domingo, 27 de julio de 2025

LOS FALSOS PROFETAS. Fray Justo Pérez de Urbel

 


SÉPTIMO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

LOS FALSOS PROFETAS

Fray Justo Pérez de Urbel

 

JESUCRISTO había dicho a sus discípulos: "Os envió como ovejas entre lobos." Era un destino poco halagüeño. Una oveja que se mete en una manada de lobos, va segura a la muerte. Solo un medio de salvación le queda: huir, buscar el abrigo del redil. Pero aún puede suceder una cosa peor; y es que el lobo se presente disfrazado; que mate una oveja, se vista su piel de blanca lana y llegue al rebaño con la cabeza derribada hasta el suelo, ocultando el hocico lleno de sangre y escondiendo el rabo entre las piernas. "Os envió como ovejas entre lobos"; y haciendo aun más terrible la perspectiva, añade: “Muchos de esos lobos vendrán a vosotros disfrazados con pie les de ovejas.”

Es la última recomendaci6n del sermón de la montaña. Jesús acaba de pronunciar las divinas paradojas de las bienaventuranzas, ha enseñado la oración perfecta, ha impuesto el perfecto amor, ha sublimado el concepto de la justicia, ha establecido las condiciones de la pureza del corazón, ha definido su actitud de innovador, de legislador, de reformador, frente a la Torah de Moisés, los decretos de Solón y la ley de las Doce Tablas. Ha nacido el código del nuevo reino de las almas.

Pero el orador no quiere despedir a su auditorio.  Ahora todo es paz, concordia, docilidad en la multitud que le escucha; habla, dice la gente, como quien tiene autoridad; jamás habló hombre alguno como habla este hombre. Sus oyentes lloran, aplauden, miran extáticos, coma diciendo: "Mas, dinos más todavía. ¡Dichoso el vientre en que fuiste concebido; dichosos los pechos que te amamantaron!"

Pero el profeta mira el porvenir, como el labrador mira su campo cuando se acerca la siega. ¡Cuanta cizaña! ¡Cuántas contradicciones! ¡Cuántas luchas, rebeldías, hipocresías y disimulos! ¡Cuántos adversarios que se acercan con la bandera blanca! ¡Cuántos charlatanes que se adornan con palabras de paz, con gestos de mansedumbre, con promesas de ventura y halagos marrulleros! ¡Cuántos sofistas que aparecen entre la multitud hablando de verdad y de justicia con voz trémula, con acento dolorido, con noble actitud y compasiva mirada! Cualquiera les tomaría por ovejas mansas e inocentes, por auténticos representantes del bien, por amigos desinteresados del pueblo. En realidad, son lobos rapaces, que, para engañar a las almas sencillas, han escondido, como el animal de la fábula, su ferocidad natural bajo un exterior amable y virtuoso. ¿Cómo distinguirlos? ¿Cómo conocer a los falsos profetas entre los verdaderos; a los doctores de la verdad, de los sembradores del error? De la misma manera que averiguamos que un árbol es bueno o es malo. “¿Se cogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?" Un árbol que no da buen fruto no puede ser bueno. Está reclamando el hacha, porque sólo para el fuego puede servir. El mismo criterio servirá para discernir la calidad de esos profetas. Hay frutos de paz, de amor, de bienestar, de alegría y de virtud; son frutos buenos que germinan por dondequiera que pasan los buenos doctores. Otros, en cambio, se complacen levantando tempestades de odio, haciendo correr ríos de sangre, atizando la llama de la discordia, sembrando la amargura, el dolor, la tristeza, la desesperación. Tal vez ellos os hablan de dicha y de abundancia; tal vez os deslumbran con espejismos, de tesoros y grandezas. No hagáis caso de ellos; son lobos disfrazados de corderos. Son falsos profetas. No los creáis; creed a sus obras.

Tal es el consejo de Jesús a sus discípulos, un consejo que tiene una aplicación constante, que es actual en todos los siglos. El mismo se encontró con esos lobos terribles en los caminos de Palestina y en los pórticos de Jerusalén, hasta que fue devorado por sus colmillos. Los encontraron sus discípulos en todos los periodos de la historia de la Iglesia; en la época de las persecuciones, al aparecer las grandes herejías, durante los siglos de lucha entre el sacerdocio y el Imperio, y al sobrevenir las grandes catástrofes religiosas y sociales de los tiempos modernos. Los falsos profetas tienen siempre los mismos procedimientos, las mismas artes tortuosas y pérfidas. Díriase que poseen unas cuantas pieles y que se las transmiten de siglo en siglo: la piel de Anás, la de Herodes, la de Judas, la de Pilatos, y alguna vez también la de Barrabas. Los frutos son siempre los mismos: división, inquietud, sangre.

Si miramos en torno nuestro, observaremos que la casta de los falsos profetas no se ha terminado todavía. Al contrario, parecen germinar como los hongos, y algunos son de tal calibre, que nos hacen pensar en aquellos que, según pronosticaba el Señor, aparecerían en los últimos días para seducir, a ser posible, a los mismos elegidos. ¿Es que se ha profetizado alguna vez tanto como hoy? Profetas de la catedra y de la calle, profetas de la tribuna y del Parlamento, profetas de la semiciencia y de la ignorancia; profetas mayores, que peroran campanudamente, que escriben el libro sensacional, que catequizan a los adeptos en la intimidad ambigua de los cenáculos; y profetas menores, que se postran en adoración delante del maestro, que imitan sus gestos y hasta el tono de su voz, que repiten, como loros, los profundos logogrifos y los sofismas brillantes del oráculo y los lanzan luego, como revelaciones sublimes, ante la mesa de café, desde el balcón de la plaza de un pueblo, o en las columnas luminosas de un periódico. ¡Cuánto altruismo, cuanta filantropía en esos hombres abnegados! No buscan más que el bien de la Humanidad, libertarla, iluminarla, desintoxicarla. Nada por su propio interés. A lo más, se sacrificarían a admitir un auto lujoso, un puesto de honor en el combate, y una paga espléndida; pero todo por amor a sus camaradas, por el triunfo de la causa, por el progreso de la ciudad. ¡Qué dulzura de paloma, que mansedumbre de oveja ! A veces, entre los vellones asoman las ovejas negras; pero las ovejas auténticas son poco listas para percatarse de ello, y, eternamente engañadas, se inclinan borreguilmente ante los misericordiosos doctores que les prometen todas las venturas. Mas, de repente, sucede lo que en unas esculturas de la catedral de Oviedo: la zorra predica a las gallinas, asomando el hocico desde el púlpito; cuando el auditorio esta más compungido, da un salto, coge el pollo mejor cebado y huye.

Por sus frutos los conoceréis. Son frutos magníficos; por ejemplo, la paz, la libertad, la fraternidad que reinan en el nuevo paraíso terrenal.