24 DE JULIO
SAN FRANCISCO SOLANO
APÓSTOL DEL PERÚ (1549-1610)
EN la historia de la civilización americana, el nombre de Francisco Solano —«Apóstol del Perú, Adelantado de Cristo, Andariego sublime, Sol en el imperio del Sol y Águila Real en la patria del Cóndor»— es tan famoso como el de los más insignes capitanes y conquistadores. Y en nuestra historia figura entre los grandes misioneros y apóstoles —conquistadores pacíficos— de su hora más gloriosa: de aquella hora dorada en que España, abriendo brecha al mito, se entrega a una prodigiosa empresa espiritual por el camino doblemente heroico de la misión y de la conquista, y crea el gran Imperio de la Hispanidad...
Montilla, la rica y hermosa Montilla, la de los grandes ideales, patria del «Gran Capitán», regala prócer cuna a Francisco en el hogar de Mateo Sánchez Solano y de Ana Ximénez Hidalgo, un venturoso 10 de marzo de 1549. Y con la cuna, la belleza ardiente de aquella impronta de santidad y heroísmo que dejara en ella San Fernando. De sus padres —hidalgos de cepa— hereda, con la fe, las virtudes más genuinas de la Raza; y, sobre todas, una virilidad inquebrantable de carácter y una sensibilidad exquisita, muy andaluza. El Cielo le da rica vena de talentos y dotes de alma perfecta.
Una aureola de prestigio le circunda apenas pone el pie en el Colegio montillano de la Compañía. Estudia con avidez y provecho Filosofía y Humanidades. Con los brotes de las primeras pasiones siente en su alma las dulces emociones de la gracia divina. Una rara inclinación guía con frecuencia sus pasos hacia la Huerta del Adalid, donde está enclavado el convento de San Lorenzo... A los veinte años pide el hábito de fraile menor. La consagrada expresión «santo novicio» cobra en Francisco plena vivencia durante el año de probación. Es el vivo retrato del Serafín Umbro: dulce, austero, extático. Profesa. Estudia; siempre tenaz, inteligente, empeñoso. Canta misa en Loreto en 1575. ¿Estarán colmados sus anhelos? No: se ha hecho sacerdote para mejor ser apóstol, y apóstol en las misiones de ultramar. Este es el acicate de su vida.
Antes de pasar a América, Fray Francisco estrena sus armas en España. Andalucía es el teatro de esta primera acción evangélica. Émulo del Maestro Ávila, su voz enciende llamaradas de fe en pueblos y ciudades durante catorce años. Hace obras portentosas. La fama le sigue, le persigue. El Santo se esconde bajo la capa de la humildad, pero el perfume de la santidad le traiciona. Los cargos llueven sobre él: Maestro de Novicios, Guardián, Custodio, Visitador... Francisco calla, obedece, espera. En su alma arde el ideal misionero como una fogata inmensa…
El católico rey Felipe II hizo posible este sueño de oro, al solicitar de los Padres Franciscanos nuevos apóstoles para América. A fines de febrero de 1589 sale de Sevilla una flota al mando de don García Hurtado de Mendoza. Quijote místico y aventurero, allá va el hijo de los hidalgos de Montilla —sin otra provisión que su pobreza seráfica y sus dulces palabras— a sembrar de milagros los vastos horizontes del Nuevo Mundo. Tiene ahora cuarenta años y está más ilusionado que un novicio. ¡Inquietud siempre ardiente y moza de apóstol!
Santo Domingo, Cartagena, Portobelo y Panamá son los primeros jalones de un viaje tejido de heroísmos, de esfuerzos geniales, de santas audacias. A la altura de la Gorgona, un golpe de mar parte la nave. En el fragor de la tormenta, rondándole la muerte, Francisco —todo arranque, todo fe— consciente de su misión, catequiza y bautiza al centenar de negros guineos que forman parte de la despavorida tripulación. Son las primicias de su ubérrima cosecha misionera. Un bajel de socorro —el bajel de la Providencia profetizado por el Santo— pone a salvo a los náufragos.
¡Lima, Potosí, riberas del Salí, del Ureña, del Uruguay y del Plata! Francisco Solano, con su sencilla estrategia de «Andariego sublime», recorre palmo a palmo inmensas lejanías, levantando, cual polvo luminoso, almas redimidas para Cristo y señalando su ruta evangélica con mojones de nuevas cristiandades. Su ansia de apóstol no le deja sentir las largas caminatas. «Sol en el imperio del Sol», esplende con luz de milagros, con destellos de verdad y de vida. La espada de sus dulces palabras rinde ejércitos enteros. No exageramos: un día, en Santiago del Estero, nueve mil guaraníes deponen a sus pies las armas, pidiéndole el bautismo.
Fray Francisco repasa los Andes en 1602. Le han nombrado Guardián de la Recolección de Lima. De aquí parten sus últimas correrías hacia Puno, Cuzco, Trujillo, Cajamarca, Paita... Pero ahora, como al Poverello, el éxtasis le sorprende en medio del tráfago de los caminos. Le basta ver una flor, un pajarillo, un bello paisaje... Su vida se poetiza a medida que se acerca el fin. Su misma muerte es una ingenua Florecilla de humanísima evidencia. Ya a punto de partir, las aves se dan cita en torno a su lecho. Vienen a despedir al «Águila Reab. El Santo las bendice con una sonrisa y les repite su habitual saludo: ¡Alabado sea Dios!»… Y abate sus alas intrépidas en rendida entrega a los designios del Señor.
Desde que Benedicto XIII lo canonizó —en 1726—, Perú entero es un altar al gran «Adelantado de Cristo», Francisco Solano.