miércoles, 5 de noviembre de 2025

6. EJEMPLOS DE DEVOCIÓN A LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO

Murió en el convento de los religiosos menores de París un religioso apellidado el angélico por su vida angelical, y un maestro de Teología que había sido al gran confidente, aunque sabía bien la costumbre de aquel sagrado asilo, es decir, la obligación que tenía cada sacerdote de celebrar tres misas por el alma de cada difunto de la misma religión, sin embargo dejaron de ofrecerlas esta vez por el alma de dicho religioso, creyendo que por la alta perfección a que llegó en la tierra, fuese hecho desde luego feliz comprensor en el cielo.

Pero ¡cuán falaces son los juicios de los hombres! Aquel religioso que se creía tan perfecto cayó en el Purgatorio, dónde esperando en vano los acostumbrados sufragios de su amigo, de quien se los prometía aún mayores, se le apareció una noche quejándose amargamente de tal descuido entre los más acerbos dolores; de lo que asombrado el P. maestro quiso excusarse diciendo que no había pensado jamás que una perfección tan sublime hubiese necesitado refinarse en el fuego del Purgatorio.

Mas respondió aquella alma, no se puede humanamente comprender cuán rigurosos son los juicios de Dios y cuán


severamente castiga cualquier defecto. Los cielos no son limpios delante de sus ojos; halla en los más puros espíritus cosa de qué reprenderlo, y purifica toda mancha y defecto con tanto rigor de justicia, que emplea toda la fuerza de su omnipotencia para purificar con el más vivo fuego las almas y hacerlas dignas del Paraíso.

A cuyas palabras, arrepentido el Teólogo de su negligencia, ofreció en los tres siguientes días el augusto sacrificio del altar en sufragio de aquella alma con tanta devoción, que consiguió librarla del Purgatorio. Mas si tal lección aprovechó al difunto, no fue menos eficaz para el religioso vivo, el cual se dedicó después tan de veras a santificar su vida, que de sublime Teólogo de los divinos misterios, pasó a ser un vivo modelo de perfección cristiana.

Santifíquenos también a nosotros la misma lección, y haga que nos demos a la más exacta observancia de nuestros propios deberes. Fr. Mauro Ulyssipone en la Orden de los Men. P. 2. L. 4, C. 7.