“AMOR”, “HOGUERA”, “LEÑA”
Parecen
también las almas con estos ímpetus de amor una hoguera grande que hay que
alimentar constantemente para que no se extinga; y ellas quieren traer leña,
aunque sea con sacrificio de sí mismas, para que este fuego no se apague. Yo
soy tan pobre que me contentaría con poder echar pajas en ese fuego, y eso hago
algunas veces; a veces me río y otras lloro mucho por no poder echar leña
grande. El ardor interior me incita a servir en algo y, ya que no puedo hacer
cosas grandes, pongo ramos y flores a las imágenes, me dedico a barrer, ordeno
el oratorio y hago unas cositas tan insignificantes, que me llenan de
vergüenza; si hago alguna penitencia es tan pequeña y poca que, de no ser
porque Dios mira la voluntad, veo yo que no vale nada, y yo misma me burlo de
mí (V 30, 20).
No es
poco el trabajo que tienen las almas a quienes Dios da, por su bondad, este
fuego de amor suyo en abundancia, cuando ven que no tienen fuerzas corporales
para hacer algo por El: es una pena grande porque, como le faltan fuerzas para
echar leña en este fuego y ella muere porque no se apague, me parece que ella
interiormente se consume y se hace ceniza y se deshace en lágrimas y se quema y
es harto tormento, aunque es sabroso.
Alabe
mucho al Señor el alma que ha llegado aquí y tiene fuerzas corporales para
hacer penitencia, o le dio estudios y talentos y libertad para predicar y
confesar y acercar las almas a Dios; que no sabe ni entiende el bien que tiene,
si no ha experimentado lo que es no poder hacer nada en servicio del Señor,
cuando está recibiendo siempre mucho de El (V 30, 21).