DUODÉCIMA
MEDITACIÓN
Sobre
las mismas palabras: «Somos hijos de la cólera».
MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD
Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS
San Juan Eudes
Para
comenzar cada día:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro
enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios,
digamos la siguiente oración:
Profesión de Humildad
Señor Jesucristo,
nada somos,
nada podemos ni
valemos,
nada tenemos a no
ser nuestros pecados.
Somos siervos
inútiles, nacidos en la enemistad,
últimos de los
hombres,
primeros de los
pecadores.
Sea para nosotros
la vergüenza y la confusión,
y para ti, la
gloria y el honor por siempre jamás.
Señor Jesucristo,
compadécete de nosotros. Amén.
DUODÉCIMA
MEDITACIÓN
Sobre
las mismas palabras: «Somos hijos de la cólera».
Nosotros somos
infinitamente indignos de todo bien y en grado infinito dignos de todo mal, por
lo cual hemos de humillarnos y de detestarnos de veras.
PUNTO PRIMERO: Somos infinitamente indignos de todo
bien.
El carácter de
hijo de ira, de muerte y de iniquidad hace que seamos infinitamente indignos de
todo bien corporal, espiritual, temporal y eterno, en los dominios de la
naturaleza, de la gracia, de la gloria, venga de donde viniere, de parte del
Creador o de alguna de sus criaturas; nosotros, los pecadores, somos
infinitamente indignos de que el Creador o sus criaturas nos presten cualquier
género de asistencia, nos hagan obsequio alguno o nos dispensen un favor cual
ni siquiera merecemos que piense en nosotros ni que en forma alguna se
preocupen de nuestra persona.
¿Y cuáles son las
razones de esta indignidad infinita en relación con cuanto pueda favorecernos?
Primero, porque
nosotros por nuestros pecados nos hemos usurpado a nosotros mismos bienes
infinitos, como la gracia y la amistad de Dios, el carácter de hijos de Dios y
de herederos del mismo, el gozo de Dios para un futuro no lejano y de todos los
tesoros que El posee.
Segundo, porque
hemos privado con el pecado a Dios de un bien infinito al negarle el servicio,
el honor, el amor y la obediencia que le debíamos: bien infinito en su eterna
duración, porque cuando ejecutamos algo para Dios le tributamos un honor que
durará eternamente; bien infinito, en cierto modo, porque es infinitamente
debido a Dios, a causa de sus perfecciones infinitas y de las infinitas
obligaciones que para El tenemos; bien infinito, porque Dios lo conquistó para
Si por un precio infinito, el de la preciosa sangre de su Hijo.
Tercero, por
cuanto hemos querido privar a Dios de Jesucristo, Hombre-Dios, crucificándolo y
destruyéndolo; y por consiguiente también hemos pretendido privarlo del cuerpo
místico de Jesucristo, y de todos los honores, alabanzas, gloria, adoraciones y
servicios que Jesucristo tributará eternamente a su Padre tanto por Si mismo
corno por su cuerpo místico que es la Iglesia.
Cuarto, porque
hemos intentado privar a todas las criaturas de su Reparador. Que Sobran, pues,
razones para considerarnos infinitamente indignos de todo bien. Por esto, no
nos quejemos cuando no piensen en nosotros para hacernos algún favor o
beneficio, a qué creeríamos tener derecho; humillémonos, es lo único
aconsejable y hasta lógico.
PUNTO SEGUNDO: Nosotros somos dignos de todo mal.
Somos,
infinitamente merecedores de todo mal, de todo desprecio, confusión, castigo y
suplicio. Y digo infinitamente, es decir, en tal forma que sólo Dios lo puede
comprender; y digo de todo mal, de cuerpo y de alma, en el tiempo y en la
eternidad, venga de donde viniere, de parte de Dios y de parte de todas las
criaturas. Y ello es así, porque hemos hecho un mal infinito a Dios, a nosotros
mismos y a todas las criaturas y porque el pecado es un mal infinito en su
origen, en su naturaleza, en su objeto, en su fin y en sus efectos.
El pecador
ocasiona un mal infinito a Dios; pues según San Bernardo, por su propio
carácter aniquila a Dios.
Se infiere un mal
infinito a sí mismo, porque mata su cuerpo y su alma, aniquilándolas a una y a
otra según sus posibilidades.
Irroga un mal
infinito a todas las criaturas en el orden de la naturaleza, de la gracia y de
la gloria, puesto que las destruye a todas, Según lo hemos meditado
anteriormente.
Siendo esto así,
no debernos maravillarnos cuando se nos diga o haga algún mal, o cuando nos
castiga Nuestro Señor; antes bien, admirémonos de que el Creador y todas las
criaturas nos sufran fuera del infierno y de la nada.
PUNTO TERCERO: Jamás nos humillaremos bastante.
Corolario lógico
de las anteriores verdades son las siguientes:
Primero jamás
lograremos conocer a cabalidad el fondo insondable de nuestra indignidad y
miseria, y luego de haber ahondado en este conocimiento, hemos de reconocer que
es más lo que nos falta por averiguar que lo que de ello sabemos.
Segundo, que jamás
alcanzaremos a humillarnos demasiado, y que, aun cuando empleemos toda nuestra
capacidad en ello, siempre quedaremos infinitamente alejados de la humillación
debida a nuestra bajeza, y del último grado de la humildad. Sólo Nuestro Señor
logró llegar a este extremo, pues sólo El supo humillarse infinitamente.
Tercero, que aun
cuando todas las criaturas del cielo, de la tierra y del infierno se sirvieran
de su capacidad total Para colmarnos de oprobios, no lograrían inferirnos sino
una mínima parte de la confusión que merecemos.
Cuarto, sólo Dios
puede humillarnos en la medida de nuestra indignidad.
Supliquémosle que
imprima estas verdades en nuestra mente y que nos conceda la gracia de
aprovecharnos de su conocimiento. ¡Oh gran Dios! ¿Cómo es posible, si creemos
todo esto, que seamos orgullosos, que no queramos sufrir nada, que nos cueste
tanto trabajo humillarnos, que busquemos tanto los honores y que temamos tanto
los desprecios?
¡Oh mi Señor
Jesús!, apiádate de nosotros.
ORACIÓN JACULATORIA: «A nosotros pecadores venga
confusión y oprobio, a Ti empero, ríndanse honor y gloria por los siglos de los
siglos. Amén».
Para
finalizar cada día:
LETANÍAS DE LA HUMILDAD
Venerable Cardenal Merry del Val
Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.
Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús
Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús
Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús
Del deseo de ser preferido a otros,
líbrame Jesús
Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús
Del temor de ser humillado, líbrame Jesús
Del temor de ser despreciado, líbrame
Jesús
Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús
Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús
Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús
Del temor de ser puesto en ridículo,
líbrame Jesús
Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús
Del temor de ser juzgado con malicia,
líbrame Jesús
Que otros sean más estimados que yo. Jesús
dame la gracia de desearlo
Que otros crezcan en la opinión del mundo
y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean alabados y de mí no se haga
caso. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean empleados en cargos y a mí
se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean preferidos a mí en todo.
Jesús dame la gracia de desearlo
Que los demás sean más santos que yo con
tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo
Oración:
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste
hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda
nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu
ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la
tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.
***
Sagrado Corazón de
Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón
de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca
san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles
Custodios, rogad por nosotros.
San Juan Eudes,
ruega por nosotros.
Todos los santos y
santas de Dios, rogad por nosotros.
***
¡Querido hermano,
si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!
***
Ave María
Purísima, sin pecado concebida.