IX DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Comentarios al Evangelio
de la Catena Aurea de Santo Tomás de Aquino
Lucas
19, 41-44 Y cuando llegó cerca, al ver la ciudad, lloró sobre ella,
diciendo: "¡Ah si tú reconocieses siquiera en este tu día lo que puede
traerte la paz! Mas ahora está encubierto a tus ojos. Porque vendrán días
contra ti, en que tus enemigos te cercarán de trincheras, y te pondrán cerco, y
te estrecharán por todas partes. Y te derribarán en tierra, y a tus hijos, que
están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra; por cuanto no
conociste el tiempo de tu visitación". (vv. 41-44)
Orígenes, in Lucam hom. 38
Jesucristo
confirma con su ejemplo todas las bienaventuranzas de que ha hablado en el
Evangelio, así, como había dicho: "Bienaventurados los mansos" ( Mt
5,4), lo prueba diciendo: "Aprended de mí que soy manso" ( Mt 11,29);
y como había dicho: "Bienaventurados los que lloran" ( Mt 5,5), El
también lloró sobre la ciudad. Por esto dice: "Y cuando llegó cerca",
etc.
San Cirilo
Se
compadecía de éstos el Señor, que quiere que todos los hombres se salven, lo
cual no nos sería manifiesto, si no lo hubiera evidenciado por medio de algo
humano; pues las lágrimas vertidas son señal de tristeza.
San Gregorio, in evang. hom. 39
Lloró, pues,
el piadoso Redentor la destrucción de aquella pérfida ciudad, las desgracias
que ella misma ignoraba habrían de venirle. Por esto añade: "¡Ah si tú
conocieses siquiera!" llorarías con amargura, la que ahora tanto te
alegras, porque desconoces lo que te amenaza. Por esto añade: "Siquiera en
éste tu día", etc. Como en aquel día se había consagrado a todos los goces
materiales, tenía todo lo que podía procurarle la paz. Manifiesta después cómo
los bienes presentes hacen su paz, cuando añade: "Mas ahora está
encubierto a tus ojos"; porque si los males que la amenazan no estuviesen
ocultos a los ojos de su corazón, no se alegraría tanto por las prosperidades
presentes; por esto añade la pena que lo amenaza, cuando dice: "Porque
vendrán días contra ti".
San Cirilo
"¡Ah si
tú conocieses!" No eran dignos de comprender las Sagradas Escrituras
divinamente inspiradas, que refieren el misterio de Cristo. En efecto, cuantas
veces se lee a Moisés, un velo cubre su corazón para que no vean que todo se ha
cumplido en Jesucristo, que como verdad hace huir las sombras; y como no
conocían la verdad, se hicieron indignos de obtener la salud que mana de
Jesucristo. Por esto sigue: "Siquiera en éste tu día", etc.
San Eusebio
En lo que da
a conocer que su venida tenía por objeto la pacificación de todo el mundo;
había venido, pues, a predicar la paz a los que estaban cerca y a los que
estaban lejos; pero como no quisieron recibir la paz anunciada, quedaron
ocultas para ellos estas cosas. Por esto añade: "Mas ahora está encubierto
a tus ojos". Así, pues, predice con toda claridad el sitio que dentro de
poco habría de sufrir, diciendo: "Porque vendrán días contra ti",
etc.
San Gregorio, ut sup
Esto señala
a los príncipes romanos; porque habla de la destrucción de Jerusalén, que
sucedió bajo Vespasiano y Tito, príncipes romanos. Por esto continúa: "Y
te pondrán cerco", etc.
San Eusebio
Cómo se
cumplió todo esto, podemos conocerlo por lo que refiere Josefo, quien a pesar
de ser judío refiere estas cosas tal y como Jesucristo las había predicho.
San Gregorio, ut sup
También en
esto que añade: "Y no dejarán en ti piedra sobre piedra", está
atestiguada la reubicación de esta misma ciudad; porque ahora está construida
en aquel sitio donde el Salvador fue crucificado, fuera de la puerta: la
primera fue destruida en absoluto. Dice luego la culpa por la que fue condenada
a la destrucción, añadiendo: "Por cuanto no conociste el tiempo de tu
visitación".
Teofiactus
Esto es, de
mi venida; porque he venido a visitarte y a salvarte, y si lo hubieras
comprendido así, y creyeras en mí, estarías en paz con los romanos y libre de
todos los peligros, así como todos aquellos que creyeron en Jesucristo pudieron
evadirse.
Orígenes, ut sup
Yo no niego
que aquella Jerusalén fuese destruida por los pecados de sus habitantes; pero
pregunto si estas lágrimas han sido vertidas también sobre vuestra Jerusalén.
Cuando alguno peca después de participar de los misterios de la verdad, se
llorará por él; pero no por ningún gentil, sino sólo por aquel que perteneció a
Jerusalén y después la abandonó.
San Gregorio, in evang. hom. 39
Nuestro
Redentor no cesa de llorar por sus escogidos cuando ve caer en el mal a los que
poseían la virtud; porque si éstos conociesen la condenación que les espera, se
llorarían a sí mismos con las lágrimas de los escogidos. El hombre de
inclinaciones malas tiene aquí su día, que goza por breve tiempo, y se complace
en las cosas temporales disfrutando de cierta paz; por esto huye de prever el
porvenir, para que no se turbe su alegría presente. Por esto sigue: "Mas
ahora está encubierto a tus ojos", etc.
Orígenes, ut sup
Llora además
por nuestra Jerusalén, a la que, después que ha pecado, sitian sus enemigos,
esto es, el espíritu maligno, y la rodean de trincheras para cercarla y no
dejar piedra sobre piedra; especialmente cuando alguno es vencido después de
mucha continencia y de algunos años de castidad, y atraído por los halagos de
la carne, pierde la paciencia y la castidad. Y si fuese fornicador no dejarán
en él piedra sobre piedra, según las palabras de Ezequiel: "No me acordaré
de sus primitivas virtudes" ( Ez 18,24).
San Gregorio, ut sup
Los espíritus malignos asedian el alma en cuanto sale del cuerpo, y como ama la carne en los placeres carnales, la inquietan con el engaño del deleite; la rodean de trincheras, presentando a su vista las iniquidades que cometió, y la estrechan con los que son compañeros de su condenación, con el fin de que ella vea, una vez en el último instante de su vida, la clase de enemigos que la asedian y no pueda encontrar medio de evadirse, porque ya no puede hacer el bien que despreció cuando pudo hacerlo; estrechan al alma por todas partes poniéndole a la vista la iniquidad, no sólo de sus obras, sino también de sus palabras y de sus pensamientos; para que así como antes se había solazado tanto en la maldad, sienta en su última hora la angustia que merece en pago. Entonces el alma, por la condición de su culpa, se aterra cuando ve que su carne, que creyó que era su vida, va a convertirse en polvo; entonces mueren sus hijos cuando los pensamientos ilícitos, que ahora nacen de ella, se disipan en el último momento de la venganza; estos pensamientos pueden representarse por las piedras. La mente perversa, cuando añade a un pensamiento malo otro peor, pone, por decirlo así, una piedra sobre otra; pero cuando es llevada a su castigo, se destruye todo el edificio de sus pensamientos. Sin embargo, el Señor visita al alma culpable para su enseñanza alguna vez mediante la desgracia, otras con los milagros, con el fin de que conozca las verdades que ignoraba, y menospreciando el mal vuelva por la compunción del dolor u obligada por los beneficios, y se avergüence de lo mal que obró. Pero porque no conoció el tiempo en que fue visitada, al final de su vida será entregada a sus enemigos, con quienes se verá unida en el juicio eterno de su perpetua condenación.
45-48 Y
habiendo entrado en el templo comenzó a echar fuera a todos los que vendían y
compraban en él. Diciéndoles: "Escrito está: mi casa de oración es. Mas
vosotros la habéis hecho cueva de ladrones". Y cada día enseñaba en el
templo. Mas los príncipes de los sacerdotes, y los escribas, y los principales
del pueblo, le querían matar. Y no sabían qué hacerse con él. Porque todo el
pueblo estaba embelesado cuando le oía. (vv. 45-48)
San Gregorio, in evang. hom. 39
Después de
haber predicho los males que habían de venir, se introdujo a continuación en el
templo para arrojar de allí a los que vendían y compraban, dando a conocer que
la ruina del pueblo venía principalmente por culpa de los sacerdotes. Por esto
dice: "Y habiendo entrado en el templo comenzó a echar fuera a todos los
que vendían y compraban en él", etc.
San Ambrosio
El Señor no
quiere que sea el templo casa de mercaderes, sino de santidad; ni tampoco que se
vendan, sino que se den gratuitamente las funciones del ministerio sacerdotal.
San Cirilo
Había en el
templo una multitud de mercaderes que vendían animales para ofrecer los
sacrificios que debían celebrarse, según estaba prescrito en la ley. Pero ya había
venido el tiempo en que debía desaparecer la sombra y brillar la verdad en
Jesucristo; por esto Jesucristo, que era adorado a la vez que su Padre en el
templo, ordenó que se enmendasen los ritos de la ley y que se convirtiese el
templo en casa de oración. Por esto añade: "Diciéndoles: Escrito está, mi
casa", etc.
San Gregorio, ut sup
Y se sabía
que los que estaban en el templo para recibir las ofrendas tenían exigencias
gravosas con los que no les daban.
Teofiactus
Esto también
lo hizo el Señor al principio de su predicación, como cuenta San Juan; y ahora
lo repite para hacer más inexcusable la culpabilidad de los judíos, que no se
habían enmendado con su primera lección.
San Agustín, De quaest. evang. 2,48
Hablando en
sentido espiritual, debe entenderse que el templo es el mismo hombre Cristo,
que también lleva unido a sí su cuerpo que es la Iglesia. Así, pues, como
cabeza de la Iglesia, dice con las palabras de San Juan: "Destruid este
templo, y lo reconstruiré a los tres días" ( Jn 2,19). Y como está unido a
la Iglesia que es su cuerpo, debe entenderse que ella (la Iglesia) es el templo
de quien dice el mismo Evangelista: "Quitad esto de aquí", etc. Da a
conocer con esto que habría de haber en la Iglesia quien se ocupase de sus negocios
y tuviese allí un asilo para ocultar sus crímenes, en vez de imitar la caridad
de Jesucristo y de corregirse para alcanzar con la confesión el perdón de sus
pecados 1.
San Gregorio, ut sup
Pero nuestro Redentor no excluye de su predicación ni a los indignos ni a los ingratos. Por lo que después que restableció el rigor de la disciplina arrojando a los malos, les da a conocer el don de su gracia diciendo: "Y cada día enseñaba en el templo".
San Cirilo
Debían,
pues, adorarle como a Dios por todo lo que había dicho y hecho; pero en vez de
hacerlo así, trataban de matarle. Sigue pues: "Mas los príncipes de los
sacerdotes y los escribas, y los principales del pueblo, querían matarle".
Beda
Y como todos
los días enseñaba en el templo y había arrojado de él a los ladrones, o bien
porque venía como Rey y Señor, le recibió una numerosa multitud de creyentes
alabándolo con himnos celestiales.
San Cirilo
El pueblo
tenía en más estimación a Jesucristo que los escribas, los fariseos, y los
príncipes de los judíos, los que, como no aceptaban la fe de Jesucristo,
reprendían a los demás. Por esto sigue: "Y no hallaban medio de hacer nada
contra El; porque todo el pueblo estaba embelesado cuando le oía".
Beda
Esto puede
entenderse de dos modos: o porque temían un alboroto del pueblo, en cuyo caso
no sabían qué hacer de Jesús a quien trataban de perder, o porque trataban de
perderlo poniendo por causa que muchos habían rechazado la enseñanza de los
judíos por ir a escucharlo.
San Gregorio, ut sup
En sentido
místico puede decirse, que así como el templo de Dios se encuentra en la
ciudad, así en el pueblo fiel se encuentra la vida de los religiosos. Y muchas
veces sucede que algunos toman el hábito religioso, y mientras llenan las
funciones de las sagradas órdenes, hacen del ministerio de la santa religión un
comercio de asuntos terrenales. Los que venden en el templo son los que ponen a
precio de dinero lo que a cada uno le corresponde por derecho; porque el que
pone a precio la justicia, la vende. Y los que compran en el templo son
aquellos que mientras no quieren pagar a su prójimo lo que es justo, y no hacen
aprecio de cumplir lo que por derecho es debido, una vez que han premiado a sus
patronos compran el pecado.
Orígenes, in Lucam hom. 38
Por tanto,
si alguno vende, será arrojado fuera; especialmente si vende palomas. Porque si
yo vendiere al pueblo por dinero lo que el Espíritu Santo me ha revelado o
confiado, o no lo enseñase sin pagarlo, ¿qué otra cosa hago que vender la
paloma, esto es, el Espíritu Santo?
San Ambrosio
Por esto el
Señor nos enseña en general que los contratos temporales deben ser desterrados
del templo. Rechaza espiritualmente a los cambistas; los cuales tratan de
lucrar con el dinero del Señor, esto es, la Sagrada Escritura, sin hacer
distinción entre el bien y el mal.
San Gregorio, ut sup
Estos
convierten la casa de Dios en cueva de ladrones; porque cuando los hombres
malos ocupan el lugar de la religión, matan con las espadas de su malicia allí
donde debieran vivificar a sus prójimos por la intercesión de su oración.
También es templo el espíritu de los fieles; y si lo invaden malos pensamientos
con perjuicio del prójimo, residen allí como en una cueva de ladrones. Pero cuando
se instruye sutilmente al espíritu de los fieles para que eviten el pecado, es
la verdad la que enseña todos los días en el templo.
Notas
1. Alude San Agustín al derecho de asilo reconocido en la época. Toda persona que buscase refugio en un templo quedaba protegida por la Iglesia, y no podía ser sacado de allí a la fuerza. Pensada en principio para proteger a los débiles, los esclavos y los más pobres, esta norma también fue aprovechada por personas que habían cometido delitos, y que recurrían a la Iglesia para defenderse a sí mismas y sus mezquinos intereses.