Entre los muchos rasgos de generosa beneficencia de Eusebio, duque de Cerdeña, se cuenta la de haber destinado todos los réditos de una de sus más ricas ciudades, a beneficio del Purgatorio.
El poderoso rey de Sicilia, Ostorgio. ávido de gloria y mucho más de riquezas, le movió la guerra, y marchando de improviso con un poderoso ejército contra la piadosa ciudad, la sometió a su poder. Esta infausta conquista hirió el ánimo de Eusebio, más profundamente que si se hubiese perdido la mayor parte de su ducado; y resuelto a recobrar sus derechos, se movió con algunas tropas que pudo recoger en aquellas angustiadas circunstancias, para recuperar su posesión.
Muy inferior en número era el ejército del duque; pero marchaba valeroso en la confianza de que la desigualdad de la fuerza seria compensada con la santidad de la causa que defendía. Llegó el día de presentar la batalla, y mientras de una y otra parte se disponía el ataque, se dio aviso a Eusebio de que además del de Ostorgio, había aparecido un nuevo ejército con uniforme e insignias todas blancas; tan inesperado suceso le desconcertó al principio, y mandando contener todo movimiento, envió cuatro de a caballo a saber si aquel ejército venia como amigo o como enemigo.
Moviéronse al mismo tiempo de la otra parte otros tantos de a caballo que declararon ser milicia del cielo, que acudía en auxilio del duque para recuperar la piadosa ciudad de los sufragios, y poniéndose de acuerdo los dos ejércitos aliados, marcharon juntos con banderas desplegadas contra el invasor. Pasmóse Ostorgio al ver el doble ejército, y sabiendo que la que vestía de blanco era milicia celestial, mandó al momento a pedir la paz ofreciendo la restitución de la ciudad ocupada, y una doble recompensa por los daños ocasionados.
La paz fue concluida con condiciones muy ventajosas, y mientras el duque daba las gracias al prodigioso ejército por el socorro que le había prestado, el jefe de este le reveló que todos sus soldados eran almas libertadas por él del Purgatorio, las cuales incesantemente velaban por su felicidad.
Este prodigio no pudo menos de encender al buen duque en la devoción de las almas del Purgatorio, por cuyo medio alcanzó siempre grandes mercedes, las cuales no nos faltarán también a nosotros si con todo empeño nos damos a socorrerlas.