martes, 11 de noviembre de 2025

12 DE NOVIEMBRE.- SAN MILLÁN DE LA COGOLLA, CONFESOR (474-574)

 


12 DE NOVIEMBRE

SAN MILLÁN DE LA COGOLLA

CONFESOR (474-574)

EL gran secreto de la predestinación sigue siendo un misterio para nuestra humana curiosidad. Pero en vidas como la de San Millán tenemos la prueba más palmaria de que a nadie se le cierra el camino que conduce a Dios... ¿Pudo alguien imaginarse a un futuro santo en la persona de aquel zagalejo riojano, de familia humildísima, que a fines del siglo v recorría los aledaños de Berceo tras un hato de ovejas; de aquel rapaz que se pasaba las horas tocando el caramillo?...

Sin embargo, un día, el dedo de Dios le abrió los ojos, y su alma ingenua se levantó inesperadamente a la contemplación de las cosas más soberanas. Descubrió en la naturaleza una especie de inmanencia divina, sintió en su corazón el inefable hormigueo de la gracia y, con fervoroso espíritu de altura, voló a ponerse bajo la dirección de un santo ermitaño, llamado Félix, que habitaba las ruinas del castillo de Bilibio. Aquel zagal ignorante iba a ser un santo admirable, que asombraría a la España visigótica: «el primero en la caridad, en la paciencia insigne, sólido en la humildad, siempre compasivo y generoso, asiduo en la oración, fuerte en las vigilias, en los ayunos invencible y excelentísimo en toda clase de virtudes» — dicho con palabras de San Eugenio de Toledo.

Acuciado por los ejemplos del anacoreta, Millán prueba a subir la cima de la perfección por la ardua cuesta de la renuncia, de la soledad, de la lucha con las pasiones y el demonio, del ascetismo siempre progresivo, hasta llegar a la amistad, al trato asiduo, a la unión con Dios. El santo monje le enseña a leer y a dirigirse con paso firme por el camino de la virtud. Pero el Salterio es demasiado para él, y sólo logra aprender ocho salmos. No necesita más. Tiene lo principal, que es mucho amor a Dios y un deseo infinito de santificarse. Rico en reglas y tesoros de salvación, vuelve a Berceo. Cuarenta años va a vivir retirado en lo más impenetrable y desierto del monte Dircecio, gojando de la compañía de los ángeles, luchando con los demonios, sufriendo el rigor de las estaciones y la tristeza de la soledad, «perseverando infatigable en su combate — como dirá su biógrafo, San Braulio— y absteniéndose enteramente del mal».

«Andaba por los montes, por los fuertes logares, — por las cuestas enfiestas e por los espinares: —encara hoy en día parecen los altares — los que estonz ficieron los sos santos polgares.— El buen siervo de Cristo, tales penas levando, — por las montañas yermas las carnes martiriando, — iba enna Cogolla todavía puiando, —e cuanto más puiaba, más: iba meiorando. —Andando por las sierras el ermitán señero, —subió enna Cogolla en somo del otero, —allí sufrió gran guerra el santo caballero— de fuertes temporales e del mortal guerrero».

Así describe el poeta Gonzalo de Bet:ceo, su paisano, aquella heroica y oscura vida, que acabó por ser luz inocultable, como «la ciudad edificada sobre el monte», de que nos habla el Evangelio. Requerido insistentemente por Dídimo, obispo de Tarazona, el sacerdocio viene a desbaratar sus sueños de humildad. Es nombrado cura de Birgegio, donde brilla por su caridad para con los pobres, a cuyas manos van a parar no sólo sus beneficios personales, sino hasta las rentas de la parroquia. «Adelantóse ahora en ciencia y en ingenio a los antiguos filósofos del mundo» —dice San Braulio—; porque para su predicación, «escogía en los prados de la inefable Divinidad flores de sabiduría». Su conducta era el mejor sermón. Mas, acaso por envidia, acaso porque su santidad era un reproche continuo para los que estaban muy lejos de parecérsele, es falsamente acusado de malversar los bienes de la Iglesia, por lo que el Obispo, dando oído a la malevolencia, le quita la administración de la parroquia. Millán, desengañado una vez más del mundo, siente renacer sus sueños anacoréticos y la nostalgia de aquel «logar cobdiciadero» en el que pasara las mejores horas de su existen cia en angélica compañía...

Fue a ocultarse a una gruta que había a media legua de Berceo, convertida hoy en oratorio. Empezaron otros cuarenta años de oración incesante, de ruda abstinencia, de fiera lucha contra el «mortal guerrero», que una vez le retó a pelear con él y lo maltrató terriblemente, hasta que el Santo invocó el nombre de Jesús. Tras estos «fuertes temporales», la luz de los milagros y profecías más impresionantes vino a iluminar aquel antro con claridades de cielo. Las gentes subían al monte, y nadie bajaba de él sin sentirse aliviado, enfervorizado, mejor. Libró del demonio al senador Nepociano, a su esposa Proseria y a la casa de Honorio, senador de Parpalines. Multiplicó el pan y el vino para dar de comer a la multitud. Una mujer coja sanó al tocar su báculo. Dos ladrones que le robaron el caballejo de que se servía, perdieron la vista en el acto... El año 574, Millán anunció el tremendo castigo que se cernía sobre la región cántabra, si no se hacía pública penitencia. Su voz fue desoída. Aquel mismo año moría el santo Eremita centenario en manos del presbítero Aselo; y unos meses más tarde, el ejército de Leovigildo entraba a saco en Amaya...

Sobre la tumba del humilde pastorcillo de Berceo se levantó el llamado «Escorial de la Rioja», que —repetimos el colofón de un códice emilianense— «guarda su recuerdo en bendición».