Día 2.
TODO EN LA VIRGEN MARÍA ES ADMIRABLE.
MES EN HONOR DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
CON SAN JUAN EUDES
ORACIÓN PARA COMENZAR
TODOS LOS DÍAS:
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, adoremos su majestad infinita, y digamos con humildad:
Oración inicial inspirada en la de san Juan Eudes
Oh Jesús, Hijo único de Dios, Hijo único de María, quiero conocer y amar más y mejor el Corazón Inmaculado de tu Madre, obra que sobrepasa infinitamente mi capacidad. La he emprendido por tu amor y por el amor de tu dignísima Madre, apoyado en la confianza que tengo en el Hijo y en la caridad de la Madre. Tú sabes, Salvador mío, que solo pretendo agradarte y rendir a ti y a tu divina Madre un pequeño tributo de gratitud por las misericordias que he recibido de tu Corazón paternal, por intermediación de su benignísimo Corazón. Ves igualmente que de mí mismo solo soy un abismo de indignidad, de incapacidad, de tinieblas, de ignorancia y de pecado. Por ello, renuncio de todo corazón a todo lo mío; me doy a tu divino espíritu y a tu santa luz; me entrego al amor inmenso que profesas a tu amadísima Madre; me doy al celo ardentísimo que tienes por su gloria y su honor. Toma posesión de mi entendimiento y anímalo; ilumina mis tinieblas; enciende mi corazón; conduce mis obras; bendice mi trabajo y que te plazca servirte de él para el acrecentamiento de tu gloria y del honor de tu bendita Madre; imprime finalmente en los corazones de los hombres la verdadera devoción al amabilísimo e inmaculado Corazón de María.
Se meditan los textos dispuestos para cada día.
Día 2.
TODO EN LA VIRGEN MARÍA ES ADMIRABLE.
De libro El Corazón Admirable de la Madre de Dios de san Juan Eudes.
El Espíritu divino hace que en todo el universo se cante este glorioso elogio: Madre admirable. Con toda razón es llamada con este nombre. En verdad, eres admirable en todo y de todas las maneras.
Admirable por la belleza angélica y la pureza seráfica de tu cuerpo virginal. Admirable por la santidad eminentísima de tu alma bienaventurada. Admirable por todas las facultades de ambos de las que hiciste siempre santísimo uso para gloria del Santo de los santos.
Admirable en todos tus pensamientos, tus palabras, tus acciones. En tus pensamientos en los que solo tuviste como única intención agradar solo a Dios. En tus palabras que fueron siempre como palabras de Dios. En tus acciones, consagradas todas a la divina Majestad.
Admirable en tus sufrimientos que te hicieron digna de ser asociada con el Salvador a la obra de la redención del mundo.
Admirable en todos los estados y misterios de tu vida, todos ellos, abismos de maravillas.
Admirable en su Concepción inmaculada, colmada de milagros.
Admirable en su santo nacimiento, fuente indecible de gozo eterno para todo el universo.
Admirable por su nombre sagrado de María, tesoro de grandezas y maravillas.
Admirable por su Presentación en el templo a los tres años de edad, luego de dejar, en edad tan tierna, la casa de un padre y de una madre tan santos y luego de renunciar por entero a sí misma y a todo para consagrarse totalmente a Dios en su templo santo.
Admirable por las santa ocupaciones realizadas durante todo el tiempo que permaneciste allí, en compañía de las santas vírgenes y viudas, y por todos los extraordinarios ejemplos que les diste en la práctica de toda clase de virtudes.
Admirable por tu angelical y divino matrimonio con san José.
Admirable en tu celeste coloquio con el arcángel san Gabriel cuando te anunció el misterio inefable de la Encarnación.
Admirable en todo lo que pasó en ti, en el momento feliz en que este misterio incomparable se realizó.
Admirable en todos los instantes de los nueve meses durante los cuales el Verbo encarnado permaneció en calidad de Hijo único en tus benditas entrañas.
Admirable en todos los pasos de tu viaje para visitar a tu prima Isabel.
Admirable en todas las palabras contenidas en el cántico divino que pronunciaste luego de saludarla.
Admirable por todos los pasos que diste en tu viaje de Nazaret a Belén para dar a luz allí al Salvador del mundo.
Admirable en todos los milagros sucedidos en tu divino alumbramiento.
Admirable en la cruenta y dolorosa circuncisión de tu Hijo.
Admirable al imponerle el santo nombre de Jesús que con san José le diste, según el mandato que recibieron de parte del Padre eterno por mediación de san Gabriel.
Admirable en el misterio de su Epifanía que es su manifestación a los santos reyes que encontraron al Niño en Belén, con María, su dignísima Madre, y que con ella lo adoraron,
Admirable en la humildad prodigiosa y en la obediencia maravillosa por la que aceptaste la ley de la purificación y en la increíble caridad con la que ofreciste en el templo a tu Hijo único y amadísimo al eterno Padre, para un día fuera inmolado en la cruz en expiación de los crímenes de todos los hombres.
Admirable en los sucesos extraordinarios que pasaron durante el viaje que hiciste, con tu adorable Niño y con tu esposo san José de Nazaret a Egipto y de Egipto a Nazaret, pasa salvar al Salvador del mundo, preservándolo del furor de Herodes, que lo buscaba para perderlo.
Admirable en el provecho santo que hiciste, Madre de Jesús, del dolor muy sensible y del gozo indecible de que tu Corazón se llenó cuando el Niño se extravió en el templo de Jerusalén, al que con san José encontraste en medio de los doctores.
En verdad, Virgen Santa, eres admirable en todo y de todas las maneras.
Admirable en la santa y dichosa convivencia que tuviste con tu Hijo amadísimo, en especial durante los primeros treinta años de su vida, tiempo que él para santificarte crecidamente. ¡Quién podría decir o pensar los hechos grandes e incomprensibles que pasaron durante tan largo tiempo entre el Hijo de María y la Madre de Jesús!
Admirable en el provecho santísimo que sacaste, Divina Madre, al verte privada de la presencia de este mismo Hijo durante los cuarenta días de su retiro en el desierto y de la soledad semejante a la suya que soportaste durante esa cuarentena.
Admirable en la caridad inigualable que tuviste en el primer milagro que él hizo en las bodas de Caná.
Admirable en el grandísimo fruto obtenido de sus santas predicaciones y en el honor muy especial que tributaste a todos los misterios que él obró durante el tiempo de su vida de convivencia entre los hombres.
Admirable en la participación especialísima que te hizo de su cruz y sus sufrimientos.
Admirable en el sacrificio que hiciste de él mismo al pie de la cruz, con de tantísimo dolor y amor, por el género humano y por quienes lo crucificaron.
Admirable por tus oraciones fervorosas para su gloriosa Resurrección.
Admirable por todo lo que ocurrió de forma extraordinaria entre tu Hijo y tú misma cuando resucitado te visitó en primer lugar.
Admirable por la parte privilegiada que tuviste en su triunfante Ascensión.
Admirable en las divinas disposiciones con las que recibiste el Espíritu Santo el día de Pentecostés y en los efectos prodigiosos que obró en tu alma.
Admirable en el celo ardentísimo y en la caridad incomparable que ejerciste en la Iglesia naciente, mientras estuviste en la tierra, después de la Ascensión de tu Hijo.
Admirable en todos los momentos de tu vida, plenos de prodigios, empleados en el servicio y el amor del Rey de los siglos.
Admirable en tu santa muerte, mejor llamada vida que muerte.
Admirable en tu milagrosa resurrección, en tu gloriosa Asunción, en tu maravillosa entronización a la derecha de tu Hijo y en tu augusta coronación como Reina eterna del cielo y soberana Emperatriz del universo.
Admirable en el poder absoluto que tu Hijo te ha dado sobre todos los seres corporales y espirituales, temporales y eternos, que dependen de él.
Admirable en la parte infinita que tienes en el Santísimo Sacramentos del altar. ¿Por qué digo parte, si lo tienes todo allí?
Admirable en la caridad incomprensible con la que continuaste a darnos, con tu Hijo, por este divino sacramento, los inmensos tesoros que diste a todos los hombres en general por el misterio de la encarnación.
Admirable en la vida soberanamente gloriosa e infinitamente dichosa que tienes en el cielo desde que estás allí y que tendrás por toda la eternidad.
Admirable por todas las virtudes que practicaste en este mundo, en el grado más alto que es dable pensar. Admirable en tu vivísima fe en Dios, en tu perfecta caridad a los hombres, en tu profunda humildad y en tu obediencia exacta, en tu invencible paciencia y en todas las demás virtudes cristianas.
Admirable en todas las calidades muy eminentes con que Dios te enriqueció: en la calidad de Hija mayor e infinitamente amada del Padre eterno, de Madre del Dios Hijo, de esposa del Espíritu Santo, de santuario de la santísima Trinidad, de tesorera y dispensadora de las gracias divinas, de reina de los ángeles y de los hombres, de Madre de los cristianos, de consoladora de los afligidos, de abogada de los pecadores, de refugio de los infortunados, de señora, soberana y universal, de todas las criaturas.
Admirable finalmente por todos los privilegios muy singulares y las prerrogativas exclusivas, con que Dios te honró.
Jaculatoria: Madre, toda admirable, que te conozca y te ame cada vez más.
Propósito: Proponerme en este día no hablar de otra cosa más que de la grandeza admirable de la Virgen.
PARA FINALIZAR
Unidos al Ángel de la Paz, a los santos pastorcitos de Fátima, Francisco y Jacinta, a las almas humildes y reparadoras, digamos:
Dios mío, yo creo, adoro, espero y os amo.
Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
no esperan y no os aman. (3 veces)
***
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
os adoro profundamente
y os ofrezco
el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad
de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios de la tierra,
en reparación de los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias
con que El mismo es ofendido.
Y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón
y del Corazón Inmaculado de María,
os pido la conversión de los pobres pecadores.
***
Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
San Juan Eudes y todos los santos amantes de los Sagrados Corazones, rogad por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
***
¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.