18 de septiembre
SAN JOSÉ DE CUPERTINO, Confesor
Armémonos, revistiendo por coraza la fe y la caridad,
y por casco la esperanza de la salvaci6n.
(I Tesalonicences, 5, 8).
Temprano declaró San José la guerra a la carne y al
mundo. Mucho antes de su entrada en religión, llevaba un tosco cilicio y
maceraba su cuerpo con diversas austeridades. Admitido como doméstico entre los
Conventuales, fue después, a causa de sus eminentes virtudes, recibido entre
los religiosos de coro. Ordenado sacerdote en 1628, se retiró a una incómoda
celda, se despojó de todo lo que le había sido acordado por la regla y,
arrojándose al pie del crucifijo: Señor, exclamó, heme
aquí despojado de todas las cosas creadas, sé tú mi único tesoro; considero
todo otro bien como un peligro, como la pérdida de mi alma. Para
recompensar su generosidad, el Señor lo favoreció con numerosos éxtasis, y le
concedió el don de milagros y profecía. Murió el 18 de septiembre de 1663.
MEDITACIÓN SOBRE LAS ARMAS DEL CRISTIANO
I. Hay circunstancias en las que el cristiano no
triunfa sino mediante la huida. La castidad es uno de estos combates. ¿Quieres
obtener en ellos una victoria segura? Huye de las ocasiones, porque tienes a tu
cuerpo contra ti; es un enemigo doméstico que está en inteligencia con el
demonio, y que te traicionará. No tengas vergüenza de huir, si deseas
obtener la corona de la castidad. (San Agustín)
II. No resistas a quienes te abruman de injurias y de
burlas sangrientas, a quienes te desprecian, te calumnian o te maltratan de
cualquier manera que fuere: cállate, no trates de confundirlos, no les
devuelvas mal por mal. ¡Oh! ¡Qué difícil es contenerse en tales ocasiones; mas,
cuán agradable a Jesucristo es la victoria que obtienes sobre ti mismo! El
divino Maestro nada respondió a las calumnias y a las burlas de los judíos;
imítalo.
III. La fe, la esperanza y la caridad son las tres
armas que San Pablo nos presenta para hacernos triunfar de nuestros enemigos.
Considera con los ojos de la fe lo que ha sufrido Jesucristo, y tus
sufrimientos te parecerán leves; eleva tus miradas al cielo, y la esperanza de
obtener la corona sostendrá tu valor; ama a Dios, y sus mandamientos ya nada
tendrán de penoso para ti. Donde hay amor, no hay pena, o si existe
pena, hácese amable. (San Agustín)
La huida de las ocasiones
Orad por los que son tentados.
ORACIÓN
Oh Dios, que habéis querido que vuestro Unigénito
Hijo, levantado de la tierra, atrajese todo hacia Él, haced, os lo suplicamos
por los méritos del seráfico José, vuestro confesor, que elevados a su ejemplo
por sobre todas las cosas terrenales, merezcamos llegar a ese mismo Jesucristo
que vive y reina con Vos por los siglos de los siglos. Amén.