Cierta doncella llamada Gertrudis educada en la escuela de la caridad, se había acostumbrado desde los primeros años a ofrecer en sufragio de las almas del Purgatorio, la parte satisfactoria de todas las buenas obras que hacía. Era tan agradable, tan devota práctica al Purgatorio y al cielo, que no raras veces se complació el Señor en indicarle las almas más necesitadas a las cuales debía aplicarla, y las mismas almas que por su medio eran libradas de las penas, se le dejaban ver al subir a la gloria dándole gracias, y prometiéndole una grata correspondencia en el cielo.
En tan santo ejercicio había pasado ella casi todo el curso de su vida, y llena de confianza se acercaba a la muerte, cuando el enemigo infernal que de todo saca pretextos para tentar a los mortales, comenzó a representarle en la imaginación que ella se hallaba despojada de la parte satisfactoria de toda obra humana, y que próxima a dejar la vida; caería en el Purgatorio per muchísimo tiempo para purificarse en él de sus faltas.
Estas angustias de espíritu le habían de tal modo penetrado el corazón y sumergida en una desolación tal, que vino a consolarla su celestial esposo Jesús, el cual y ¿porqué, la dijo, oh Gertrudis, estás así pensativa y triste, tú que siempre habías gozado de la más alegre serenidad?
¡Ah Señor, respondió ella, cuán triste as mi situación! Cercana a la muerte me encuentro privada de la satisfacción de mis obras que apliqué a los difuntos; y ahora ¿con qué pagaré a la divina justicia las deudas de las culpas que he cometido?
Entonces el amoroso Salvador, no temas, replicó, oh querida esposa mía, pues que por eso mismo acrecentaste el capital de tus méritos, y no sólo llegaste a satisfacer la deuda de tus liberas faltas, sino que adquiriste también altísimos grados de gloria en la eterna bienaventuranza. Así remunera mi clemencia con premio tan generoso la caridad para con los difuntos, y tú presto vendrás a recibirlo en el Paraíso.
Dicho esto, desapareció, y desapareció también toda angustia del corazón de Gertrudis, y se sintió animada más que nunca de un gran fervor de sufragar a las almas de los difuntos. La declaración hecha por el Salvador a esta virgen, es instrucción y estímulo para nosotros. Animémonos, pues, del mayor fervor para socorrer a las almas del Purgatorio, pues será abundante e inmensa la merced con que seremos retribuidos en el cielo.