DÉCIMOTERCERA
MEDITACIÓN
Sobre
las mismas palabras: «Somos hijos de la cólera».
MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD
Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS
San Juan Eudes
Para
comenzar cada día:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro
enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios,
digamos la siguiente oración:
Profesión de Humildad
Señor Jesucristo,
nada somos,
nada podemos ni
valemos,
nada tenemos a no
ser nuestros pecados.
Somos siervos
inútiles, nacidos en la enemistad,
últimos de los
hombres,
primeros de los
pecadores.
Sea para nosotros
la vergüenza y la confusión,
y para ti, la
gloria y el honor por siempre jamás.
Señor Jesucristo,
compadécete de nosotros. Amén.
DÉCIMOTERCERA
MEDITACIÓN
Sobre
las mismas palabras: «Somos hijos de la cólera».
PUNTO PRIMERO: Nosotros hemos merecido la cólera de
Dios.
La pena mayor de
los condenados es la ira Divina: «Serán denominados el pueblo contra quien Dios
se encolerizó eternamente». Malaquías 1,4. Preferirían los réprobos ser
devorados por un fuego diez veces más ardiente que el que los atormenta, dice
San Crisóstomo, que el ver la faz de Dios abrasada de cólera contra ellos. Por
esta razón aullarán con desespero en el día del juicio: «Caed, oh montañas
sobre nosotros y ocultadnos de quien se sienta en el trono, y de la ira del
Cordero; porque ha llegado el gran día de ellos (todos los seres creados), y
¿quién podrá resistirles firmes y sin caer?» Ap 6, 16. Y San Pablo anuncia que
«sufrirán eternas penas con sólo ver la
faz airada del Señor». 2 Tesalonicenses 1,9.
Y nosotros hemos
merecido caer en tal condición, e infaliblemente hubiéramos incurrido por toda
la eternidad en la cólera del Señor Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo si
Nuestro Señor Jesucristo no nos hubiera librado de ello cargando sobre sí con
la cólera de su Padre, según éstas sus propias palabras: «¡Sobre mí recayó toda
vuestra ira!» Salmo 87,17. Bendigámosle, amémosle y humillémonos, al considerar
que, puesto que hemos merecido la ira de Dios, por lo mismo hemos merecido
muchísimo más todos las otras penas de esta vida y todos los suplicios del
infierno mismo que son mil veces más pequeños que el de la cólera divina.
PUNTO SEGUNDO: Hemos merecido la ira de todas las
criaturas del universo.
No solo réprobos
son el objeto de la cólera de Dios; sino que son también acreedores a la de
todas las criaturas de Dios, racionales e irracionales, sensibles o no, de las
que están en el cielo, en la tierra y en el infierno mismo. En efecto, la
divina Justicia se encarga de armar contra ellos a todas sus criaturas.
«Armará el Señor a
toda criatura para vindicarse de sus enemigos... y peleará a su lado el orbe
entero contra los insensatos (pecadores)». Sab 5,18-21.
En primer término,
la Virgen, todos los Santos, y los Ángeles todos del cielo se sienten animados
de la misma cólera de Dios contra ellos. Porque Dios a todos comunica ese mismo
sentimiento, y mientras; más unidos están a Dios, más intensamente participan
de su airado resentimiento. Y por esta razón, ellos aman lo que Dios ama, y
aborrecen por igual razón lo que El aborrece. De ahí el que la Santísima
Virgen, ella sola abriga mayor cólera y desagrado contra los condenados que
todos los Ángeles y Santos reunidos; y lo propio, guardadas las debidas
proporciones, ocurre con todos los bienaventurados.
En segundo lugar,
todas las criaturas que existen en la tierra, aún las insensibles e inanimadas
por naturaleza, están sin embargo animadas de la ira santa de Dios contra estos
miserables pecadores; de modo que no existe un solo átomo siquiera que no esté
abrasado de furibunda cólera contra ellos y que no sirva a la Justicia de Dios
para tomar venganza de las injurias que han irrogado a su Creador.
En tercer lugar,
todos los réprobos y los demonios todos aún cooperan con esta misma Justicia y
están animados de la cólera del Señor les unos contra los otros, de modo que
ellos mismos son sus mismos verdugos unos de otros, complaciéndose en
destrozarse, maldecirse, atormentarse mutuamente con insana ferocidad.
Finalmente, cada
condenado es su propio verdugo, furioso como está contra sí mismo, y se
aborrece y detesta sin poderse a sí propio soportar, ensañándose contra al
mismo mil veces más de lo que puedan hacerlos sus compañeros de condena: justo
castigo de Dios y efecto reflejo e íntimo de la tremenda venganza del Señor a
quien todos ultrajaron.
Pues bien,
nosotros hemos merecido llegar a esta situación, y debemos considerarnos como
unos miserables, dignos de ser por toda la eternidad el blanco de la cólera de
Dios y de la de todas sus criaturas; y a tal estado, sin duda, hubiéramos
llegado, si Nuestro
Señor en su
infinita misericordia no nos hubiera preservado de ello, tomando nuestro lugar,
prefiriendo ser El mismo el blanco de la cólera de todo el universo y de los
seres todos que en él moran. Amémosle y bendigámosle depositando en El en lo
sucesivo todo nuestro afecto. Humillémonos y concentremos toda nuestra rabia y
furor contra nosotros mismos, despreciándonos y aborreciéndonos según lo
merecemos, y consideremos que si hemos merecido ser el objeto de toda la ira de
los seres todos del orbe, somos por lo mismo infinitamente indignos de recibir
de ellos el menor favor; y que, aunque todas las criaturas se valieran de todo
su poder para humillarnos y perseguirnos, de sobra lo tenemos merecido.
PUNTO TERCERO: Nosotros hemos merecido las penas
eternas del infierno.
Fuera de la ira de
Dios y de todas las criaturas, los condenados sufrirán aún otras diversas
penas: el gusano roedor de la conciencia: «un gusano que no muere». Mc 9,45.
Una hediondez espantosa, gritos, alaridos, blasfemias, el hambre, la sed, el
fuego, suplicios para todas las partes del cuerpo y para las diferentes
facultades del alma; la rabia, el desespero, la confusión y la infamia, y lo
peor de todo, la eternidad de tantos sufrimientos.
Y nosotros hemos
merecido todo esto, y por consiguiente, mil veces más hemos merecido las
confusiones todas y todas las ignominias del mundo. Murámonos, pues, de
vergüenza, sabiendo todo esto, de sentir todavía orgullo y vanidad, y estima de
nosotros mismos, de juzgarnos dignos de cualquier consideración o favor y de no
ser capaces de soportar la menor humillación. Roguemos a Dios que grabe
profundamente en nuestro espíritu el conocimiento de nuestra triple herencia:
la nada, el pecado y la ira de Dios y de todas las criaturas de Dios, y por
añadidura, las penas del infierno. Es esto precisamente lo que significan las
palabras de nuestra profesión de humildad. «Nada podemos, nada valemos, somos
servidores inútiles, nada tenemos fuera del pecado y somos hijos de ira».
No pasemos un solo
día sin recordar y meditar estas verdades, a fin de que, en cuantas ocasiones
tengamos que humillarnos, y ellas se presentan a cada paso, tengamos a la vista
siempre estas cláusulas de nuestra herencia y nos sirvan para humillarnos sin
cesar en todo, según la enseñanza del Espíritu Santo: «Humíllate en todo y
hallarás gracia ante Dios». Eclo 3,20.
ORACIÓN JACULATORIA: «A nosotros pecadores, envíanos la
confusión y el oprobio, a Ti, empero, sea siempre honor y gloria, por los
siglos de los siglos. Amén».
Para
finalizar cada día:
LETANÍAS DE LA HUMILDAD
Venerable Cardenal Merry del Val
Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.
Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús
Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús
Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús
Del deseo de ser preferido a otros,
líbrame Jesús
Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús
Del temor de ser humillado, líbrame Jesús
Del temor de ser despreciado, líbrame
Jesús
Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús
Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús
Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús
Del temor de ser puesto en ridículo,
líbrame Jesús
Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús
Del temor de ser juzgado con malicia,
líbrame Jesús
Que otros sean más estimados que yo. Jesús
dame la gracia de desearlo
Que otros crezcan en la opinión del mundo
y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean alabados y de mí no se haga
caso. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean empleados en cargos y a mí
se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean preferidos a mí en todo.
Jesús dame la gracia de desearlo
Que los demás sean más santos que yo con
tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo
Oración:
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste
hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda
nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu
ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la
tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.
***
Sagrado Corazón de
Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón
de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca
san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles
Custodios, rogad por nosotros.
San Juan Eudes,
ruega por nosotros.
Todos los santos y
santas de Dios, rogad por nosotros.
***
¡Querido hermano,
si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!
***
Ave María
Purísima, sin pecado concebida.