12 de agosto. Santa Clara de Asís, virgen
Clara, noble virgen de Asís, en Umbría, a imitación de San Francisco, vendió y distribuyó todos sus bienes en limosnas y subsidios a los pobres. Huyendo del mundanal ruido, se retiró a una iglesia campestre, donde San Francisco le cortó la cabellera; y permaneció allí a pesar de la dura oposición de sus parientes que querían llevarla consigo. Conducida por San Francisco a la iglesia de San Damián, hizo el Señor que se le juntasen varias compañeras, con las cuales formó una comunidad de religiosas consagradas a Dios, de cuya dirección se encargó, cediendo a las reiteradas instancias de San Francisco. Gobernó el monasterio con solicitud y prudencia, en el temor de Dios, por espacio de 42 años, procurando mantener la perfecta observancia de la regla y llevando una vida tan ejemplar, que todas pudieron verla como regla de conducta.
Para fortalecer el espíritu, mortificaba su cuerpo durmiendo en el suelo, y a veces sobre sarmientos, teniendo como almohada un pedazo de dura madera. Para vestir, se contentaba de una túnica y un manto de paño grosero, llevando a veces el cilicio sobre la carne. Su abstinencia era tal, que durante largo tiempo no tomó alimento alguno en tres días de cada semana, y en los demás restringía su alimentación; sus compañeras no comprendían cómo subsistía tan parcamente alimentada. Antes de caer enferma, ayunaba a pan y agua durante dos cuaresmas anuales, pasando, en estos días, las noches en vela y entregada a la oración, ejercicios que, por otra parte, practicaba asiduamente. Cuando no podía, por sus largas enfermedades, levantarse por sí misma para entregarse a trabajos materiales, lo hacía con la ayuda de sus hermanas. Y reclinada, trabajaba en labores manuales para no estar ociosa ni en la enfermedad. Insigne amadora de la pobreza, no quiso quebrantarla, ni en casos de necesidad, rehusando muchas veces los bienes que Gregorio IX le ofrecía para el sustento de la comunidad.
La santidad de esta Virgen resplandeció con varios milagros. Restituyó el habla a una religiosa de su monasterio y a otra el oído; y libró a otras de fiebres, de hidropesía, de una fístula y de varias enfermedades. Devolvió el juicio a un hermano de la orden de Menores que lo había perdido. Cuando faltó el aceite en el monasterio, Clara tomó una vasija y la lavó, quedando al punto este recipiente, por efecto de la divina munificencia, lleno de aceite. Multiplicó la mitad de un pan de tal manera, que bastó para 50 religiosas. Cuando los sarracenos sitiaron Asís y querían invadir el monasterio, Clara se hizo conducir, estando enferma, con el copón que contenía el Sacramento eucarístico, a la puerta del convento, dirigiendo a Jesús esta oración: Señor, no abandones a las bestias feroces las almas que en ti confían, y guarda a tus siervas que redimiste con tu preciosa sangre. Mientras oraba, se oyó una voz que decía: Siempre os guardaré. Y parte de los sarracenos se dio a la fuga, y los que habían escalado la muralla quedaron como ciegos y cayeron desde lo alto de la misma. Por último, esta virgen, en su hora postrera, fue visitada por un coro de vírgenes vestidas de blanco, entre las cuales se destacaba una que sobrepujaba en prestancia y hermosura a todas las demás. Después de recibir la sagrada Eucaristía y serle aplicada la indulgencia plenaria que le otorgó Inocencio IV, entregó su alma a Dios, en el tercer día de los idus de agosto. Los milagros con que resplandeció tras su muerte merecieron que Alejandro IV la pusiera en el número de las santas Vírgenes.
Oremos.
Escúchanos, Dios Salvador nuestro, para que, en la alegría de la fiesta de Santa Clara Virgen aprendamos a servirte con amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.
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