En el seráfico convento de la Concepción de las islas Canarias, en el año de 1641, habiendo muerto el gran siervo de Dios, Fr. Juan de Vía, el buen lego Ascenso, que le había asistido con mucha caridad en su última enfermedad, como enfermero, ofrecía sufragios a Dios por su alma; cuando en el mayor fervor de su oración fue sobrecogido por la aparición de un religioso de su orden todo rodeado de resplandecientes rayos que le ofuscaban la vista.
Dos veces se dejó ver, y dos veces desapareció aquel maravilloso espíritu con romper el silencio; pero a la tercera, cobrando ánimo el enfermero: en el nombre de Dios, dijo, os pregunto, ¿quién sois y qué deseáis de mí? A cuya pregunta respondió: yo soy el alma de Fr. Juan, por la que tú ruegas, y vengo con permiso de Dios a decirte, que he sido elegido para el cielo, de lo cual poseo una prenda en los resplandores que me rodean.
Bendigo y doy gracias al Señor por su infinita misericordia para conmigo, más entretanto sufro el cruel martirio de una larga dilación en pena de haber omitido algunos oficios de Réquiem que debía de rezar en vida por mis hermanos difuntos.
Te ruego, por tanto, por aquella bondad que siempre me has manifestado, que pongas todo empeño para que con la mayor solicitud se supla mi falta, a fin de que, quitado el impedimento, pueda lo más presto posible, llegar a la consecución del sumo bien, que es el colmo do mis deseos.
No bien había acabado estas palabras el espíritu aparecido, cuando voló el enfermero al padre guardián para informarle de la visión que había tenido; el cual solícito por satisfacer los deseos del difunto, convocó a capítulo a todos los religiosos del convento, y habiéndoles referido brevemente el suceso, ordenó que cada uno fuese a la iglesia a rezar aquellos oficios cuya omisión tenía detenido a su hermano en el Purgatorio.
Así lo hizo, y de allí a poco, volvió rodeado de los más vivos resplandores, y lleno de un júbilo sin igual, a dar gracias al enfermero y a la religiosa comunidad, por la gracia obtenida en virtud de la cual se iba a gozar de Dios eternamente. ¡Dichoso él, y no menos dichosos nosotros si le podemos seguir! ¿Mas de quién depende sino de nosotros el seguirle a aquella patria bienaventurada imitémosle en la santa conducta de la vida, y entonces participaremos de su celestial felicidad después de la muerte? Fr. Frans. G. de, Origin. Seruph. Relig. Part. 4. in Proime Canar, n. 7.