15 de septiembre
LOS SIETE
DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Era menester que el
Cristo padeciese
y así entrase en la gloria.
(Lucas, 24, 26).
Esta fiesta la celebraban con gran pompa los Servitas
ya en el siglo XVII y fue extendida por el Papa Pío VII en 1817 a toda la
Iglesia, en memoria de los sufrimientos infligidos a la Iglesia y a su jefe
visible por Napoleón I, y en acción de gracias a la Madre de Dios, cuya
intercesión les había dado fin. El Evangelio de la misa nos recuerda el momento
más doloroso de la vida de María, así como su inquebrantable firmeza: junto a
la cruz de Jesús está de pie María, su Madre.
MEDITACIÓN - LA VISTA DE LA CRUZ ES EL CONSUELO DEL CRISTIANO
I. Nada hay más consolador para un cristiano que poner
sus ojos en la cruz; ella es quien le enseña a sufrir todo, a ejemplo de
Jesucristo. Esta cruz anima su fe, fortifica su esperanza y abrasa su corazón
de amor divino. Los sufrimientos, las calumnias, la pobreza, las humillaciones
parecen agradables a quien contempla a Jesucristo en la cruz. La vista de la
serpiente de bronce sanaba a los israelitas en el desierto, y la vista de
vuestra cruz, oh mi divino Maestro, calrna nuestros dolores. No pienses
en tus aflicciones ni en lo que sufres, sino en lo que ha sufrido Jesús. (San
Bernardo)
II. ¡Qué dulce debe ser para un cristiano, en el
trance de la muerte, tomar entre sus manos el crucifijo y morir contemplándolo!
¡Qué gozo no tendré, entonces, si he imitado a mi Salvador crucificado, viendo
que todos mis sufrimientos han pasado! ¡Qué confianza no tendré en la cruz y en
la sangre que Jesucristo ha derramado por mi amor! ¡Qué dulce es morir besando
la cruz! El que contempla a Jesús inmolado en la cruz, debe despreciar
la muerte. (San Cipriano)
III. Qué consuelo para los justos, cuando vean la
señal de la cruz en el cielo, en el día del juicio y qué dolor, en cambio, para
los impíos que habrán sido sus enemigos. Penetra los sentimientos de unos y
otros. Que pesar para los malos por no haber querido, durante los breves
instantes que han pasado en la tierra, llevar una cruz ligera que les hubiera
procurado una gloria inmortal, y estar ahora obligados, en el infierno, a
llevar una cruz agobiadora, sin esperanza de ver alguna vez el fin de sus
sufrimientos.
El amor a la cruz
Orad por la conversión de los
infieles.
ORACIÓN
Oh Dios, durante cuya Pasión, según la profecía de
Simeón, una espada de dolor atravesó el alma dulcísima de la gloriosa Virgen y
Madre, concédenos, al venerar sus dolores, que consigamos los bienaventurados
efectos de vuestra Pasión. Vos que con el Padre y el Espíritu Santo vivís y
reináis por los siglos le los siglos. Amén.