miércoles, 30 de julio de 2025

31 DE JULIO. SAN IGNACIO DE LOYOLA, FUNDADOR DE LOS JESUITAS (1491-1556)

 


31 DE JULIO

SAN IGNACIO DE LOYOLA

FUNDADOR DE LOS JESUITAS (1491-1556)

LO habéis visto pintado por Coello, por Leal, por Rubens, por Salaverría... En las galerías de españoles ilustres, ninguno como él. Su personalidad —son palabras de Bohmer, profesor en Leipzig— «causa sencillamente estupor». Fuego significa su nombre. Tiene corazón de fuego y alma de gigante, «más grande que el mundo». Es el prototipo genial del carácter y espíritu hispanos —un español del tiempo imperial que va desde el Rey Católico a Carlos V—; una vida inquieta, rebelde, indómita —como su tierra vasca— de hombre que no se somete a las circunstancias, sino que se las crea a su medida. Es el último vástago de don Beltrán Yáñez de Oñaz y Loyola —hijo de noble sangre y cristiano hogar— a quien han dejado en herencia el heroísmo, sus mayores en Beotivar, su padre en Granada, sus cinco hermanos. que el acero derribará. Se llama Iñigo de Loyola. Un día, cuando la Gracia se le haga encontradiza, se autorretratará con estas palabras: «Mi voluntad es conquistar todo el mundo infiel, para la mayor gloria de Dios».

Pero no es ésta la música que ahora le zumba en las venas, henchidas de ímpetu, sino la de su propia gloria. Nos imaginamos las santas recomendaciones que, al trocar el castillo de Loyola por la Corte de los Reyes Católicos, le hace su cristiana madre, doña María Sáenz de Belda. Ignacio las olvida pronto. «Amigo de galas y de traerse bien», dado a' devaneos mundanos, abandona el estudio para llenar su espíritu de Tristanes y Amadíes. Y, «comenzando a hervirle la sangre», cambia la muelle inactividad cortesana por la azarosa profesión de la milicia. Fray Luis de Granada le llamará «soldado desgarrado y sin letras».

Para sus sueños de gloria humana halla un poderoso protector en el noble caballero arevalense, Juan Velázquez de Cuéllar. «Brioso y de grande ánimo», recio de voluntad y de nervios, levantado para las grandes empresas, asciende en seguida a oficial del Duque de Nájera. En los albores de 1521 lo encontramos ya defendiendo heroicamente el castillo de Pamplona. Y el mismo año — luctuosa fecha en que Lutero rompe con la Iglesia — Ignacio cae herido en Ja lucha, para levantarse. como Capitán de una nueva Milicia que combatirá la Reforma en duelo permanente y triunfal.

La metralla enemiga ha roto la trayectoria de su vida. En la forzada quietud de la convalecencia, la gracia divina da pábulo a su fantasía con libros devotos. Leyendo el Flos Sanctorum, hace un maravilloso descubrimiento: «También son héroes los Santos. Pues yo tengo que ser como ellos: si Santo Domingo y. San Francisco hicieron esto, también yo lo he de hacer». E Ignacio de Loyola cambia sus ideales de gloria mundana por un ideal único, obsesionante: la mayor gloria de Dios...

Los primeros pasos de su integración espiritual causan asombro y constituyen la parte más dramática de su vida. El 25 de marzo de 1522 estrena la nueva armadura: un saco de cáñamo, una cuerda como ceñidor y unas alpargatas de esparto. Y el altivo galán que, «para poder llevar una bota muy justa y pulida», se deja cortar un hueso con extraño estoicismo, a pie y descalzo emprende la romería de Jerusalén. En Montserrat vela sus armas ante la Virgen, como paladín de una nueva Caballería. Su vida en la Santa Cueva de Manresa —vida de espantosas penitencias y sublimes consuelos sobrenaturales — es inenarrable. Alumbra allí el prodigioso libro de los Ejercicios Espirituales — «lo mejor que en esta vida puedo pensar, sentir y entender», nos dice con sincera humildad —, modelo de equilibrio entre lo humano y lo divino, que Paulo III dará como «suma de perfección religiosa». Con él anuncia al mundo su novísima y admirable estrategia espiritual: la posibilidad de santificarse en el ejercicio de las acciones más comunes, el espíritu de obediencia y «la mayor gloria de Dios» como norma suprema de vida.

Han pasado varios años. Ignacio ha peregrinado a Tierra Santa. Convencido de que la moderna y flamante máquina del Renacimiento y la herejía sólo puede ser combatida con la ciencia, ha adquirido una formación de vanguardia en las Universidades de Salamanca, Alcalá y París. En el Colegio de Santa Bárbara se atrae a varios compañeros y sienta —en 1534— las bases de una Institución con aire y espíritu militar: la Compañía de Jesús. Sus primeros soldados son gigantes. Recordad a Fabro, Javier, Laínez, Salmerón, Rodríguez y Bobadilla. i Al fin, se ha impuesto su vocación guerrera!

En 1540 aprueba Paulo III la nueva fundación. En los diecisiete años que van desde esta fecha hasta la de su muerte, Ignacio de Loyola no sólo llega a la posesión plena de su grandioso ideal, sino que logra transfundirlo a sus Hijos. Unido él inquebrantablemente al Papa, obliga a la Compañía, con voto especial, a que le obedezca. Así, viene a ser como la guardia de Corps de la Santa Sede, cuyos mílites —en frase de Pío XII— «han merecido siempre ser citados en la orden del día».

La Compañía de Jesús no ha tenido ni infancia ni vejez. Dinámica en su espíritu, universal en su acción, siempre ha sido madre fecunda de santos y de sabios. Y esta fecundidad maravillosa es el índice máximo de la grandeza espiritual de su Fundador y de su ideal sublime: Ad maiorem Dei gloriam.

¡Que así fue el Santo Patriarca Ignacio de Loyola, gloria de España, Caballero de la Santa Obediencia!