miércoles, 5 de noviembre de 2025

6 DE NOVIEMBRE. SAN SEVERO OBISPO Y MÁRTIR (SIGLO IV)

 


06 DE NOVIEMBRE

SAN SEVERO

OBISPO Y MÁRTIR (SIGLO IV)

SAN Severo —otra víctima para la saña de Daciano— forma con San Paciano y San Olegario esa excelsa trilogía de Prelados barceloneses, de la que tan justamente blasona la Ciudad Condal.

Cataluña le ha honrado desde tiempos inmemoriales. Las letanías de muchos manuscritos suelen nombrarle al lado de los mártires Narciso, Fructuoso y Cucufate. Y el historiador Pedro Aimerich dice que se apareció a San Pedro Nolasco, juntamente con Santa Eulalia, Santa Madrona y San Olegario.

No poseemos sus Actas originales. Probablemente, fueron mandadas destruir, como tantas otras, por los perseguidores. Los datos más fidedignos nos los suministra el Padre Flórez en su España Sagrada, que se apoya en documentos valiosos y en una tradición de respetable antigüedad. El Breviario antiguo barcinonense abunda también en noticias de añejo, sabor. Así, podemos leer en el himno litúrgico de Maitines:

«Este varón es noble, no del pueblo».

Noble, de ilustre casa, de familia cristiana, nacido en Barcelona.. Como tal, recibe pródiga educación y se consagra al estudio desde la -más tierna edad. Muy joven todavía, siente la atracción del altar. Estudia la carrera eclesiástica, descollando muy pronto entre el clero barcelonés por la claridad de su ciencia y por su ejemplar conducta. Sus extraordinarias dotes y fama de santidad le encumbran a la Sede episcopal, por voto unánime del clero y el pueblo, según costumbre vigente.

El clero y el pueblo

con todo cuidado,

ayudados por la divina gracia,

le eligieron unánimes

Pastor de la ciudad.

— dice el citado Himno.

El obispo debe ser, ante todo, eso: Pastor. Severo lo fue hasta «dar la vida por sus ovejas». Brilló, principalmente, con la luz de su ejemplo, de su fuerte vivir. En aquellos tiempos de persecución y de prueba, todo obispo que cumpliese con su deber merecía ya ser inscrito en el catálogo de los Santos. Tenía que pasar la vida en vilo, con vigilia tensa, si quería merecer el título de «buen Pastor». ¡Cuán vivas debían ser. sus exhortaciones, cuán heroica su fe, en medio de tantas hogueras y patíbulos!

Dios, según parece, reveló a su Siervo la gran persecución de Diocleciano. El alma de Severo se agigantaría con el presentimiento de una suprema y futura inmolación; que no era tan futura como acaso pudiera parecer...

Daciano, ministro imperial en España, llega en 303 a Barcelona, dispuesto a borrar del suelo hispano hasta el último vestigio de cristianismo. Los Prelados son presa codiciada, porque «herido el Pastor, se dispersarán fácilmente las ovejas». Sus primeras pesquisas se dirigen, por tanto, a averiguar el paradero del Obispo. Severo, pensando como San Cipriano que su presencia es ahora más necesaria que nunca, para esforzar con su palabra a los confesores de la Fe, abandona la Ciudad y se encamina a Castro. Octaviano —hoy San Cugat del Vallés—. Refiere 12 tradición que en el camino se encuentra con un labriego, que está sembrando habas. Se llama Emeterio y es cristiano. El Santo le informa de la terrible persecución que sufre la Iglesia. «Seguramente —le dice— no tardarán en venir en mi seguimiento. Si te preguntan, diles la verdad: me hallarán en Castro Octaviano».

Poco después, llegaban a aquel lugar los esbirros del Gobernador.

— ¿Ha pasado por aquí el Obispo Severo? —preguntan a Emeterio.

— Sí; y a la vista tenéis la maravilla de su paso; pues cuando hace poco habló conmigo, sembraba yo estas habas, que ahora estáis viendo en flor...

— ¿Eres tú, acaso, cristiano?

—Lo soy, ciertamente.

— Pronto dejarás de serlo. Síguenos.

Ya han llegado a Castro Octaviano. Severo, a imitación de Jesús, sale a su encuentro y les dice con impavidez:

—Yo soy el que buscáis.

Le acompañan cuatro clérigos barceloneses. Todos se declaran cristianos, resueltos a correr la misma suerte que su Obispo. Los seis son atados brutalmente como vulgares malhechores. Ya en la cárcel, la terrible flagellátio no quebranta la fortaleza de los confesores de Cristo, por lo que el Juez decide degollarlos en presencia de Severo, para 4úe éste, horrorizado ante el atroz espectáculo, reniegue de su fe, y toda la grey barcelonesa siga el ejemplo de su Pastor. Pero el valeroso Obispo no Cede a los halagos ni a las amenazas: Non cedit tentanti, neque trementi. Entonces, un impío satélite toma un clavo de hierro y, con sacrílega osadía, con Saña salvaje, se lo hunde entero al Mártir en la coronilla de la cabeza. Lo consigna también la antífona del Magníficat:

Impíus ecce venit furiata mente satelles, —Sanguíneam clavo dextram oneratus erat. — Qui rasi cápitis mucronem in vértice sistens, —Percussum clavo néxibus intus agit.

Con varios clavos más tejen luego un cerquillo en torno a la tonsura del Santo. Y así, cruenta y gloriosamente coronado, vuela al cielo,

donde lleva diadema

con celeste clámide.

Barcelona guarda en la Catedral preciosas reliquias del que fue su gran Pastor, y cuya traslación, ordenada por el rey don Martín, se celebra solemnemente todos los años el primer domingo de agosto.