DECIMOQUINTA
MEDITACIÓN
Sobre
las mismas palabras: «Somos los últimos de los hombres».
MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD
Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS
San Juan Eudes
Para
comenzar cada día:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro
enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios,
digamos la siguiente oración:
Profesión de Humildad
Señor Jesucristo,
nada somos,
nada podemos ni
valemos,
nada tenemos a no
ser nuestros pecados.
Somos siervos
inútiles, nacidos en la enemistad,
últimos de los
hombres,
primeros de los
pecadores.
Sea para nosotros
la vergüenza y la confusión,
y para ti, la
gloria y el honor por siempre jamás.
Señor Jesucristo,
compadécete de nosotros. Amén.
DECIMOQUINTA
MEDITACIÓN
Sobre
las mismas palabras: «Somos los últimos de los hombres».
PUNTO PRIMERO: Nuestro Señor se colocó en el último
lugar en su Encarnación y en su
infancia.
Nuestro Señor
buscó el último puesto, no sólo por sus palabras, y por sus pensamientos y
disposiciones interiores, sino también por sus actos durante toda su vida.
Teniendo que
hacerse hombre, hubiera podido tomar el estado más perfecto de la vida humana
desde el momento de su Encarnación, forjándose un cuerpo perfecto semejante al
que dio a Adán al crearlo; pero entre todos los estados de la vida humana,
escogió 01 último que es el de la infancia.
Teniendo que nacer
de una madre, hubiera podido escoger una de condición más elevada en el mundo,
por ejemplo una reina, o una princesa o una gran señora; y sin embargo eligió a
una de la más baja condición, pobre, y que tenía que ganarse la vida con su trabajo:
eligió a una mujer que se consideraba en su humildad la última de todas las
criaturas y la esclava del Señor.
Escogió también un
padre nutricio del mismo rango y condición y que también se juzgara el último
de los hombres, porque, después de la Santísima Virgen, jamás existió persona
más humilde y modesta que San José.
Debiendo
encarnarse en la Judea, hubiera podido escoger a Jerusalén para ello o alguna
otra ciudad célebre; más bien, en su humildad, eligió a Nazareth, aldea
despreciable, como se deduce de las palabras de Natanael: «¿De Nazaret puede
salir algo bueno?» Jn 1,46.
Teniendo que
nacer, hubiera podido ella escoger un palacio o algún otro lugar más
distinguido que el que eligió; quiso empero, nacer en el lugar más abyecto, en
un establo, en una cueva, refugio de animales, entre pajas y entre una mula y
un buey.
A los ocho días de
nacido, quiere recibir la marca del pecador y las libreas del pecado por la
circuncisión, lo que es ponerse en el último lugar, puesto que nada hay más
bajo que el pecado y la condición de pecador, con cuyas apariencias se reviste.
Para nacer escoge el tiempo, la estación, el mes y el momento más desapacible
del año y quiere nacer, no en calidad de Señor sino de vasallo de Augusto y
quiere ser empadronado en el censo y registro de la Roma pagana y dominadora.
Al ser presentado
al templo, quiere que por él se ofrezca, no un cordero, ofrenda de los ricos y
de los nobles, sino un par de pichones o tortolillas, que era la oblación de
los pobres y humildes hijos del pueblo.
Cuando Herodes le
busca para matarle, entre mil medios de que disponía para evadir su
persecución, elige el más deprimente y humillante, el de la fuga.
Entre todos los
países a donde hubiera podido decorosamente pedir un asilo, escoge el menos
digno de su presencia, El Egipto, dominado por los ídolos y los demonios.
Cuando se encuentra entre los doctores, comparece, no como maestro sino en
calidad de discípulo, no corno un sabio sino como un ignorante, que todo lo
pregunta, él que todo lo sabía.
Adoremos a Nuestro
Señor en todos estos lugares y en todas estas humillaciones; y cuanto más El se
humilló, esforcémonos por ensalzarlo. Bendigamos la gloria que tributó a su
Padre Eterno con sus abatimientos Y supliquémosle que nos haga participar de su
admirable espíritu de humildad.
PUNTO SEGUNDO: Jesucristo se colocó en el último lugar
todo el resto de su vida.
En casa de su
santísima Madre y de San José le correspondía el primer lugar, y escoge
invariablemente el último sitio. Y a pesar de estar muy por encima de ambos, no
quiere otro sitio entre ellos que el de súbdito: «Les estaba sujeto». Lc 2,51.
Entre todas las
condiciones de la vida humana, no toma la de príncipe, gentilhombre o magnate,
sino la última de todas, la del pobre que ha de ganarse el pan con su trabajo:
«Artesano e hijo de artesano». «¿Acaso no es éste un carpintero e hijo de
carpintero» Mt 13, 55.
En su bautismo, en
el Jordán, ocupa una vez más el último puesto queriendo ser bautizado como
cualquier pecador. «Es así como nos corresponde cumplir toda justicia», es
decir, toda humildad. Mt 3,15. Cuando se retira al desierto a orar, vive entre
los animales y permite a la más vil de todas las criaturas, al diablo,
acercársele, tentarle, es decir que se le trate como si fuera un pecador capaz
de incurrir en la culpa; más aún, permite al demonio tocarle y se deja
transportar en sus brazos de un lugar a otro, llegando con toda verdad a estar
de veras en el último puesto, que es a no dudarlo entre los brazos de Satanás.
Entre los apóstoles y discípulos toma también el último lugar, pues les dice:
«Estoy entre vosotros, no como el que se sienta a la mesa, sino como el que
sirve a ella» Lc 22,27.
En la última cena,
se prosterna a sus pies, para hacer la acción más baja que podamos imaginar,
cual es la de lavárselos, sin exceptuar siquiera los del pérfido Judas, no
vacilando en arrojarse a sus pies, es decir, los pies del demonio, pues según
sus propias palabras, como tal consideraba al traidor: «Uno de vosotros es un
demonio». Jn 6,71; y por consiguiente, una vez más se sitúa en el último lugar,
a los pies de un demonio, pues Judas es la personificación de la maldad más
refinada y ciertamente el hombre más malo que ha existido.
En su Pasión se
sometió al poder de las tinieblas: «Esta es vuestra hora y el poder de las
tinieblas» Lc, 12,53. Se ve tratado como un loco e insensato por Herodes y sus
cortesanos y por las turbas de las calles de Jerusalén, y muere en una cruz. Si
de pobreza se trata: nace, vive y muere en la más grande desnudez; si de
dolores, sufre hasta el máximo los mayores tormentos y martirios de cuerpo y de
alma; si de privaciones, jamás persona alguna las soportó, ni las soportará
iguales; si de humillaciones, nadie las tuvo que sufrir semejantes. Murió entre
dos bandoleros. «Será saturado de
oprobios», dice Jeremías.
Aún en su Iglesia
ocupa el último lugar, en el Santísimo Sacramento, en donde reside en calidad
de víctima, cargado con todos los pecados del mundo y soportando la humillación
y anonadamiento mayor que podamos concebir, habida consideración de la manera y
duración de tal estado.
En fin, en su
mismo estado glorioso del cielo, quiere llevar por toda la eternidad los
estigmas de la mayor ignominia a que se vio sometido en su vida mortal, las
señales de su crucifixión y muerte ignominiosa.
Adoremos,
bendigamos y exaltemos al Hijo de Dios en la práctica perfecta del amor que a
nosotros nos impuso: «Ocupa el último puesto». Démonos a Él para entrar en
tales sentimientos y disposiciones.
PUNTO TERCERO: Razones por las cuales Nuestro Señor
escogió el último puesto.
Consideremos los
motivos por los que el Hijo de. Dios quiso ocupar el último lugar; son cuatro
principales.
Primero, para
rendir homenaje por este extremo abatimiento a la suprema grandeza de su Padre
Eterno.
Segundo, para
reparar el ultraje irrogado a su Padre por el humano orgullo que nos impulsa a
buscar dondequiera los primeros puestos.
Tercero, para
confundir nuestra soberbia y obligarnos con su ejemplo a buscar la humildad.
Cuarto, para
merecernos la gracia de vencer nuestro orgullo e imitarlo en su humildad.
Démosle gracias por todo esto y avergoncémonos de ser tan orgullosos y altivos,
expresándole nuestro gran deseo de imitarlo y obedecer sus órdenes, de buscar
modestamente el último lugar dondequiera que estemos; para ello démonos a su
espíritu de humildad.
ORACIÓN JACULATORIA: «¡Oh mi Señor Jesús, me sentaré en
el último puesto.
Para
finalizar cada día:
LETANÍAS DE LA HUMILDAD
Venerable Cardenal Merry del Val
Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.
Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús
Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús
Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús
Del deseo de ser preferido a otros,
líbrame Jesús
Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús
Del temor de ser humillado, líbrame Jesús
Del temor de ser despreciado, líbrame
Jesús
Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús
Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús
Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús
Del temor de ser puesto en ridículo,
líbrame Jesús
Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús
Del temor de ser juzgado con malicia,
líbrame Jesús
Que otros sean más estimados que yo. Jesús
dame la gracia de desearlo
Que otros crezcan en la opinión del mundo
y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean alabados y de mí no se haga
caso. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean empleados en cargos y a mí
se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean preferidos a mí en todo.
Jesús dame la gracia de desearlo
Que los demás sean más santos que yo con
tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo
Oración:
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste
hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda
nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu
ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la
tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.
***
Sagrado Corazón de
Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón
de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca
san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles
Custodios, rogad por nosotros.
San Juan Eudes,
ruega por nosotros.
Todos los santos y
santas de Dios, rogad por nosotros.
***
¡Querido hermano,
si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!
***
Ave María
Purísima, sin pecado concebida.