DECIMOSEXTA
MEDITACIÓN
Sobre
estas mismas palabras: «Somos los últimos de los hombres».
MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD
Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS
San Juan Eudes
Para
comenzar cada día:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro
enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios,
digamos la siguiente oración:
Profesión de Humildad
Señor Jesucristo,
nada somos,
nada podemos ni
valemos,
nada tenemos a no
ser nuestros pecados.
Somos siervos
inútiles, nacidos en la enemistad,
últimos de los
hombres,
primeros de los
pecadores.
Sea para nosotros
la vergüenza y la confusión,
y para ti, la
gloria y el honor por siempre jamás.
Señor Jesucristo,
compadécete de nosotros. Amén.
DECIMOSEXTA
MEDITACIÓN
Sobre
estas mismas palabras: «Somos los últimos de los hombres».
PUNTO PRIMERO: Nuestro Señor quiso ser tratado como el
último de los hombres por las criaturas.
No sólo el Hijo de
Dios se trató a sí mismo como el último de los hombres, sino que quiso ser
también del mismo modo tratado por todas las criaturas.
Primero, por los
hombres, y por hombres pecadores y miembros de Satanás. Porque jamás hombre
alguno fue tratado en forma tan ignominiosa y cruel como el Hijo de Dios.
Segundo, no sólo
fue tratado así por los hombres, sino por los demonios en el desierto al
permitirle al espíritu del mal que lo tentará de diversas maneras, como si
hubiera sido capaz de incurrir en pecado; y aún se dejó transportar y conducir
por el diablo de un lugar a otro, cosa que nunca permitió hiciera con ningún
hombre, que sepamos. Y en la misma forma en su Pasión le dio al diablo permiso
para que lo atormentara a su voluntad, según sus propias palabras: «Esta es
vuestra hora y la del poder de las tinieblas». Lc 12,53.
PUNTO SEGUNDO: Nuestro Señor quiso ser tratado como el
último de los hombres por el Espíritu Santo.
Nuestro Señor fue
tratado igualmente como el último de los hombres por el Espíritu Santo, como se
desprende de estas palabras del Santo Evangelio: «Lo echó el Espíritu Santo al desierto», que
completan el simbolismo de la ceremonia del Antiguo Testamento, según la cual
un macho cabrío, cargado con los pecados del pueblo de Dios, era desterrado al
desierto como para liberar a los israelitas de la vista de sus crímenes con su
fuga obligada lejos de su ciudad. Así el Padre Eterno puso todos los pecados del mundo sobre su Hijo y comisionó
luego el Espíritu Santo para que lo ahuyentara en dirección al desierto, todo
cargado de humillaciones y de culpas.
PUNTO TERCERO: Nuestro Señor Jesucristo quiso ser
tratado como el último de los hombres por su propio Padre.
Además fue tratado
como el último de los hombres por su Padre, puesto que lo miró como
representante de todos los pecadores y lo trató como el mayor de ellos con todo
el rigor de su cólera infinita. Lo consideró como la personificación del
pecado: «Por nosotros le hizo responsable del pecado», (para poderlo reparar y
satisfacer). Y por esta razón dice: «Le castigué por los crímenes de mi pueblo»
Is 53,8. «No perdonó ni aún a su propio Hijo, antes bien lo entregó por
nosotros a la muerte». Rm 8,34. En consecuencia repito, entregó el Padre a su
mismo Hijo, Jesús, a la muerte de la cruz, la más ignominiosa, lo entregó al
poder de las tinieblas y de los demonios y a las mayores injusticias,
iniquidades y oprobios que jamás soñó la crueldad de los hombres. En cierto
modo, el Padre trató a su Hijo con más rigor y severidad que el que emplea con
los demonios y con los réprobos, que constituyen la escoria moral del universo;
en efecto, no debe extrañarnos el que estos miserables sean reducidos al estado
en que los vemos, pues lo han merecido miles de veces, pero que el Hijo de
Dios, el Inocente sea la víctima de las iras de Dios Padre, y que en forma
alguna quisiera el Eterno mitigar su rigor es algo que no entendemos. Y así es
como Nuestro Señor se puso en el último lugar y se consideró corno el último de
los hombres, por sus palabras, por sus pensamientos y por sus disposiciones
interiores, y sobre todo por sus acciones durante toda su vida. Y así es como
quiso ser tratado como el último de los mortales por los pecadores, por los
miembros de Satanás por los demonios, por el Espíritu Santo y por el Eterno
Padre. Todo ello para glorificar en lo posible a su Padre, humillándose hasta
el extremo, para reparar el desdoroso
ultraje inferido a su Padre por nuestro orgullo, para confundir y destruir
nuestra arrogancia, para inspirarnos odio a nuestra vanidad y para hacernos
apreciar la humildad.
¡Oh!, tenemos que
convenir en que no hay nada más odioso e insultante para Dios como el orgullo,
ni nada que Él mayormente deteste, ¡puesto que se necesité de las humillaciones
y de la muerte de todo un Dios para reparar tal ofensa! ¡Oh! ¡Y cuán horrenda
cosa es la vanidad, puesto que fue preciso que el Hijo de Dios se viera
reducido a tal abatimiento para ser destruida! ¡Oh!, ciertamente es algo muy
precioso a los ojos de Dios la humildad puesto que el Hijo de Dios quiso ser
tratado en esta forma para hacernos amar esta virtud, ¡para arrastrarnos a su
imitación con el ejemplo y para merecernos la gracia de practicarla! ¡Oh, somos
en realidad culpables si después de meditar todas estas verdades, aún nos
dejamos arrastrar por el orgullo y si nos negamos a humillarnos! ¡Oh!, cómo se
avergonzarán en el día del juicio los ambiciosos!
Adoremos a Nuestro
Señor Jesucristo en todas sus humillaciones; anhelemos su triunfo y exaltación
después de haberse humillado tanto. Penetrémonos de sus sentimientos y
humildad; por doquiera ocupemos el último sitio, de espíritu y de corazón, y
regocijémonos si en ocasiones nos vemos tratados, sea por Dios, sea por las
criaturas, como los últimos de los hombres. Roguemos al Hijo de Dios que
destruya en nosotros el orgullo y que imprima en nuestro corazón sentimientos
de humildad.
ORACIÓN JACULATORIA: «Oh Señor Jesús!, me sentaré
siempre en el último puesto».
Para
finalizar cada día:
LETANÍAS DE LA HUMILDAD
Venerable Cardenal Merry del Val
Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.
Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús
Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús
Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús
Del deseo de ser preferido a otros,
líbrame Jesús
Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús
Del temor de ser humillado, líbrame Jesús
Del temor de ser despreciado, líbrame
Jesús
Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús
Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús
Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús
Del temor de ser puesto en ridículo,
líbrame Jesús
Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús
Del temor de ser juzgado con malicia,
líbrame Jesús
Que otros sean más estimados que yo. Jesús
dame la gracia de desearlo
Que otros crezcan en la opinión del mundo
y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean alabados y de mí no se haga
caso. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean empleados en cargos y a mí
se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean preferidos a mí en todo.
Jesús dame la gracia de desearlo
Que los demás sean más santos que yo con
tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo
Oración:
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste
hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda
nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu
ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la
tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.
***
Sagrado Corazón de
Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón
de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca
san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles
Custodios, rogad por nosotros.
San Juan Eudes,
ruega por nosotros.
Todos los santos y
santas de Dios, rogad por nosotros.
***
¡Querido hermano,
si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!
***
Ave María
Purísima, sin pecado concebida.