Apareció al venerable Estanislao Cholcoca, dominico de Polonia, un alma del Purgatorio rodeada de vivísimas llamas, gimiendo y suspirando de una manera increíble.
La violencia del fuego la penetraba y traspasaba de una manera tan sorprendente, que el buen siervo de Dios, no se pudo contener en pedirle alguna semejanza o alguna prueba que le hiciese conocer su actividad y fuerza.
Si me pides una semejanza, respondió aquella alma, sábete que las más encendidas llamas de la tierra, son un céfiro suave en comparación del ardor que yo experimento; y si quieres una prueba, extiende la mano, y al decir es, o hizo caer sobre su palma una gota de sudor desprendido de la voracísima llama; con la que el siervo de Dios sintió tan excesivo dolor que exhaló un grito tal, que despertó a todos los hermanos que dormían, y no pudiendo resistir más al excesivo temor, cayó en tierra desmayado y casi muerto, conforme lo hallaron los otros religiosos que corriendo a su celda, apenas pudieron hacerle volver en sí con las más eficaces medicinas.
Preguntándole la causa de tanto mal, mostró la llaga producida por la ardorosa gota, de la cual se resintió todo el tiempo de su vida. Si, pues, una sola gota de aquel sudor fue tan penetrante y aflictiva,
¿qué hubiera sido una chispa, una llama, un incendio de aquel fuego devorador? Aprendamos de esto, (como predicaba después el siervo de Dios), cuán terrible sea el fuego del Purgatorio, y cuanto debamos hacer para evitarlo.