18 DE JULIO
SAN CAMILO DE LELIS
FUNDADOR (1550-1614)
POR decreto del inmortal Pontífice León XIII —Roma, 22 de junio de 1886—, San Camilo de Lelis comparte con San Juan de Dios la gloria de ser «celestial Patrono de todos los enfermos, enfermeros y hospitales del mundo católico». Pero antes compartiera con Juan Ciudad los azares de una juventud desorientada y los dolores de una vida de sacrificio, consagrada totalmente, heroicamente, a la caridad. Alguien, con frase feliz, le ha llamado «Ángel de la misericordia». Lo es doblemente: por su acción personal y por la de sus hijos, los Ministros de los Enfermos o Camilos, Padres de la Buena Muerte, Hermanos del Bello Morir.
En Bucchianico —provincia de Chieti— vive el capitán Juan de Lelis, descendiente de una hidalga familia que ha dado a la Patria hombres excelentes. Él mismo ha sido uno de los soldados más bizarros de Carlos V y de Felipe II. Nunca, empero, ni aun en medio de los mayores triunfos, se ha sentido enteramente feliz. Durante treinta años de matrimonio con la noble y distinguida señora doña Camila Compellis, ha soñado en el hijo que viniera a poner un poco de calor en el desierto hogar. Ahora, ambos sexagenarios, han perdido toda esperanza de tener sucesión…
Pero he aquí que el 25 de mayo de 1550, se corre por Bucchianico la noticia de que doña Camila acaba de ser madre. Todos celebran la fausta nueva como cosa propia, pues los Lelis son bienquistos de ricos y pobres. De aquéllos, por sus méritos; de éstos, por sus caridades. Y a doña Camila desde este día no le dan otro nombre que el de «Santa Isabel», por haber renovado Dios en ella el milagro del nacimiento de San Juan Bautista.
Camilo —así llaman en el Bautismo a este fruto de bendición— queda huérfano a los trece años; y aunque su madre ha volcado en él con tierno y piadoso desvelo todas las mieles de su gran corazón, un carácter ardiente, inquieto y rebelde, lo despeña por un abismo de locuras. El juego, su gran pasión, le enreda y le pierde como trampa del diablo. Sin embargo, ni aun en sus peores días sacrificará la lealtad, la misericordia o el honor, ni torcerá la rectitud de los principios.
Camilo, siguiendo el genio de la familia, al llegar a los diecinueve años, se lanza a la vida azarosa de la milicia con el ímpetu y atolondramiento de quien se lo juega todo en una sola carta. Le expulsan del ejército por sus travesuras. Camino de Fermo, se le abre en la pierna una herida misteriosa: una herida que va a aparecer en los momentos cruciales de su existencia, y que él llamará cuna caricia divina». Impresionado con la vista de dos frailes menores, promete hacerse franciscano; pero se quiebra su buen propósito al ser rechazado en el convento de San Bernardino de Aquila. Con la idea de curar su llaga y hacer algún dinero, entra de enfermero en el hospital romano de Santiago, siendo expulsado a poco por su temperamento alocado y pendenciero y por su afición a los naipes.
Aquí comienza una etapa más agitada y promiscua. Sienta plaza de soldado en una nave veneciana. Lucha en Zara, en Corfú, en Cattaro. Pasa a servir a la corona de España. En 1574, durante una tempestad marítima renueva el voto de hacerse franciscano. Apenas pone pie en tierra, las malditas cartas dan al traste con su buen propósito. Esta vez pierde hasta la camisa. Mendiga el pan. Para colmo de males — ¡para colmo de bienes! — reaparece la herida. Dios quiere convertirle por medio de la humillación. del dolor y de la miseria. Por casualidad le admiten de bracero en el convento capuchino de Manfredonia. El encuentro con Fray Ángel endereza definitivamente su vida, después de tan quebrados derroteros. Y Camilo se entrega con docilidad en manos de la Gracia. La llamita de la vocación ya sólo espera el soplo divino que la convierta en volcán...
A los veinticinco años toma el hábito de San Francisco. El pecador se ha trocado en santo de una manera brusca, radical: omnígena virtute insígnitus!, que dirá la Bula de su canonización. Todos le llaman «Fray Humilde». Pero su vida sigue girando en torno a la llaga misteriosa que, cual voz del Cielo, le trae y le lleva del hospital de Santiago al convento, del convento al hospital de Santiago. Al fin se queda en el hospital. Ha comprendido su misión: seré padre y redentor de los que sufren. La indiferencia con que se trata a los enfermos, le hiere en lo vivo. En su alma nace la idea de fundar una Orden dedicada a su cuidado por vocación y puro amor de Dios. Lo más importante es la asistencia espiritual de los moribundos. Para ello, él mismo recibe la ordenación sacerdotal a los treinta y dos años. Obtiene la capellanía de la Madonnina dei Miracoli. Aquí, en 1584, nace —entre contradicciones y prodigios— la Compañía de los Camilos, que Sixto V aprueba dos años después. Su insignia es una cruz roja, símbolo de sacrificio y de muerte, y sus miembros se obligan por voto a asistir en sus casas a los enfermos contagiosos. Muy pronto —en 1588— la peste de Nápoles pone a prueba de heroísmo la caridad del Fundador y de sus Hijos. Todo es rápido y milagroso en esta obra que a la muerte del Santo —1614—, llena ya toda Italia.
Camilo no era viejo, pero estaba agotado. Jugador empedernido, el «Ángel de la caridad» aprendiera tan bien este divino juego, que se había jugado la vida por ganar almas para Dios.