DECIMOSÉPTIMA MEDITACIÓN
Sobre las palabras de la profesión de humildad: «Los primeros pecadores».
MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD
Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS
San Juan Eudes
Para
comenzar cada día:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro
enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios,
digamos la siguiente oración:
Profesión de Humildad
Señor Jesucristo,
nada somos,
nada podemos ni
valemos,
nada tenemos a no
ser nuestros pecados.
Somos siervos
inútiles, nacidos en la enemistad,
últimos de los
hombres,
primeros de los
pecadores.
Sea para nosotros
la vergüenza y la confusión,
y para ti, la
gloria y el honor por siempre jamás.
Señor Jesucristo,
compadécete de nosotros. Amén.
DECIMOSÉPTIMA
MEDITACIÓN
Sobre
las palabras de la profesión de humildad: «Los primeros pecadores».
PUNTO PRIMERO: Nuestro Señor quiso ser tratado como el
mayor de los pecadores.
Consideremos que
el Hijo de Dios se miró y trató, y quiso Ser mirado y tratado como no sólo el
último de los hombres sino como el peor de les criminales: «Murió entre
bandoleros», en medio de dos facinerosos como si él fuera su jefe. Finalmente
se le trató con tal rigor y crueldad como si hubiera ido la personificación
misma de la maldad: «Fáctus est pro nóbis maledíctum» «Se hizo objeto de
maldición por causa nuestra» Is 53,12 y Ga l,12. Y el motivo no fue otro que el
de haber cargado con todos los pecados del mundo y de haberse en cierto modo
responsabilizado de todos ellos para poder repararlos debidamente ante su Padre
con su muerte en la cruz: «Quiso apropiarse nuestras culpas», dice San Agustín.
Adorémosle y
exaltémosle en su profundo anonadamiento, suplicándole que destruya nuestro
orgullo y nos haga partícipes de su humildad, abriendo nuestros ojos Para que
nos demos cuenta de cómo hemos de estimarnos y de ser tratados por los demás, a
la vista de nuestras faltas e imperfecciones.
Alegrémonos de ser
tratados y estimados como lo merecemos y no según las pretensiones de nuestro
orgullo aprendiendo la lección de humildad del Hijo de Dios.
PUNTO SEGUNDO: Muchos santos se trataron a sí mismos
como los mayores pecadores.
Consideremos que
varios grandes Santos, penetrados de los mismos sentimientos de Nuestro Señor,
se estimaron y trataron a sí mismos como los más despreciables pecadores del
mundo. San Pablo, por ejemplo, decía: «La verdad es que vino el Hijo del hombre
a salvar a los pecadores, de los que me considero como el mayor de todos». 1Tim
1,15. Y más o menos en los mismos términos se expresaron acerca de su persona
San Francisco, San Bernardo, Santo Domingo y muchos más. Era ciertamente el
Espíritu Santo el que les inspiraba tales ideas, sentimientos y palabras llenas
de modestia y de humildad cristiana, y el Espíritu Santo es la verdad en
persona. Sin embargo se dirá: «¿Cómo puede ser San Pablo el primer pecador,
siendo así que otro santo, San Francisco, por ejemplo, pretende para sí el
mismo título?; y, ¿cómo serían los mayores pecadores San Pablo y San Francisco,
si lo propio afirma de sí San Bernardo? Pues bien, aunque, nuestra pobre razón
nada de esto pueda comprender, lo cierto es que para el Espíritu de Dios esto
es la pura verdad. Hemos de reconocer que no podemos seguir las luces de
nuestro espíritu que no son sino tinieblas, y sacar la conclusión de que si
Dios nos iluminara acerca de nuestra miseria espiritual y nos diera las mismas
luces de conocimiento personal que concedió a esos santos, también
reconoceríamos humildemente corno ellos, y aún con más razón, que somos los
pecadores más despreciables y odiosos del universo.
Honremos estos
sentimientos de los santos, bendigamos a Dios que les dio tan gran conocimiento
de su propia nada, démosle gracias del provecho que ellos supieron sacar para
su santificación y supliquemos a Nuestro Señor, que por intercesión de esas
santos nos haga participar de las mismas ideas y sentimientos, para, a su
imitación, cosechar también grandes frutos de santificación. Roguemos a San
Pablo, a San Francisco y demás Santos, modelos y maestros de verdadera
humildad, nos alcancen de Dios la gracia inapreciable de la humildad.
PUNTO TERCERO: Motivos que tenemos para consideramos
como los mayores pecadores de la tierra.
Aunque la humana
razón no sea sino obscuridad y tinieblas acerca de las verdades de Dios y
acerca de las máximas del Evangelio, he aquí, sin embargo, algunas razones que
nos asisten para afirmar con toda verdad que somos los primeros pecadores.
1º) Nos es
sumamente fácil equipararnos a Lucifer, a Judas y al Anticristo, puesto que,
como hijos de Adán, llevamos dentro, el principio de todos los pecados de la
tierra y del infierno. Más para caer más hondo que Judas, Lucifer o el
Anticristo, hemos de creer con San Francisco, que si Dios concediera al último
de los pecadores las gracias que nos ha otorgado a nosotros, ciertamente seria
él mucho mejor que nosotros; y que, si Dios nos abandonara y retirara de
nosotros sus gracias, como lo hará con el Anticristo, seríamos peores que él.
2º) No debemos
comparar nuestros pecados con los ajenos, sino con las gracias que hemos
recibido de Dios. Ahora bien, hemos recibido de Dios mayores beneficios
espirituales que todos los paganos, judíos, herejes y aún más que todos los
demás cristianos, si somos sacerdotes, pues la gracia sacerdotal sobrepuja a
toda otra gracia. Por consiguiente, sus pecados son mucho más grandes que los
de los demás, y un solo pecado en un sacerdote lo hace más culpable ante Dios
que todos los pecados ajenos del mundo entero, que irritan menos la cólera
divina contra la humanidad pecadora, que una sola claudicación moral de uno de
sus sacerdotes.
3º) Como
sacerdotes, estamos obligados, a imitación del Sumo Sacerdote, a cargar con los
pecados ajenos y mirarlos como propios para hacer de ellos penitencia
humildemente, pues así lo exige nuestro carácter sacerdotal. Y has, cada
sacerdote debe humillarse y tratarse, y regocijarse de ser tratado y estimado
como si él solo estuviera para soportar el peso de todos los pecados y crímenes
del universo, y, por tanto, como si fuera el primero y el más despreciable de
todos los pecadores.
Pidamos a Nuestro
Señor que grabe en nosotros estas verdades y sentimientos; anhelemos llegar a
poseer la plena convicción de ellos; ¡démonos al Espíritu de Dios para mirarnos
y tratarnos en lo sucesivo como la escoria moral de la humanidad y para sentir
nos felices de ser as! considerados y tratados por los demás.
ORACIÓN JACULATORIA: ¡Oh Dios mío!, miradme piadoso a
mí, el más vil de los pecadores. Lc 17, 1
Para
finalizar cada día:
LETANÍAS DE LA HUMILDAD
Venerable Cardenal Merry del Val
Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.
Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús
Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús
Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús
Del deseo de ser preferido a otros,
líbrame Jesús
Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús
Del temor de ser humillado, líbrame Jesús
Del temor de ser despreciado, líbrame
Jesús
Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús
Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús
Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús
Del temor de ser puesto en ridículo,
líbrame Jesús
Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús
Del temor de ser juzgado con malicia,
líbrame Jesús
Que otros sean más estimados que yo. Jesús
dame la gracia de desearlo
Que otros crezcan en la opinión del mundo
y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean alabados y de mí no se haga
caso. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean empleados en cargos y a mí
se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean preferidos a mí en todo.
Jesús dame la gracia de desearlo
Que los demás sean más santos que yo con
tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo
Oración:
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste
hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda
nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu
ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la
tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.
***
Sagrado Corazón de
Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón
de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca
san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles
Custodios, rogad por nosotros.
San Juan Eudes,
ruega por nosotros.
Todos los santos y
santas de Dios, rogad por nosotros.
***
¡Querido hermano,
si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!
***
Ave María
Purísima, sin pecado concebida.