COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DÍA
MIERCOLES DE LA I SEMANA DE CUARESMA
Forma Extraordinaria
del Rito Romano
Cada día en la
oración del Padrenuestro pedimos al Señor: «hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo» (Mt 6, 10). Es decir, reconocemos que existe una voluntad de
Dios con respecto a nosotros y para nosotros, una voluntad de Dios para nuestra
vida, que se ha de convertir cada día más en la referencia de nuestro querer y
de nuestro ser; reconocemos, además, que es en el «cielo» donde se hace la
voluntad de Dios y que la «tierra» solamente se convierte en «cielo», lugar de
la presencia del amor, de la bondad, de la verdad, de la belleza divina, si en
ella se cumple la voluntad de Dios. En la oración de Jesús al Padre, en aquella
noche terrible y estupenda de Getsemaní, la «tierra» se convirtió en «cielo»;
la «tierra» de su voluntad humana, sacudida por el miedo y la angustia, fue
asumida por su voluntad divina, de forma que la voluntad de Dios se cumplió en
la tierra. Esto es importante también en nuestra oración: debemos aprender a
abandonarnos más a la Providencia divina, pedir a Dios la fuerza de salir de
nosotros mismos para renovarle nuestro «sí», para repetirle que «se haga tu
voluntad», para conformar nuestra voluntad a la suya. Es una oración que
debemos hacer cada día, porque no siempre es fácil abandonarse a la voluntad de
Dios, repetir el «sí» de Jesús, el «sí» de María. Los relatos evangélicos de
Getsemaní muestran dolorosamente que los tres discípulos, elegidos por Jesús
para que estuvieran cerca de él, no fueron capaces de velar con él, de
compartir su oración, su adhesión al Padre, y fueron vencidos por el sueño.
Queridos amigos, pidamos al Señor que seamos capaces de velar con él en la
oración, de seguir la voluntad de Dios cada día incluso cuando habla de cruz,
de vivir una intimidad cada vez mayor con el Señor, para traer a esta «tierra»
un poco del «cielo» de Dios.
BENEDICTO XVI,
1 de febrero de 2012