3 de agosto. La Invención de san Esteban
Los cuerpos de los santos Esteban, primer Mártir, Gamaliel, Nicodemo y Abilón, que desde largo tiempo habían permanecido ocultos en un lugar obscuro y sórdido, fueron hallados cerca de Jerusalén, en tiempo del emperador Honorio, por el presbítero Luciano, divinamente inspirado. Gamaliel le apareció en sueños como un venerable anciano que le indicó dónde yacían, y le mandó decírselo al obispo Juan de Jerusalén con el fin de procurar a aquellos cuerpos una sepultura conveniente.
El obispo de Jerusalén convocó a los obispos y presbíteros vecinos y con ellos fue al lugar indicado, haciendo excavar los sepulcros, que esparcieron un suave olor. La noticia de este hecho hizo acudir al lugar a una gran multitud de personas, muchas de las cuales, aquejadas de diversas enfermedades, regresaron a sus casas curadas. El sagrado cuerpo de San Esteban fue llevado con gran honor a la santa iglesia de Sion, y trasladado después a Constantinopla, imperando Teodosio el Joven; bajo el papa Pelagio I, fue conducido a Roma y colocado en el sepulcro del Mártir San Lorenzo del Agro Verano.
Del libro de San Agustín, Obispo, la Ciudad de Dios.
Libro 22, cap. 8, cerca del medio.
Cuando el obispo Proyecto llegó a Tíbilis con las reliquias del glorioso Mártir Esteban, se halló con muchas gentes que habían venido para orar ante ellas. Una mujer ciega suplicó ser conducida hasta el obispo que llevaba las sagradas reliquias; allí oró, ofreció las flores que traía para que tocasen los restos del mártir, y al recibirlas de nuevo, las llevó a los ojos, y recobró la vista. Todos los que allí estaban vieron con estupefacción cómo, la que antes no veía, les precedía en el camino sin necesidad de guía alguno. También aconteció que mientras Lucilo, obispo de Hipona, llevaba en procesión, precedido y seguido del pueblo, otras reliquias del mismo Mártir veneradas en el castillo de Sinite, cerca de aquel lugar, fue curado repentinamente, por la virtud de tan preciosa carga, de una fístula crónica, que un médico, amigo suyo, había de operar.
Oremos.
Concédenos, Señor, imitar las virtudes de San Esteban, cuya entrada en la gloria celebramos; y, así como él supo rogar por sus mismos perseguidores, sepamos nosotros amar a nuestros enemigos. Que vive y reina en unión del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.