CUARTA MEDITACIÓN
No somos nada, absolutamente nada bajo ningún aspecto
MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD
Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS
San Juan Eudes
Para comenzar cada día:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, digamos la siguiente oración:
Profesión de Humildad
Señor Jesucristo, nada somos,
nada podemos ni valemos,
nada tenemos a no ser nuestros pecados.
Somos siervos inútiles, nacidos en la enemistad,
últimos de los hombres,
primeros de los pecadores.
Sea para nosotros la vergüenza y la confusión,
y para ti, la gloria y el honor por siempre jamás.
Señor Jesucristo, compadécete de nosotros. Amén.
CUARTA MEDITACIÓN
No somos nada, absolutamente nada bajo ningún aspecto
PUNTO PRIMERO: Nada somos en razón de nuestro origen.
Adoremos al Espíritu Santo al darnos a conocer estas palabras que por boca de San Pablo hace llegar hasta nosotros: «Si alguien cree ser algo, no siendo absolutamente nada, a sí propio se engaña». Gal 6,3. Démonos a Él, suplicándole insistentemente que nos haga comprender bien esta verdad y que nos conceda la gracia de aprovechar sus enseñanzas. Consideremos que, ni corporal, ni espiritualmente, somos nada, puesto que tanto el cuerpo como el alma fueron sacados de la nada: con toda verdad, nuestro origen viene de la nada. Bien puede gloriarse quien quiera de su nobleza y nacimiento; que en cuanto a nosotros, todos venimos de la nada, pues de ella nos hizo Dios. Pero lo que aún debe humillarnos más, si cabe, es que ni siquiera hemos merecido que de tal estado Dios nos sacara, como tantos otros que nunca brotarán al reino de la vida. Sólo por pura bondad dé Dios hemos visto la luz. Además, he aquí otra cosa que ha de confundir nuestro orgullo: si a cada instante Dios no nos conservara, abandonándonos siquiera por un momento a nuestra suerte, retornaríamos de inmediato a la nada de que salimos: tan cierto es que por nuestra propia cuenta, no somos nada, absolutamente nada. Así pues, contad todos los momentos transcurridos desde que estáis en el mundo y comprended que otras tantas veces hubierais regresado a la nada, si Dios no hubiera realizado ese gran milagro de conservaros en el ser que os dio al crearos un día. Reconozcamos, pues, paladinamente que la nada es nuestra porción y herencia natural. Y es esto precisamente de lo único que podemos con toda razón gloriarnos: de nuestra nada y de nada más. Adoremos y bendigamos el poder y la bondad de Dios que de la nada nos sacó y que no cesa de preservarnos a cada instante de volver a la misma; pidámosle que imprima fuertemente estas verdades en nuestro espíritu, para que nos ayuden a acabar con nuestro orgullo y vanidad y así mantenernos en la santa humildad.
PUNTO SEGUNDO: Por nuestros pecados hemos merecido el ser aniquilados.
Consideremos que cuantas veces hemos ofendido a Dios, en cualquier forma, hemos merecido perder el ser que nos había dado, por haberlo empleado contra Él y ser reducidos nuevamente a la nada; y que si Él hubiera querido castigarnos según su justicia rigurosa nos hubiera en verdad destruido, según estas palabras: «Castígame, Señor!, pero hazlo judicialmente y no según tu cólera, para que no vayas de pronto a aniquilarme». Jr 1, 24.
«Sólo por un efecto de la misericordia divina no hemos sido consumidos y destruidos» Jer 3,22. Pues bien, quien ha merecido, y por tantas veces, ser aniquilado, cuánto más se ha hecho acreedor a todas las humillaciones, abatimientos y aflicciones de esta vida: ¿Qué opinión podemos formarnos y qué caso deberá hacerse de un individuo que ha merecido cien mil veces, no sólo la muerte sino su total anonadamiento? ¡Y cuán infundadas e insoportables serían la vanidad y la estima de el mismo en un hombre como éste que, no sólo ha sido arrancado de la nada sin mérito alguno de su parte, y que de ella se ha visto arrancado tantas veces cuantos instantes hace que vive en este mundo, sino que aún ha merecido con toda justicia volver a esa misma nada de que salió tantas veces cuantas ofendió a Aquél que bondadosamente de la nada lo libertó!
PUNTO TERCERO: Culpabilidad del orgullo humano.
Conocidas estas verdades, consideremos qué mal tan grande es el orgullo y la vanidad y cuán mal obra el que se cree algo, atribuyéndose algún mérito en lo que piensa, habla y realiza, o que busca desazonado, honores y alabanzas. El orgullo no es sino engaño, mentira y rapiña. Y ya que es una verdad de fe que no somos nada, quien se estima y cree ser algo, es un farsante y seductor que a sí propio se engaña. Ga 6,3.
El que habla bien de sí mismo es un mentiroso; el que a sí mismo se atribuye algo, buscando el honor y la gloria, es un ladrón que roba al que es el dueño de todo, lo que le pertenece para apropiárselo, siendo como es nada y menos que nada. San Pablo, por el contrario, al hablar de sí mismo, con toda modestia y humildad, dice: Sé que en mí no hay nada bueno Rom.,V11, 8. Tal debe ser nuestro lenguaje; el que estilan los Santos.
¿Cuántas veces hemos incurrido nosotros en ese pecado de orgullo? Pidamos perdón a Dios y supliquémosle que nos libre de esa presuntuosa vanidad en lo futuro. Y para mejor lograr corregir nuestro orgullo, pensemos a menudo en nuestro origen, al cual hubiéramos retornado si Dios en su misericordia no nos hubiera preservado.
ORACIÓN JACULATORIA: «Castígame, Señor, mas no con tu cólera, a fin de que no vayas a aniquilarme».
Para finalizar cada día:
LETANÍAS DE LA HUMILDAD
Venerable Cardenal Merry del Val
Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.
Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús
Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús
Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús
Del deseo de ser preferido a otros, líbrame Jesús
Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús
Del temor de ser humillado, líbrame Jesús
Del temor de ser despreciado, líbrame Jesús
Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús
Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús
Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús
Del temor de ser puesto en ridículo, líbrame Jesús
Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús
Del temor de ser juzgado con malicia, líbrame Jesús
Que otros sean más estimados que yo. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean alabados y de mí no se haga caso. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean preferidos a mí en todo. Jesús dame la gracia de desearlo
Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo
Oración:
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.
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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
San Juan Eudes, ruega por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
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¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.