todos los hombres en general y para cada
uno en particular, hasta para los ingratos y pérfidos que no se lo agradecen y
que se sirven de ellas para hacerle la guerra y ofenderlo! son otras tantas
lenguas y voces que nos gritan incesantemente: Amad, amad a aquel que nos ha
creado para vosotros. Es algo muy extraño, Dios mío, que criaturas irracionales
e inanimadas te glorifiquen mientras que el hombre, que está obligado a ello,
te deshonra.
La bondad
indecible con que Dios ha creado los seres del universo se patentiza también en
que no sólo los creó para nosotros y nos los ha dado, sino que lo ha hecho con
amor infinito. De manera que, si cada bocado del pan que comemos y cada gota
del agua que bebemos tuvieran precio infinito, nos los daría con el mismo amor.
Y si pudieras contar todas las criaturas del mundo contarías otras tantas
deudas hacia aquél que las ha creado y nos las ha dado con infinito amor.
¿Cómo pagaré, Dios
mío, ¿tu inmensa bondad para conmigo? Que al menos aprenda yo de las criaturas
inanimadas e irracionales a servirte y glorificarte y obedecer tus leyes y
mandatos sino quiero ser del número de los necios contra quienes todas tus
criaturas se armarán para tomar venganza de las ofensas hechas a su creador:
porque el universo peleará a su lado contra los insensatos.
2
Dios ha creado el
mundo no sólo una vez sino tantas veces cuantos momentos han transcurrido desde
su primera creación: porque en cada instante impide que recaiga en la nada, lo
sostiene y conserva con una continuada creación. El que pueda contar todos los
momentos transcurridos hasta ahora desde la creación del mundo enumeraría otras
tantas obligaciones infinitas hacia la bondad inmensa de tan admirable
Conservador. Porque cada uno de nosotros está presente ante sus ojos desde el
comienzo del mundo y desde toda eternidad. Y así como creó el mundo por amor a
cada hombre así en todo instante lo conserva para cada uno de nosotros con amor
infinito.
Bendito seas, gran
Dios, infinitas veces. Daré gracias al Señor por su misericordia, ser por las
maravillas que hace con los hombres.
3
Es verdad que el
universo fue creado para el hombre y que éste por sus crímenes y su rebelión
contra Dios, y por su condenación a muerte, perdió el derecho que tenía antes
del pecado.
En efecto, si el
Hijo de Dios no hubiera muerto para librarnos de nuestros crímenes, todas las
criaturas, en lugar de servirnos, se levantarían contra nosotros como lo harán
contra los malvados en el día del juicio. Pero nuestro Señor Jesucristo, por la
virtud de su sangre y de su muerte, nos devolvió el derecho a usar de las cosas
de este inundo. No se trata del uso pleno y abundante que tendría de no haber
pecado, sino a ejemplo de Cristo y según las palabras del Espíritu Santo: Los
que disfrutan Porque, en verdad, no tendríamos derecho de vivir ni un solo
instante, ni de dar un paso sobre la tierra, ni de respirar el aire, ni de
recibir la luz del sol, ni el calor del fuego, ni el agua que nos purifica, ni
el vestido que nos cubre, ni el descansar en lechos, ni el probar un bocado de
pan, n i beber una gota de agua, ni usar de criatura alguna si el Hijo de Dios
no hubiera entregado su sangre Y su vida para libramos del castigo merecido...
Por eso tenemos
para con él deberes innumerables. Si, en efecto, puedes contar todos los
servicios y ayudas que has recibido de las criaturas en cada instante de tu
vida y el uso que de ellas has hecho sin cesar, estarías enumerando los
infinitos motivos de gratitud hacia Jesucristo que adquirió para ti ese derecho
al precio infinito de su sangre.
Roguemos a Dios
que imprima estas verdades en nuestros corazones. Reconozcamos nuestras deudas
hacia Jesucristo y manifestémosle nuestra gratitud. Pensemos en ello a menudo y
elevemos nuestros corazones hacia aquél de quien recibimos tantos beneficios a cada
instante. Deseemos ardientemente disponer nuestro tiempo y emplearlo en el
servicio y honor de tan amable Salvador que nos adquirió cada instante de él a
tan alto precio. Declarémosle que no queremos usar de cosa alguna creada sino
para su gloria y de la manera que él usó mientras estaba en la tierra.
Roguémosle nos conceda esta gracia por el amor de sí mismo.
Jaculatoria: Que
todas tus criaturas te den gracias, Señor.
Para
finalizar cada día:
LETANÍAS DE LA HUMILDAD
Venerable Cardenal Merry del Val
Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.
Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús
Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús
Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús
Del deseo de ser preferido a otros,
líbrame Jesús
Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús
Del temor de ser humillado, líbrame Jesús
Del temor de ser despreciado, líbrame
Jesús
Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús
Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús
Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús
Del temor de ser puesto en ridículo,
líbrame Jesús
Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús
Del temor de ser juzgado con malicia,
líbrame Jesús
Que otros sean más estimados que yo. Jesús
dame la gracia de desearlo
Que otros crezcan en la opinión del mundo
y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean alabados y de mí no se haga
caso. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean empleados en cargos y a mí
se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean preferidos a mí en todo.
Jesús dame la gracia de desearlo
Que los demás sean más santos que yo con
tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo
Oración:
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste
hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda
nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu
ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la
tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.
***
Sagrado Corazón de
Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón
de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca
san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles
Custodios, rogad por nosotros.
San Juan Eudes,
ruega por nosotros.
Todos los santos y
santas de Dios, rogad por nosotros.
***
¡Querido hermano,
si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!
***
Ave María
Purísima, sin pecado concebida.