lunes, 24 de noviembre de 2025

25 DE NOVIEMBRE.- SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA, VIRGEN Y MÁRTIR (+HACIA EL 308)

 


25 DE NOVIEMBRE

SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA

VIRGEN Y MÁRTIR (+HACIA EL 308)

NO obstante, la niebla que rodea la áurea leyenda de Catalina de Alejandría —historia, en rigor, no la tiene— posee esta Santa una personalidad tan gloriosa, radiante Y popular — triplemente coronada, por sabia, por virgen y por mártir que se nos presenta como la más bella alegoría del ambiente religioso e intelectual de su época. La vida y la obra de la filósofa cristiana, «émula de Hipatía», interesan y atraen por igual a los eruditos y al pueblo. Su poética estampa —¡siglos de folklore no terminado aún!— ha levantado olas de simpatía y admiración a través de los tiempos. Y es que en esa maravillosa Leyenda que manos desconocidas tejieron amorosamente ya desde el siglo VIII, hay algo tan divino y tan humano, que parece más verídico que la misma historia. Es que —como ha escrito una enamorada de la Santa, la Condesa de Pardo Bazán— «Catalina no fue sólo una filósofa: la historia de su alma es una historia de amor; su corazón arde y quema. Por el sentir, no por el pensar, ha inspirado a los artistas más excelsos, desde los orígenes de la pintura; desde Van Eyck y Memling hasta Veronés y Vinci, todos quisieron entonar el epitalamio de los célicos Desposorios de la virgen alejandrina, que hoy, a la vuelta de dieciocho siglos, cantan aún los coros de niñas, atestiguando lo hondamente tradicional y popular del asunto»:

Una vez era una niña,

que Catalina se llama...

Era una fascinadora princesita —hija del rey siciliano Costo— que vivía en Alejandría de Egipto, a fines del siglo III. El nombre de Catalina —la pura, la blanca— correspondía al ser con rara propiedad. Pero esto no lo comprendecíamos sin situarla en su tiempo...

Alejandría: ciudad intelectual, emporio de la filosofía, con su célebre escuela; ciudad ecléctica, donde alzan sus cátedras Plotino, Porfirio, Hipatía, Jámblico..., y donde resuena la voz apostólica de Pedro el Patriarca. «Griegos y judíos —dice Pardo Bazán— andaban a la greña continuamente. Con el advenimiento de los cristianos se complicó el asunto. La formidable». En tanto que los paganos y los herejes degeneran el platonismo, los Padres de la Iglesia procuran su regeneración. Un día, Platón «se reencarnará en San Buenaventura». Pero, ahora, ¿dónde hallar quien armonice el saber con el sentimiento, la filosofía idealista con el martirio por la fe, la. belleza y la elegancia áticas con el puro ser de cristiano? He aquí, enviada por la Divina Providencia, a Catalina de Alejandría: la princesa magnífica, fastuosa —como la visten a porfía los pintores renacentistas — símbolo del triunfo de la filosofía cristiana.

¿Su vida?, Catalina crece entre mimos y regalos. Frecuenta desde niña las famosas escuelas alejandrinas, y a los dieciocho años descuella por sus conocimientos filosóficos. Es docta y elocuente, bella y amante de la belleza. Su favorito, Platón. Dotada de un alma exquisita, elevada, detesta, por una especie de necesidad estética, los vergonzosos excesos del césar Maximino Daia y el envilecimiento de la plebe. Sus procos o pretendientes, desdeñados una y otra vez, dicen que es altanera y dominadora, fría e inaccesible. «Y se convino en que bajo las magnificencias de su corpiño no latía un corazón». Sí: latía un corazón de fuego, aleteaba un espíritu desasosegado, lleno de ansias inconcretas, ávido de luz y de verdad, bien preparado para recibir a Cristo...

Por la belleza tangible llegó Catalina a la belleza increada: a Dios. Un día tuvo un encuentro feliz con el célebre ermitaño Trifón. El sublime Sermón de la Montaña trajo a su alma nuevas y maravillosas vibraciones. Descubrió la elevada pureza de la moral evangélica. Descubrió la inmaculada belleza de la Madre de Dios, y se sintió mezquina a su lado. Creyó y se bautizó. Y dice la Leyenda que Cristo, aquella misma noche, celebró con ella los místicos Desposorios. Desde entonces se convirtió en filósofa cristiana, en apologista de esa fe que —en frase paulina— «no se funda en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios».

El año 308, vemos a Catalina presentarse audazmente ante Maximino Daia en el templo de Apis, para recriminarle su conducta con los cristianos y demostrarle con el razonamiento sus nuevas creencias. El César se siente deslumbrado ante ella. Pronto se ve envuelto, arrollado, por su elocuencia torrencial. Se concierta una disputa pública con los más renombrados filósofos. Allí fue el genio de Catalina. Los versos de Homero, las sentencias de Platón y los textos de la Escritura, brotan de sus labios con tanta gracia y exactitud, que, no sólo pulverizan uno tras otro los argumentos de cincuenta engreídos doctores, sino que convierte a la mayor parte de ellos, a los que Maximino, loco de ira, manda degollar.

Para la Virgen invencible excogita un suplicio infernal: la famosa rueda o máquina de cuatro ruedas —erizadas de «navajas y cuchillos», dice la canción— que debe triturar su carne de lirio, pero que salta hecha pedazos a su contacto. Y fue la espada la que, al tronchar aquella cabeza pura y radiante —que cae cual gentil mariposa en las redes del divino Cazador—, colocó sobre ella la aureola blanca de las vírgenes, la aureola verde de los doctores y la aureola roja de los mártires, de las que sólo Santa Catalina aparece circundada en las antiguas vidrieras…