CONFORMARSE CON LA VOLUNTAD DIVINA
¿Qué hacéis Vos, Señor mío, que no sea
para mayor bien del alma que entendéis que es ya vuestra y que se pone en
vuestro poder para seguiros por donde fuereis hasta muerte de cruz y que está
determinada a ayudárosla a llevar y a no dejaros solo con ella?
Quien viere en sí esta
determinación, no, no hay que temer. Gente espiritual, no hay por qué se
afligir. Puesto ya en tan alto grado como es querer tratar a solas con Dios y
dejar los pasatiempos del mundo, lo más está hecho. Alabad por ello a Su
Majestad y fiad de su bondad, que nunca faltó a sus amigos. Tapaos los ojos de
pensar por qué da a aquél de tan pocos días devoción, y a mí no en tantos años.
Creamos es todo para más bien nuestro. Guíe Su Majestad por donde quisiere. Ya
no somos nuestros, sino suyos. Harta merced nos hace en querer que queramos
cavar en su huerto y estarnos cabe el Señor de él, que cierto está con
nosotros. Si El quiere que crezcan estas plantas y flores a unos con dar agua
que saquen de este pozo, a otros sin ella, ¿qué se me da mí? Haced vos, Señor,
lo que quisiereis. No os ofenda yo. No se pierdan las virtudes, si alguna me
habéis ya dado por sola vuestra bondad. Padecer quiero, Señor, pues Vos
padecisteis. Cúmplase en mí de todas maneras vuestra voluntad. Y no plega a
Vuestra Majestad que cosa de tanto precio como vuestro amor se dé a gente que
os sirve sólo por gustos. (V 11, 12).