XXII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Comentario al Evangelio
de la Catena Aurea de santo Tomás de Aquino.
Mateo 9, 18-22
Diciéndoles El estas cosas, se le aproximó un príncipe
de la sinagoga, y le adoró diciendo: "Señor, mi hija es ahora un cadáver;
mas ven, pon tu mano sobre ella y vivirá". Y levantándose Jesús le seguía
en compañía de sus discípulos. Y he aquí una mujer, que padecía hacía doce años
flujos de sangre, se le acercó por detrás y tocó la orla de su vestido. Porque
decía ella en su interior: "si llegare a tocar tan sólo su vestido,
quedaré sana": Y volviéndose Jesús, y viéndola, dijo: "Confía, hija,
tu fe te ha sanado", y desde aquella hora quedó completamente sana. (vv.
18-22)
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
Después de las palabras, siguió la acción, que debía cerrar por completo la
boca a los fariseos, puesto que el mismo Jefe de la sinagoga se había acercado
a Jesús para pedirle un milagro. Grande era su tristeza, porque era hija única
la difunta, tenía doce años y estaba en los primeros albores de la vida y por
eso dice: "Mientras El les hablaba estas cosas: He aquí que se le aproximó
uno de los principales".
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2, 28
San Marcos y San Lucas refieren el mismo hecho, aunque no en el mismo
orden, porque colocan este hecho después de su salida del país de los
Gerasenos, cuando atravesó el lago después de haber arrojado a los demonios que
se posesionaron del cuerpo de los cerdos. Según San Marcos, debió acontecer
este hecho después que Jesús atravesó por segunda vez el lago, aunque no se
sabe cuánto tiempo después. Debió indudablemente haber algún intervalo, porque
de otra manera no tendría lugar en la narración de San Mateo la permanencia de
Jesús en el convite de la casa de Mateo: a continuación de este hecho, sigue
inmediatamente el de la hija del jefe de la sinagoga. Porque si el referido
jefe se hubiera acercado a Jesús en el momento en que estaba haciendo las
comparaciones de la pieza de paño nuevo y del vino nuevo, no hubiera habido
interposición alguna entre sus acciones y palabras. Pero en la narración de San
Marcos, existe un espacio donde se pudieron interponer otras cosas. San Lucas
no contradice a San Mateo cuando dice: "He aquí que un hombre llamado
Jairo" ( Lc 8,41) . No debe colocarse este hecho a continuación, sino
después de lo que refiere San Mateo, sobre el convite de los publicanos, en los
términos siguientes: Mientras El les decía estas cosas, he aquí, que un
príncipe (es decir, Jairo, príncipe de la sinagoga) se acercó a El y le adoró
diciéndole: "Señor, mi hija acaba de morir". Se debe tener presente
(para evitar toda aparente contradicción), que los otros dos evangelistas no
dicen que estuviera muerta, sino próxima a morir. Hasta afirman que vinieron
después a anunciarle la muerte, a fin de no incomodar al Maestro. Es preciso
admitir, que San Mateo, para mayor brevedad, se contentó con referir la
petición, dirigida al Señor, de que hiciera lo que realmente ejecutó, es decir,
de que resucitara a una difunta. Porque en este pasaje no debemos fijarnos en
las palabras del padre sobre su hija, sino (y esto es lo esencial) en la
voluntad. Estaba él tan desesperado de que pudiera resucitar, que no se
imaginaba encontrar viva a la que dejó difunta. Dos evangelistas, pues, dan
testimonio de lo que dijo Jairo mientras que San Mateo de lo que deseó y lo que
pensó. Evidentemente, si uno de los primeros hubiera dicho que el mismo padre
dijo que no se molestase a Jesús, porque su hija estaba ya muerta, semejantes
palabras estarían en contradicción con las de San Mateo. Pero no se expresa en
la narración que estuviera conforme con las noticias que le daban sus criados.
De aquí la absoluta necesidad en que estamos de no dar a las palabras de cada
uno más valor que el que les da su propia voluntad, a quien están subordinadas
las palabras y de no inventar mentiras por haber dicho en otros términos lo que
realmente quiso decir, aunque con palabras distintas.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
O también: Lo que el príncipe dijo de la muerte de su hija, no es más que
una exageración propia del que anuncia una desgracia. Porque es natural en
todos los que piden algo presentar sus males como mayores y decir más de lo que
realmente es, con el objeto de interesar más a aquellos a quienes suplican. De
aquí aquellas palabras: "Pero ven, impón tu mano sobre ella y
vivirá". Ve aquí su confianza. Exige dos cosas de Cristo: el que vaya a su
casa y el que ponga su mano, precisamente lo que el Sirio Naaman exigió del
profeta ( 2Re 5). Porque necesitan ver y apreciar las cosas de una manera
sensible los que sólo tienen disposiciones vulgares.
Remigio
Admirable e igualmente digna de imitación es la humildad y la mansedumbre
del Señor, porque en seguida que fue suplicado, siguió al que le suplicó: por
eso se dice: "Y levantándose le seguía". De esta manera enseña lo
mismo a los súbditos que a los superiores: a los súbditos les dejó el ejemplo
de la obediencia y manifestó a los superiores la solicitud y la prontitud que
deben tener en la enseñanza: de suerte que deben acudir en seguida a cualquier
parte donde hubiere una persona muerta en su alma.
Sigue: Iban con El sus discípulos.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
San Marcos y San Lucas dicen, que llevó consigo tres de sus discípulos,
esto es, a Pedro, Santiago y Juan. A Mateo no le llevó para estimular más su
deseo y a causa de la imperfección de sus disposiciones. Honra con esta
distinción a aquellos, a fin de que los otros se hagan iguales a ellos y en
cuanto a San Mateo, le era suficiente el haber visto la curación de la mujer
que padecía el flujo de sangre, de la cual se dice: He aquí que una mujer, que
padecía un flujo de sangre, se acercó por detrás y tocó la orla del vestido del
Señor.
San Jerónimo
Esta mujer, que padecía un flujo de sangre, no se acerca al Señor ni en su
casa, ni en la ciudad (porque según la ley no podía habitar en las ciudades)
sino en el camino por donde pasaba el Señor, de suerte que el Señor, cuando iba
a curar a una, curó también a otra.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
Por eso no se acerca en público al Señor, porque tenía vergüenza a causa de
la enfermedad que padecía y por la que ella, apoyada en la ley, se tenía por
muy impura; por eso se esconde y se oculta.
Remigio
Debemos en esta acción alabar la humildad de la mujer, que no se acerca de
frente al Señor, sino por detrás, juzgándose indigna de tocar los pies del
Señor. No toca todo el vestido, sino solamente su franja, porque el vestido del
Señor tenía una franja conforme con el precepto de la ley. Llevaban los
fariseos en sus vestidos unas franjas, que ellos estimaban mucho, en las que
colocaban unas espinas; pero las de la franja del vestido del Señor no eran
para herir, sino para curar y por eso decía la mujer en su interior: "Si
tan sólo tocare su vestido, quedaré curada". Admirable es su fe, porque
desesperando de los médicos, en los que había gastado su capital (como dice San
Marcos) comprendió que había un médico celestial, puso en El toda su esperanza
y mereció ser curada según las palabras: Mas volviéndose Jesús y viéndola,
dijo: "Confía, hija, tu fe te ha salvado".
Rábano
¿Por qué mandó que tuviera confianza aquella mujer, que si no la hubiera
tenido no hubiera buscado en El la salud? Exigió de ella fuerza y perseverancia
en la fe, a fin de que llegara a tener una salud segura y verdadera.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2
O bien porque la mujer era tímida, le dijo: "Confía" y la llama
hija, porque con la fe se hizo hija.
San Jerónimo
Y no dijo: porque tu fe te ha de sanar, sino te sanó porque en el acto
mismo de creer fue curada.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
Aun no tenía ella un conocimiento exacto acerca de Cristo, pues creía que
podía permanecer oculta a sus miradas. Pero no le permitió Cristo que se
escondiese, no porque El ambicionase gloria alguna, sino por varios motivos:
Primeramente, calma su temor para que no le remordiera la conciencia de haber
arrebatado un don; en segundo lugar, la reprende de haber querido permanecer
oculta; en tercer lugar, pone su fe a la vista de todos, para que a todos sirva
de estímulo. Mostrando, en fin, que sabe todas las cosas, nos da una señal de
su divinidad, no menor que la que nos dio con el derramamiento de su sangre:
"Y esta mujer fue curada en aquel instante".
Glosa
Por aquella palabra: "desde aquella hora", debe entenderse no
desde aquella en que Jesús se volvió hacia la mujer, sino desde el momento en
que ella tocó la franja: como expresamente dicen otros evangelistas ( Mc 5,29; Lc
8,44) y hasta de las mismas palabras del Señor se colige claramente.
San Hilario, in Matthaeum, 3
Debemos admirar en este acontecimiento el gran poder del Señor, puesto que, permaneciendo ese poder dentro de un cuerpo, comunica a las cosas inanimadas la virtud de sanar, hasta el extremo de comunicarse la operación divina por la franja de los vestidos. No estaba Dios limitado en el estrecho límite de un cuerpo y su unión con el cuerpo no tenía por objeto encerrar en él todo su poder, sino elevar la fragilidad de nuestra carne hasta la obra de la redención.
Se entiende en sentido místico, por el príncipe de la sinagoga a la ley,
que suplica al Señor devuelva la vida al cadáver de este pueblo, a quien la
misma ley había estado alimentando con la esperanza de la venida de Cristo.
Rábano
También representa a Moisés y se le llama Jairo, esto es, el que ilumina o
es iluminado, porque él recibió las palabras de la vida eterna para
trasmitírnoslas a nosotros y hacerlas brillar de esta manera en los demás, al
mismo tiempo que él mismo es iluminado por el Espíritu Santo. La hija, pues,
del príncipe de la sinagoga, esto es, la sinagoga, de edad de doce años, es
decir, de la pubertad, está abatida por la gangrena de los errores, en el
momento que está obligada a engendrar hijos para Dios. Por eso el Verbo de Dios
corre hacia esta hija del príncipe para salvar a los hijos de Israel; la
Iglesia santa formada por las naciones, que perdían sus fuerzas por los
crímenes interiores que las corroían, consiguió salvarse por la fe que estaba
preparada para otros. Es digno de notarse, que la hija del príncipe estaba en
la edad de los doce años y la mujer curada del flujo de la sangre estuvo
padeciendo esta enfermedad durante doce años. Así que, cuando aquella nació,
principió ésta a padecer, casi al mismo tiempo en que la sinagoga nació de
entre los patriarcas y las naciones extrañas comenzaron a afearse con el
corrompido veneno de la idolatría. El flujo de sangre puede tomarse en dos
sentidos: por la corrupción y mancha de la idolatría, o también por todas las
maldades practicadas bajo el imperio del placer de la carne y de la sangre. De
ahí que, cuando la sinagoga tuvo vigor, luchó la Iglesia y sus pecados fueron
la causa de que pasara la salud a otras naciones ( Rom 11). La Iglesia se
acerca al Señor, lo toca, cuando se aproxima a El por la fe.
Glosa
Creyó, dijo, tocó; porque con estas tres cosas, la fe, la palabra y la
obra, se consigue la salud.
Rábano
Y se acercó por detrás, según aquellas palabras: "Si alguno me quiere servir, sígame" ( Jn 12,26). O bien, porque no viendo ella en la carne a la persona de Dios, llega a conocerlo después que fueron cumplidos los misterios de su Encarnación. Por eso toca la franja del vestido, figura del pueblo gentil, que no habiendo visto a Cristo en su carne, recibió sus palabras de la Encarnación. Porque el vestido representa el misterio de la Encarnación, en la que se cubrió la divinidad y las palabras que siguen a la Encarnación, representan la franja del vestido. Toca, no el vestido, sino la franja, porque no vio a Dios en la carne, sino que recibió por los Apóstoles la palabra de la Encarnación. ¡Dichoso el que toca con su fe, aun cuando no sea más que las extremidades del Verbo! No recupera la salud en la ciudad, sino en el camino por donde iba el Señor; por esta razón dijeron los Apóstoles: "porque por vuestra conducta os hacéis indignos de la vida eterna; por eso nos volvemos a los gentiles" ( Hch 13,46). Los gentiles comenzaron a gozar la salvación desde la llegada del Señor.
23-26
Y cuando llegó Jesús a la casa del príncipe y vio a los
flautistas, y a las turbas que se agolpaban, les dijo: "Retiraos; porque
no está muerta la niña, sino dormida". Y ellos se burlaban de El. Y
después que hubo sido echada fuera la muchedumbre, entró y cogió la mano de la
niña, y dijo: "Niña, levántate". Y resucitó la niña. Y se extendió el
rumor de este prodigio por toda aquella tierra. (vv. 23-26)
Glosa
A la curación de la mujer que padecía el flujo, sigue la resurrección de la
niña difunta, según aquellas palabras: "Y habiendo llegado Jesús a la casa
del príncipe".
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2
Debemos considerar en este pasaje, lo mucho que se detiene Jesús hablando
con la mujer curada, con el objeto de dar tiempo a que muriera la niña y
resaltara más la señal de su resurrección. Lo mismo hizo con Lázaro, que
permaneció muerto hasta el tercer día. Sigue: Y cuando vio a los flautistas y a
la muchedumbre que se agolpaba, prueba evidente de la muerte.
San Ambrosio, in Lucam, 6,62
Según costumbre antigua solían asistir a los entierros hombres que iban
tocando flautas a fin de mover al llanto.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2
Pero Cristo arrojó a todos los flautistas, e hizo entrar a los parientes de
la niña, a fin de que no pudieran atribuir a causas diferentes la resurrección
de la niña. Antes de la resurrección, los anima a que tengan esperanza con
estas palabras: "Retiraos; porque no está muerta la niña, sino
dormida".
Rábano
Como si dijera: Para vosotros está muerta, pero para Dios, que puede
resucitarla, tanto en el cuerpo como en el espíritu, está dormida.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2
Estas palabras, que levantaron una gran agitación en los que se hallaban
presentes, demuestran lo fácil que es para Cristo el resucitar a los muertos:
como sucedió con Lázaro : "Nuestro amigo Lázaro duerme" ( Jn 11,11).
Nos enseñan, además, que no debemos tener miedo a la muerte. El mismo había de
morir también y valiéndose de la muerte de otros hombres inspira confianza a
sus discípulos y les enseña a sufrir con valor la muerte. Porque desde su
venida, la muerte no es ya más que un sueño. Al oír los que se hallaban
presentes este lenguaje del Señor se burlaban de El. Pero Jesús despreció esta
burla, a fin de que la misma burla de los flautistas y los demás circunstantes
fuera una prueba evidente de la realidad de la muerte. Muchas veces no creen
los hombres en los milagros y se les convence con sus mismas contestaciones:
como aconteció con Lázaro cuando dijo Jesús: "¿Dónde le pusisteis?" (
Jn 11,34), a lo que contestaron ellos: "Ven y ve cómo ya huele (porque ya
han pasado cuatro días)" ( Jn 11,39). Ante esta confesión, no podían menos
de creer que efectivamente estaba muerto y que resucitó a un muerto.
San Jerónimo
No eran dignos de presenciar el hecho misterioso de la resurrección
aquellos que cubrían de oprobios y de injurias al que tales cosas hacía. Por
eso se dice: "Y como hubiese echado fuera a las turbas, entró, tomó la
mano de la niña y ésta resucitó".
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2
El no le da una nueva vida, sino que le devuelve la misma que había perdido
y la saca como de un sueño, para de este modo prepararla a que creyera (como si
lo viera) en su resurrección. Y no sólo resucita a la niña, sino que, como
dicen otros evangelistas, mandó que le dieran de comer, con el objeto de que
vieran no era una ilusión lo que acababa de hacer. Y sigue: "Y se extendió
su fama por todo el país".
Glosa
A fin de que no se tuviera por una ficción la grandeza y la novedad de este
milagro y que su realidad se extendiera entre el público.
San Hilario
En sentido místico, entra el Señor en casa del príncipe (es decir, en la
sinagoga), en el momento en que los cantores cantaban el himno del duelo según
prevenía la ley.
San Jerónimo
Hasta hoy permanece en la casa del príncipe la niña difunta y los que
parecen maestros, no son más que músicos de flauta que tocan composiciones
fúnebres. La turba de los judíos no es la del pueblo que cree, sino la del
pueblo que se agita; pero una vez que hubieren entrado todas las naciones, todo
Israel conseguirá su salvación ( Rom 11).
San Hilario, in Matthaeum, 9
A fin de que podamos comprender que era limitado el número de los
creyentes, fue arrojada toda la muchedumbre que burlándose con sus palabras y
sus acciones se hizo indigna de asistir a la resurrección, a pesar de que el
Señor deseó salvarla.
San Jerónimo
Y tomó la mano de la niña y ésta se levantó; porque no se levantará la
sinagoga, que es un cadáver de los judíos, hasta que éstos no purifiquen
primero sus manos, que están llenas de sangre ( Is 1).
San Hilario, in Matthaeum, 9
La fama que se extendió por todo aquel país, nos hace ver que Cristo fue
elegido para dar la salud y publica de un modo claro sus dones y sus obras.
Rábano
En sentido moral, la niña difunta en su casa figura al alma muerta en sus
pensamientos. Y dice el Salvador, que la niña no hace más que dormir; porque
los que pecan en esta vida, aun pueden resucitar mediante la penitencia: los
tocadores de flauta no hacen más que adular y ensalzar a la muerta.
San Gregorio Magno, Moralia, 18
Con el objeto de resucitar a la difunta, echa fuera a la muchedumbre.
Porque no resucitará el alma que interiormente está muerta, si no arroja antes
de lo más íntimo de su corazón la multitud de cuidados temporales.
Rábano
La niña es resucitada en su casa en presencia de unos cuantos testigos, el hombre joven fuera de la puerta y Lázaro delante de mucha gente; porque el que falta públicamente necesita dar una reparación pública y al que comete una falta ligera, se le puede borrar con una penitencia suave y oculta.
