Un sacerdote romano muy devoto de las almas del Purgatorio, fue trasportado en espíritu al templo de Santa Cecilia en Transtiber, en donde cortejada de un crecido número de ángeles y santos, apareció María Santísima sentada sobre su trono resplandeciente, y mientras reinaba por todas partes un profundo silencio, vio postrarse en medio de aquella sublime reunión, hacia la augusta Virgen, y en ademan suplicante, una mendiga cubierta da un vestido andrajoso, porque sobre los hombros llevaba una piel de rarísimo precio, la cual, con copiosas lágrimas; imploraba piedad por el alma de un ciudadano romano, que babia muerto hacia pocos instantes.
Era este Juan Patricio, señor de gran caridad; pero que por algunos defectos había sido condenado al Purgatorio. Esta preciosa piel que yo llevo, exclamaba la piadosa mujer, me la dio el difunto,
¡oh María! por amor vuestro en el umbral de vuestra Basílica, mientras yo me helaba de frío. En don tan sublime no puede quedar sin premio, un acto tan generoso no puede dejar de mover vuestro corazón a socorrerle.
Amparadlo, pues, ¡oh madre de las misericordias! en esta hora en que se encuentra en la mayor necesidad; dadle a él la vestidura de gloria, como él dio esta preciosa vestidura por vuestro amor.
Tres veces repitió tan fervorosa súplica la piadosa mujer, y uniéndosele para darle valor a sus ruegos, los ángeles y los santos allí presentes, ordenó María que fuese traído Juan a su presencia, el cual se presentó cargado de pesadas cadenas, y mientras él esperaba el éxito de su destino, la reina del cielo le hizo señal de gracia, y se vio en un instante libro de sus ataduras, y recibido y acogido como hijo do ella, y como hermano y compañero de aquella dichosa corte de ciudadanos del cielo, que entre mucho regocijo lo condujeron a la gloria eterna del Paraíso.
En esto desapareció la visión, la cual, con el ejemplo de la piadosa mendiga, nos enseña cómo debamos rogar a la Santísima Virgen e interponer, la mediación de los ángeles y de los santos, para obtener una más pronta libertad a las almas del Purgatorio. San Pedro Damiano, Opuse. 34, c. 4.