martes, 23 de agosto de 2022

23 de agosto. San Felipe Benicio, confesor

 


23 de agosto. San Felipe Benicio, confesor

Felipe, nacido en Florencia de la noble familia de los Beniti, dio pronto señales de su futura santidad. Tenía cinco meses, cuando se puso a hablar milagrosamente para rogar a su madre que hiciese limosna a unos Hermanos Servitas. Siendo adolescente, y estudiante en París, unía la aplicación a estos estudios con la piedad más ferviente, encendiendo en sus compañeros el deseo de la patria celestial. Vuelto a su país, ingresó en la recién fundada Orden de los Servitas, llamado a ella por la Santísima Virgen María que se le apareció. Después se retiró a una cueva del monte Senario, donde sometió su cuerpo a continuas mortificaciones, suavizadas, empero, por la meditación de la pasión de Cristo nuestro Señor. Recorrió luego casi toda Europa y parte de Asia, predicando el Evangelio; instituyó cofradías de los siete Dolores de la Santísima Virgen, y propagó su Orden con el ejemplo de sus virtudes.

Siendo elegido, a pesar de su resistencia, general de su Orden, por su celo en extender el amor divino y la fe católica, envió algunos de sus hermanos a predicar el Evangelio en Rusia; en cuanto a él, recorrió las principales ciudades de Italia, pacificando las crecientes discordias que se extendían entre sus habitantes, y haciendo que algunas de ellas volvieran a la obediencia del Papa. Nada omitió en provecho espiritual del prójimo, y así logró conducir a hombres sumamente corrompidos, del cieno de los vicios a la penitencia y al amor de Jesucristo. Entregado en gran manera a la oración, veíasele con frecuencia arrebatado en éxtasis. Amaba tanto la virginidad, que se impuso voluntariamente las más rigurosas mortificaciones para conservarla incólume hasta el fin de su vida.

Constantemente brillaba en él la más tierna compasión para con los pobres, la cual se puso principalmente de manifiesto en una ocasion en que dio su propio vestido a un leproso, a quien encontró pidiendo limosna, casi desnudo, en un arrabal de Siena, y que quedó curado al momento de ponérselo. La admiración que despertó este milagro por doquiera, fue causa de que al reunirse los cardenales en Viterbo para elegir sucesor de Clemente IV, pusieran los ojos en Felipe, del cual conocían, por otra parte, su prudencia casi celestial. Pero al saberlo el varón de Dios, temiendo verse obligado a aceptar la carga del pontificado, se ocultó en el monte Tuniato, donde permaneció hasta que Gregorio X hubo sido proclamado Sumo Pontífice. Puede verse en aquel lugar un manantial llamado todavía Fuente de San Felipe, que debe a sus oraciones la virtud de curar a los enfermos. Por último, murió santamente en Todi, en el año 1285, abrazado al crucifijo, al que llamaba su libro. Junto a su sepulcro hubo ciegos que recobraron la vista, cojos que recobraron el andar y muertos que resucitaron. Ante la fama de estos y de otros muchos milagros, el Sumo Pontífice Clemente X le canonizó.

 

Oremos.

Oh Dios, que por el bienaventurado Felipe, Confesor tuyo, nos diste un excelente ejemplo de humildad: concede a tus siervos que a su imitación desprecien las prosperidades mundanas, y busquen siempre las cosas eternas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.