23 DE JULIO
SAN APOLINAR DE RAVENA
OBISPO Y MÁRTIR (+78)
EL hecho sucede en el Capitolio de Ravena hacia el año 50. Un hombre, cuyos rasgos fisonómicos denuncian claramente su procedencia oriental, comparece ante el gobernador Saturnino.
— ¿Quién eres? —pregunta el juez—Un humilde e indigno siervo de Jesucristo.
— ¿De dónde vienes?
— De Antioquía.
— ¿Qué pretendes?
—La felicidad eterna de las almas inmortales. Predicar la fe de Cristo, Hijo de Dios vivo, que se hizo hombre para redimir a los hombres. Enseñar a este pueblo idólatra que sólo existe un Dios verdadero, y que quien cree en Él poseerá la vida...
Así, con gallardía, con libertad santa, clara y simplemente, define su personalidad ante un juez pagano el primer obispo de Ravena, San Apolinar: varón apostólico, mártir privilegiado en los cánones de la Liturgia romana y uno de los más grandes misioneros de todas las épocas.
La devoción medieval ha despintado su figura, al encuadrarla, como tantas otras, en el marco de una dorada leyenda. Pero una tradición secular —aceptada por la crítica moderna— viene manteniendo tres puntos de referencia indiscutibles, en los que ha de basarse toda biografía racional y seria del Santo; a saber: que funda la Iglesia de Ravena, que obra grandes maravillas y que alcanza la palma del martirio hacia el año 78. Si a esto añadimos el autorizado testimonio de San Pedro Crisólogo —obispo también de la sede ravenesa— la concordancia perfecta de los martirologios y una Passio inmemorial, ya podemos dibujar sin escrúpulos, si no un retrato acabado, sí la delineación de su personalidad histórica y el dintorno de su santidad esclarecida.
La venida de Apolinar a Italia no ha dejado huellas claras. Probablemente llega a Roma con San Pedro, en el año 42, cuando el Príncipe de los Apóstoles establece su Cátedra en la Ciudad Eterna. Y es, sin duda, el mismo Apóstol —hábil lapidario— quien talla, abrillanta y pule esta piedra preciosa de la primitiva Iglesia. Un día —será el año 50—, cumpliendo el mandato del Señor, le da el beso de paz, lo consagra Obispo, le infunde su espíritu misionero y lo envía a predicar el Evangelio a la ciudad de Ravena.
El nuevo apóstol, con la bendición de su maestro, ha recibido del Cielo todos los carismáticos privilegios de los discípulos inmediatos de Jesús: don de sabiduría, de profecía, de lenguas, de milagros...; sobre todo, donde milagros. Por su parte, ya sabrá poner. él a contribución una constancia y fervor casi milagrosos también. Y con estas llaves maravillosas abrirá la puerta de muchos corazones y penetrará con la luz de la Verdad en el santuario de muchas almas.
La misión comienza con auspicios favorables. Apenas llega a Ravena, de vuelve la vista a un joven. Poco después sana de una enfermedad incurable a la mujer de un tribuno. Luego el agraciado es un patricio del suburbio de Classe, que recobra milagrosamente el habla... Pero el hecho más sonado y decisivo es la resurrección de la hija del ex-cónsul Rufo, seguida de la conversión de toda la familia y de trescientos paganos más. De esta forma, en unos cuantos años, el celo del ardoroso misionero logra el sorprendente milagro de crear en Ravena una comunidad cristiana émula de la de Roma, al frente de la cual coloca a los ilustres sacerdotes Adericto y Calócero.
Estalla la persecución neroniana en el 64. En el 67 son martirizados San Pedro y San Pablo. Al santo Obispo de Ravena tampoco le faltan los apremios y martirios prometidos por Jesucristo a 'sus Apóstoles. Varias veces es impelido a sacrificar a los ídolos y otras tantas brutalmente apaleado por negarse a ello. Ante Mesalino, vicario imperial, no sólo defiende con arrojo su fe, mas, arrebatado de su espíritu evangélico, se atreve a ofrecerle el bautismo. La respuesta son los azotes, el baño de agua hirviente, el potro y los golpes en la boca y los dientes con piedras afiladas. Al fin, medio muerto y cargado de cadenas, lo abandonan en inmunda cárcel para que muera de hambre. Un ángel del Señor lo alimenta y conforta a vista de los pasmados centinelas. Cuatro días después sale desterrado para Iliria. La nave naufraga en alta mar. Todos perecen menos Apolinar, tres sacerdotes y dos soldados recién convertidos.
Nuevas correrías y milagros a través de Grecia. En Mesia cura de la lepra a un hombre que le hospeda en su casa. En Tracia hace enmudecer a los dioses. Al cabo de tres años vuelve a Ravena, donde es recibido en triunfo por su amada grey. Pero los gentiles lo apresan de nuevo y lo llevan al templo de Apolo. Ante su presencia cae hecha polvo la estatua del ídolo. El pretor Tauro, cuyo hijo ha curado, simula su detención y lo esconde en su propia quinta, desde donde prosigue su intenso apostolado durante cuatro años más. Y al intentar evadirse, por consejo de un Centurión cristiano, cae en manos de los infieles, que lo apalean hasta dejarlo por muerto. Muere siete días después «como hostia viva de Cristo, tras un martirio de veintinueve años seguidos», según expresión de San Pedro Damiano. Sobre su sepulcro —en Classe-Fuori— no ha nacido todavía la agreste flor del olvido...