domingo, 20 de julio de 2025

21 DE JULIO. SANTA PRÁXEDES, VIRGEN (+HACIA EL 164)

 


21 DE JULIO

SANTA PRÁXEDES

VIRGEN (+HACIA EL 164)

ENTRE la brillante pléyade de doncellas cristianas que en los albores de la Iglesia consagran a Cristo la flor de su virginidad, hay figuras de superior relieve para las que apenas tenemos un recuerdo. ¿Que están demasiado lejos de nosotros? No. Los Santos —no nos cansaremos de repetirlo — son siempre de actualidad, como lo es la virtud; y la sagrada Liturgia celebra periódicamente su memoria con emoción íntima y nueva, con fidelidad inviolable y santa. Así, cada día, vuelven al recuerdo especial de la Iglesia nombres tan gloriosos como los de Práxedes y Pudenciana, las hermanas untas, cuya vida — ejemplo admirable de pureza, de fe y de caridad en medio de una sociedad envenenada — vamos a ofrecer al lector, a través de este ligero apunte biográfico.

La cuna de estas dos vírgenes romanas, mecida por la abundancia y el regalo, las prístinas caricias del Cristianismo naciente: caricias de amor, de pureza, de fe, de martirio... De su padre —el senador Pudens o Pudente— dice el Martirologio Romano que, «revestido de Jesucristo por el bautismo, conservó inmaculada hasta el fin de sus días la túnica de la inocencia». Su familia —lo leemos en el Estudio de Roma Cristiana — es gloriosa hasta en el nombre, evocador de honestidad, de temor de Dios, de noble prosapia y renovación. A ella cabe el honor de realizar la transición de las ideas egoístas de] antiguo patriciado a los sentimientos de la verdadera fraternidad cristiana. Su casa —nos atenemos a los escritos del presbítero Pastor— da hospedaje a San Pedro, cuando llega por vez primera a Roma, en el año 42. Más tarde, con aprobación y plácemes de San Pío I, será trasformada en él primer título o. iglesia de la Ciudad Eterna...

Éstos son los tesoros que San Pudencio deja al morir a sus hijas, Práxedes y Pudenciana. Dicho con palabras de Pastor: «Al volar al Señor, dejó a sus bijas el rico patrimonio de la castidad y del conocimiento de la ley divina». A partir de este día, la piedad cristiana embarga exclusivamente —con un ex Clusivismo abierto en caridades— la existencia toda de las santas hermanas. El: obispo Pío guía sabiamente su afán. Siguiendo sus directrices, se consagran a Dios por el voto de virginidad, ponen su opulenta fortuna en manos de la Iglesia —tan necesitada y perseguida — y se entregan de lleno a esa vida de sublime fervor, que en los primeros siglos del Cristianismo constituye un auténtico milagro del cielo sobre la tierra mancillada. Son dos ángeles de la caridad. Los «hermanos» reciben de ellos auxilios generosos, y a veces heroicos: los esclavos, libertad; los necesitados, ayuda; los enfermos, cuidados maternales; los huérfanos, asilo; los ignorantes, doctrina; los débiles, aliento; los tristes, consolación, y todos, admirable ejemplo de santidad. Su casa, consagrada a Dios, es la morada de los que no tienen morada; templo y refugio a la vez. «Hospedaban en su palacio a los «santos» —dice Rivadeneira—, entreteníanlos y regalábanlos, y en ella, como en puerto seguro, se acogían; y juntábanlos a hacer oración y a oír misa, y a recibir el Cuerpo del Señor». De esta manera, tan sencilla y tan difícil a un tiempo, con su lámpara de vírgenes prudentes siempre encendida, van acreciendo la herencia paterna, fieles al consejo evangélico: Thesaurizate autem thesauros in cælo: atesorad más bien tesoros en el cielo

Siempre alerta, con el amor y la esperanza en las cosas de arriba, Pudenciana oyó un día la voz dulcísima del Esposo divino, y se fue con un coro de ángeles a la gloria. Práxedes continuó viviendo en la casa paterna.

El año 161, con la subida de Marco Aurelio al trono imperial, se abre un negro paréntesis en la historia de la Iglesia: una persecución verdaderamente satánica que derrama ella sola más sangre cristiana que las de Nerón y Domiciano juntas. Esta furiosa tempestad brinda a la virgen Práxedes ocasión excelente para derramar en caridades su corazón generoso, y lo hace sin reservas y sin miedos. No obstante, su existencia diáfana va nublándose poco a poco de tristezas, al ver los atroces sufrimientos de sus hermanos en la fe. Y de tristeza muere, hacia el año 164. «No pudiendo sufrir tan bárbaro espectáculo —dice el Breviario —, pide al Señor que, si es su voluntad, la exima de presenciar por más tiempo la desolación de la Iglesia. Y Dios la escucha benigno, y se la lleva al cielo en recompensa de su piedad». Y las Actas concluyen: «Práxedes, virgen consagrada, voló al Señor el 12 de las calendas de agosto. Yo, Pastor, sacerdote, enterré su cuerpo al lado de su padre y hermana, en el Cementerio de Priscila, en la Vía Salaria».

Epílogo. En Roma —en la antiquísima iglesia de Santa Pudenciana— existe un mosaico precioso del siglo IX. Aparece en él Jesucristo, sentado en un trono, cabe la cruz, y rodeado de los Apóstoles. Detrás de este primer plano se ven dos matronas coronadas, en las que los célebres arqueólogos Juan Bautista Rossi y Horacio Marucchi, reconocen a las santas Práxedes y Pudenciana. Todo un símbolo. Hermanas en la sangre, en la fe, en la pureza y en la caridad, el artista ha querido que lo fueran también en la gloria. No otra cosa ha hecho la Iglesia, que ha enlazado siempre el recuerdo de estas dos vírgenes en la memoria de los siglos, como el más hermoso ejemplo de hermandad cristiana.