SIENDO YO SIERVA DE ESTE
SEÑOR Y REY, ¿QUÉ MAL ME PUEDEN HACER?
¡Oh Dios mío, quién tuviera
entendimiento y letras y nuevas palabras para encarecer vuestras obras como lo
entiende mi alma! Fáltame todo, Señor mío; mas si Vos no me desamparáis, no os
faltaré yo a Vos. Levántense contra mí todos los letrados; persíganme todas las
cosas criadas, atorméntenme los demonios, no me faltéis Vos, Señor, que ya
tengo experiencia de la ganancia con que sacáis a quien sólo en Vos confía.
Pues estando en esta gran fatiga
(aún entonces no había comenzado a tener ninguna visión), solas estas palabras
bastaban para quitármela y quietarme del todo: No hayas miedo, hija, que Yo soy
y no te desampararé; no temas. Paréceme a mí, según estaba, que era menester
muchas horas para persuadirme a que me sosegase y que no bastara nadie.
Heme aquí con solas estas palabras
sosegada, con fortaleza, con ánimo, con seguridad, con una quietud y luz que en
un punto vi mi alma hecha otra, y me parece que con todo el mundo disputara que
era Dios. ¡Oh, qué buen Dios! ¡Oh, qué buen Señor y qué poderoso! No sólo da el
consejo, sino el remedio. Sus palabras son obras. ¡Oh, válgame Dios, y cómo
fortalece la fe y se aumenta el amor!
Es así, cierto, que muchas veces me
acordaba de cuando el Señor mandó a los vientos que estuviesen quedos, en la
mar, cuando se levantó la tempestad y así decía yo: ¿Quién es éste que así le
obedecen todas mis potencias, y da luz en tan gran oscuridad en un momento, y
hace blando un corazón que parecía piedra, da agua de lágrimas suaves adonde
parecía había de haber mucho tiempo sequedad? ¿Quién pone estos deseos? ¿Quién
da este ánimo? Que me acaeció pensar: ¿de qué temo? ¿Qué es esto? Yo deseo
servir a este Señor. No pretendo otra cosa sino contentarle. No quiero contento
ni descanso ni otro bien sino hacer su voluntad (que de esto bien cierta
estaba, a mi parecer, que lo podía afirmar). Pues si este Señor es poderoso,
como veo que lo es y sé que lo es, y que son sus esclavos los demonios (y de
esto no hay que dudar, pues es fe), siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿qué
mal me pueden ellos hacer a mí? ¿Por qué no he yo de tener fortaleza para combatirme
con todo el infierno?
Tomaba una cruz en la mano y parecía
verdaderamente darme Dios ánimo, que yo me vi otra en un breve tiempo, que no
temiera tomarme con ellos a brazos, que me parecía fácilmente con aquella cruz
los venciera a todos. Y así dije: "ahora venid todos, que siendo sierva
del Señor yo quiero ver qué me podéis hacer". (V 25, 18-19)