COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DÍA
LUNES DE LA I SEMANA DE CUARESMA
Forma Extraordinaria
del Rito Romano
La Palabra de Dios
nos repetirá que su rostro, revelación del misterio invisible del Padre, es el
rostro del buen Pastor, dispuesto a cuidar de sus ovejas dispersas y a
reunirlas para apacentarlas y hacer que descansen en un lugar seguro. Él busca
con paciencia a la oveja perdida y cura a la enferma (cf. Ez 34, 11-12. 15-17).
Sólo en él podemos encontrar la paz que nos ha adquirido al precio de su
sangre, tomando sobre sí los pecados del mundo y obteniéndonos la
reconciliación.
La Palabra de Dios
nos recordará también que el rostro de Cristo, Rey del universo, es el rostro
del juez, porque Dios es al mismo tiempo Pastor bueno y misericordioso y Juez
justo. En particular, la página evangélica (cf.Mt 25, 31-46) nos presentará el
gran cuadro del juicio final. En esta parábola, el Hijo del hombre en su
gloria, rodeado por sus ángeles, se comporta como el pastor que separa las
ovejas de las cabras y pone a los justos a su derecha y a los réprobos a su
izquierda. Invita a los justos a entrar en la herencia preparada desde siempre
para ellos, mientras que a los réprobos los condena al fuego eterno, preparado
para el diablo y para los demás ángeles rebeldes.
Es decisivo el
criterio del juicio. Este criterio es el amor, la caridad concreta con el
prójimo, en particular con los "pequeños", con las personas que
atraviesan más dificultades: los que tienen hambre y sed, los forasteros, los
desnudos, los enfermos, los presos. El rey declara solemnemente a todos que lo
que han hecho o no han hecho a ellos, lo han hecho o no lo han hecho a él
mismo. Es decir, Cristo se identifica con sus "hermanos más pequeños"
y en el juicio final se dará cuenta de lo que ya se realizó en la vida terrena.
Queridos hermanos y
hermanas, esto es lo que le interesa a Dios. No le importa la realeza
histórica; lo que quiere es reinar en el corazón de las personas y desde allí
en el mundo: él es rey de todo el universo, pero el punto crítico, la zona
donde su reino corre peligro, es nuestro corazón, porque en él Dios se
encuentra con nuestra libertad. Nosotros, y sólo nosotros, podemos impedirle
reinar en nosotros mismos y, por tanto, podemos poner obstáculos a su realeza
en el mundo: en la familia, en la sociedad y en la historia. Nosotros, hombres
y mujeres, tenemos la posibilidad de elegir con quién queremos aliarnos: con
Cristo y con sus ángeles, o con el diablo y con sus seguidores, para usar el
mismo lenguaje del Evangelio. A nosotros corresponde la decisión de practicar
la justicia o la iniquidad, abrazar el amor y el perdón o la venganza y el odio
homicida. De esto depende nuestra salvación personal, pero también la salvación
del mundo.
Por eso Jesús quiere
asociarnos a su realeza; por eso nos invita a colaborar en la venida de su
reino de amor, de justicia y de paz. Debemos responderle, no con palabras, sino
con obras: eligiendo el camino del amor operante y generoso al prójimo, le
permitimos extender su señorío en el tiempo y en el espacio.
Benedicto XVI, 22 de noviembre de 2008