sábado, 26 de julio de 2025

27 DE JULIO. SAN PANTALEÓN, MÉDICO Y MÁRTIR (+303)

 


27 DE JULIO

SAN PANTALEÓN

MÉDICO Y MÁRTIR (+303)

EL grandioso drama de la guerra de exterminio declarada a la Iglesia por los Emperadores romanos está a punto de concluir; pero el epílogo va a ser terriblemente trágico. En marzo de 303, Diocleciano, cediendo a la presión de su César Galerio —si hemos de dar fe al relato de Lactancio, en su obra De mórtibus persecutorum—, dicta la última, la más enconada y feroz persecución contra el Cristianismo. Una de las páginas más gloriosas de esta historia de sangre la escribe con la suya propia el mártir Pantaleón, hoy celestial Patrono de los médicos católicos, juntamente con San Lucas y los santos hermanos Cosme y Damián. Leámosla.

Es nativo de Nicomedia —Asia Menor—, y pertenece a una distinguida familia que goza de sólida posición social. Ha recibido el ser del senador Eustorgio, idólatra de religión, y de Eubula, matrona de alta raigambre y convicción cristiana. La muerte prematura de su madre tuerce el rumbo de su educación. Eustorgio lo pone bajo la férula del pagano Eufrosino, médico de la imperial casa, quien, al mismo tiempo que en la medicina, lo instruye en las prácticas idolátricas. El extraordinario talento de Pantaleón lleva su nombre a la Corte. Diocleciano le admira. La buena sociedad le abre las puertas y le distingue con su amistad. El porvenir le ofrece su sonrisa ancha y triunfal... Pero Dios le reserva más gloriosa palma que los lauros de la ciencia y el fervor de las multitudes...

Una entrevista ocasional —digamos providencial— con el santo sacerdote Hermolao, viene a disipar de repente las tinieblas de su espíritu con la lámpara maravillosa de la verdad cristiana.

— Una sola ambición tengo —dice el joven al sacerdote—: poder curar todas las enfermedades humanas.

— Noble ambición, muy digna de alabanza —responde Hermolao—. Pero ten presente lo que voy a decirte: ni Esculapio, ni Hipócrates, ni Galeno satisfarán nunca tus laudables propósitos. La única panacea universal es Jesucristo, que cura los cuerpos y las almas y da la vida eterna. En su nombre restituyen sus discípulos la vista a los ciegos, el oído a los sordos, el habla a los mudos y la vida a los muertos.

Pantaleón se ha conmovido al escuchar las palabras del sacerdote.

— Mi madre —dice con efusión— era también cristiana; pero la arrebató la muerte antes que pudiese enseñarme la medicina de Cristo...

Hermolao le instruye en la fe.

Ahora Pantaleón quiere probar por sí mismo la verdad del Evangelio. Al efecto, invoca el nombre de Jesús sobre un niño muerto por una víbora. El niño resucita. Ante semejante prodigio corre a echarse a los pies del sacerdote y le pide el bautismo. Poco después, cura a un ciego de nacimiento. El milagro convierte a su propio padre. i Magnífico premio para el joven y poderoso estímulo para su fe! Lleno de fervor apostólico, inicia una intensa propaganda, inmolando su cuerpo y su espíritu, en defensa de la verdad cristiana. Sus virtudes y milagros lo hacen popular en toda Bitinia. Los enfermos del cuerpo y los enfermos del alma le rodean, le asedian, y él, con la divina medicina de Cristo, a todos cura y consuela.

Naturalmente, esta conducta desborda las protestas de sus colegas, los médicos nicomedienses, que acaban por denunciarle como partidario de una religión ilegal y proscrita.

Diocleciano manda llevarlo a su presencia e intenta conquistarlo con buenas palabras.

—No reconozco otro Dios que a Jesucristo —responde con brío Pantaleón— Si quieres, que traigan un paralítico. Yo invocaré a Cristo; tus sacerdotes a Júpiter: Quien de ellos le devuelva la salud, sea reconocido por único Dios verdadero. ¿No te parece buen criterio para discernir?

Diocleciano, picado de curiosidad, admite la propuesta. Ni que decir tiene que los falsos dioses permanecen más sordos que Baal a los gritos y encantamientos de los sacerdotes. Pantaleón se acerca a su vez al enfermo, lo toma de la mano y le dice con gran confianza: «¡En nombre de Jesucristo, levántate y anda El paralítico se levanta y echa a andar. La multitud lanza un grito de entusiasmo. Muchos paganos se convierten.

— ¡Mágico vil! —exclama fuera de sí el Emperador—, ¿qué trucos son esos?

— Mi ciencia es Jesucristo; mi talismán, su divino amor.

El lobo se ha quitado ya su piel de oveja:

— Que pase por todos los tormentos. Una y mil veces las cadenas de hierro y las correas de toro desgarran las carnes del Mártir. Luego viene el potro, las hachas encendidas, el baño en plomo derretido... Y vienen también los milagros: el plomo se enfría al contacto de su cuerpo, el mar lo devuelve sano y salvo a la playa, se amansan las fieras y se le aparece Jesucristo. Condenado a morir por la espada, el acero se reblandece y los verdugos tiemblan de pavor. El Santo los anima a cumplir la sentencia. Sólo entonces pueden descargar sobre él el golpe mortal. El olivo a que lo ataran se ha cubierto milagrosamente de flores...

El culto de San Pantaleón ha sido siempre muy popular. En Ravello —Italia— se guarda una ampolla con sangre del Mártir nicomediense, que, como la de San Jenaro, se liquida cada año el día de su fiesta.