sábado, 28 de junio de 2025

29 DE JULIO. SANTA MARTA, VIRGEN (SIGLO I)

 

29 DE JULIO

SANTA MARTA

VIRGEN (SIGLO I)

JESÚS —dice el Evangelio— amaba a Marta, a María y a Lázaro». En estas sencillas palabras se encierra la historia más deliciosa que contar se puede. ¿Quién, en efecto, no conoce y admira las páginas de la Escritura Santa referentes al encuentro de Cristo con la Magdalena, a la cena en el castillo de Betania o a la milagrosa resurrección de Lázaro?

No ha mucho —el día 22 de este mes—, pintábamos el cromo evangélico de la Pecadora de Magdala. Era de un rojo intenso, trágico, hiriente como el rayo de su fulgurante conversión. El d: Marta —de quien la Liturgia hace hoy memoria— es más sencillo, más ordinario, de tonos más desvaídos —tonos de atardecer trajinero—; pero de inexhausta humanidad también. Trataremos de reproducirlo con toda fidelidad.

Tres veces nada más aparece el nombre de Marta en el Evangelio. Y, sin embargo, su perfil sugestivo se destaca sobre el de aquellas «santas mujeres» que «asistían al Señor con sus bienes». Los primeros trazos son de San Lucas, que nos cuenta este delicioso episodio:

«Prosiguiendo Jesús con los suyos el viaje, entró en cierta aldea, donde una mujer, por nombre Marta, le hospedó en su casa. Tenía ésta una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.

» Mientras tanto, Marta andaba muy atareada en disponer todo lo necesario. Y presentándose a Jesús, le dijo: Señor, ¿no ves que mi hermana me deja sola en las faenas de la casa? Dile, pues, que me ayude.

»Pero el Señor le respondió: Marta, Marta, tú te afanas y te acongojas en muchas cosas. Una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada».

Esta escena —tan maravillosamente plasmada por los pinceles de Gustavo Doré al mismo tiempo que nos da la genuina fisonomía de Marta—la mujer casera, solícita, prudente, honesta, caritativa, señora de su casa, «cuya luz no se apaga en toda la noche», según la expresión de la Biblia— es una gran lección de Jesús. Lección que algunos comentaristas interpretan, diciendo que Marta y María no son sino dos caracteres. Marta, el tipo de la «vida activa»; María, el de la contemplativa». El Señor parece dar la preferencia a la contemplación. Santo Tomás opina que la perfección espiritual consiste en la armonía de ambas vidas, según los designios de Dios sobre cada alma.

Para otros autores la lección de Cristo es más universal. «Una sola cosa es necesaria» —dicen— la salvación eterna. Todo lo que de ella nos distrae, es nocivo para nuestra alma. Por eso Jesús reprocha a Marta, no su «amorosa solicitud», sino su excesiva preocupación por las cosas, su «división» interna. Y así lo entendió ella. Pérez de Urbel dice —lo dice también la tradición— que «desde este día supo poner en sus cuidados terrenos algo más dulce, más sereno, más profundo; en cualquiera de sus actos podía verse la perenne donación del alma».

La segunda vez que Marta interviene ea el grandioso drama evangélico lo hace como protagonista de una escena cumbre: la resurrección de su hermano Lázaro. San Juan —testigo de excepción— narra este hecho con un encanto y delicadeza inimitables. ¡Lástima que no podamos transcribirlo íntegro! He aquí un fragmento de importancia excepcional:

Dice Marta a Jesús:

—Si hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto. Pero aún ahora sé que cualquier cosa que pidas a Dios, te la concederá.

— Resucitará tu hermano —responde el Señor categóricamente.

— Ya sé —replica Marta —que resucitará en la resurrección del último día.

— Yo soy la resurrección y la 'vida. El que cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá. Y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?

— Sí, Señor, yo he creído siempre que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo que has venido a este mundo.

¡Qué fe resignada en las palabras de Marta, y qué majestad en las de Jesús! ¿Verdad que es ésta una página gloriosa, una de las cumbres del Evangelio? Cristo aparece aquí en toda su grandeza divina. Y la personalidad de Marta se idealiza hasta lo inefable. «Hay que releer en el texto las palabras cruzadas entre el Maestro y las dos hermanas —dice Cristiani, Decano de la Facultad Católica de Letras de Lyón para penetrarse del elevado sentimiento de gravedad, dignidad y tristeza contenida y resignada, que revelan la santidad de Marta y de María».

Jesús, en premio, obra el estupendo milagro de la resurrección de Lázaro, «a fin de que los hombres crean que es Enviado de Dios»...

Pocos días después se celebra un banquete en casa de Simón el Leproso, para festejar el fausto acontecimiento. Con tal motivo vuelven los Evangelios a mencionar a Marta, para decirnos simplemente que «servía a la mesa». Siempre la misma: siempre inquieta y desvelada por atender a su Señor.

Desde aquí cesan los textos y empieza la leyenda del naufragio y arribo casual a las costas marsellesas, del apostolado de los tres santos hermanos en Francia y del famoso dragón llamado «Tarasca». Nada sabemos con certeza, pero es indudable que, después del holocausto del Calvario, Santa Marta forma parte de aquel grupo escogido de fieles que Lacordaire llama magníficamente «reliquias vivas de la vida del Salvador».