viernes, 7 de noviembre de 2025

8 DE NOVIEMBRE.- SAN ALVITO OBISPO DE LEÓN (+1063)

 


08 DE NOVIEMBRE

SAN ALVITO

OBISPO DE LEÓN (+1063)

HONRAR a ciertos Santos es evocar el pasado en que vivieron, porque fueron como la encarnación de su tiempo.

San Alvito, obispo de León, muerto en 1063, nos traslada al siglo XI español: época dura —de milicia, de santidad, de heroísmo—, que él vivió intensamente. Y nos obliga a alistarnos en la cabalgata centenaria de la Reconquista, en marcha hacia el soñado mojón de la unidad nacional. ¡Tiempos de epopeya!...

Heredero del espíritu de San Atilano y San Froilán, de San Genadio y San Rosendo de Celanova, no viste coraza ni ciñe tizona. Es una de esas almas predestinadas que Dios se reserva para sí desde la cuna, antes que el hálito del mundo pueda mancillar su candor o mermar sus posibilidades ingénitas. Su nombre pasará a la historia envuelto en halo glorioso, pero también en negros silencios.

Florece esta figura en el monasterio benedictino de Samos, en Galicia. El maestro Sarmiento dice que es descendiente de Aldosinda, hermana de San Rosendo. Ayer hablábamos de San Ernesto. Alvito sigue en su juventud la misma línea que el Abad de Zwifulda. Estudia en la escuela samiense; y aunque su nobleza le brinda un futuro brillante según el mundo, renuncia a él para encerrarse en el claustro. Llega a ser abad. Y también en sus días «los monjes edificaron y congregaron, florecieron en el interior y en el exterior, y Dios los bendijo largamente».

No es necesario resaltar aquí la alta misión de los monasterios en la Reconquista. Fueron solares de la Patria, asilo de la justicia y de la santidad, focos de heroísmo, palacio, curia, escuela y panteón. «Corte y entraña de toda la tierra» llamaba a la abadía Sancho el Mayor, y de ella sacaba. sus consejeros, sus maestros, sus obispos, «hombres —como él dice— llenos de bondad y de afabilidad, humildes, amables, disertos, bienhechores, pacíficos, misericordiosos, piadosos, justicieros, mansos, benignos, adornados de castidad, buenos salmistas, expertos computistaé, cantor.es, lectores y llenos de santa fe y de dulce caridad».

Así era el abad Alvito cuando —un día de 1057— se fijó en él la Providencia y, sacándolo de su amado retiro de San Julián de Samos, lo colocó al frente de la Sede legionense, vacante por renuncia del obispo Cipriano. Seis años dura su gobierno, durante los cuales vive en toda su emoción y eficiencia aquellos días de agitación patriótica, sin perder un momento la paz interior ni la fama de santo. Siempre humilde, caritativo y justo, su doctrina es savia vigorosa para las nuevas generaciones. Templa los espíritus para el sacrificio y enseña a levantar los ojos al Cielo. Su báculo pastoral fulgura junto a la cota de los Caballeros.

La faceta más interesante de su vida la constituyen, sin duda, sus relaciones con la Corte leonesa. Precisamente, el deseo de complacer a los grandes y piadosos reyes doña Sancha y don Fernando es el que le lleva a escribir el último y más hermoso capítulo de su carrera: un capítulo rigurosamente histórico que parece dorada leyenda...

Con ocasión de haber restaurado en León la iglesia de San Juan Bautista —elegida para sepultura suya y de sus hijos—, quiere don Fernando enrique cerla con reliquias de los Santos. Peto algunas de su especial devoción se hallan en Sevilla, en tierra de moros. Y hacia la Reina del Betis dirige. primero sus miradas, y luego sus armas. Benhabet —rey árabe — se entera de los propósitos del Monarca católico, y «sale a su encuentro cargado de ricos presentes, se los ofrece con humildad, al mismo tiempo que le ruega cese en las hostilidades y no destruya su reino, que él promete no sólo ser su amigo, Sino pagarle en testimonio de homenaje algún tributo cada año». Fernando aprovecha para pedirle el cuerpo de Santa Justa, martirizada en Sevilla. Benhabet se lo promete. E inmediatamente es llamado Alvito a la Corte, para que vaya a hacerse cargo del preciado tesoro. Le acompañan Ordoño, obispo de Astorga, y dos señores principales: don Gonzalo y don Fernando. Algunos soldados dan escolta a la Embajada leonesa.

Lo que pasó en Sevilla fue algo portentoso. San Isidoro —el gran Doctor de las Españas — se apareció por tres veces a San Alvito, manifestándole no ser voluntad del Cielo que se llevasen el cuerpo de la bienaventurada virgen justa, amparo de aquella Ciudad. A cambio, la divina Bondad les concedía su propio cuerpo. E indicándole el lugar donde estaba, le dijo: «Para que te certifiques de la verdad que se te manifiesta, te aviso que, descubierto mi sepulcro, y sacadas mis reliquias, enfermarás luego, y pasados pocos días vendrás a recibir la corona de la gloria».

Así sucedió. La tumba del santo Doctor fue hallada; y siete días después —el 5 de setiembre del 1063— descansaba Alvito en la paz del Señor.

Ambos sagrados cuerpos fueron trasladados a León bajo la custodia del Obispo de Astorga, siendo depositados, el de San Isidoro en la Iglesia de San Juan Bautista, y el de San. Alvito en la de Santa María de Regla, con asistencia de la Corte y de todo el pueblo leonés. Y cuenta el Tudense, que el mismo San Isidoro quiso asistir al entierro de San Alvito, pues, habiéndose aparecido a don Fernando, le ordenó trasladar su cuerpo a Santa María de Regla durante la ceremonia, «para que fuese sepultado con la honra que merecía...». ¡Qué fe la de aquellos hombres!