UNCIÓN EN BETANIA
Dom Gueranger
LUNES SANTO
UNCIÓN DE JESÚS EN BETANIA.— Acabamos de oír la lectura del pasaje evangélico a que aludimos ha unos días, el sábado anterior al domingo de Ramos. Ha sido colocado en la misa de hoy porque antiguamente no había estación el Sábado. La Iglesia nos llama la atención con este episodio sobre los postreros días de nuestro Redentor, para hacernos sentir con él todos los acontecimientos que se realizan en este momento en torno suyo. María Magdalena cuya conversión nos había admirado hace unos días, está llamada a tomar parte en la Pasión y Resurrección de su Maestro. Tipo ideal del alma convertida y admitida a gozar de los favores celestes, debemos seguirla en todas las circunstancias en que la gracia divina la va a hacer tomar parte. La hemos visto siguiendo al Salvador paso a paso y ayudándole en sus necesidades; además el Santo Evangelio nos la muestra preferida a Marta su hermana, pues ha escogido la mejor parte. En estos días es objeto de nuestro interés principalmente por su tierna adhesión a Jesús. Sabe que le buscan para matarle y el Espíritu Santo que la guía interiormente por unos estados que se suceden, cada vez más perfectos, ha querido que hoy dé cumplimiento a una acción profética previendo lo que tanto teme.
Entre los tres presentes de los Magos, uno de ellos significa la muerte del Rey divino a quien estos hombres vinieron a visitar desde el lejano oriente. Era la mirra, perfume funerario empleado tan copiosamente en el entierro del Salvador. Hemos visto que la Magdalena, al convertirse, testimonió su cambio de vida derramando sobre los pies de Jesús un ungüento precioso. Ahora emplea también este medio como muestra de amor. Su Maestro está comiendo en casa de Simón el leproso; María está con él, como también sus discípulos; Marta sirviendo; hay paz en esta casa; pero todos presienten cosas adversas. De repente María Magdalena aparece con un vaso lleno de ungüento de nardo precioso. Se dirige a Jesús y arrojándose a sus pies los unge con este perfume y luego los enjuga con sus cabellos.
Jesús estaba tendido sobre un diván en donde los orientales se recuestan mientras comen; fue, pues, fácil que la Magdalena se pusiese a sus pies. Dos evangelistas, completada su narración por San Juan, nos muestran que ella derramó también sobre la cabeza del Salvador este oloroso ungüento. ¿Comprendía bien la Magdalena en este momento la importancia de la acción que la había inspirado el Espíritu Santo? Nada nos dice el Evangelio; pero Jesús reveló este misterio a sus apóstoles; y nosotros que nos hacemos eco de sus palabras, conocemos por esta acción que ha comenzado, podemos decir, la Pasión de nuestro Redentor, desde el momento en que la Magdalena le embalsama para su futura sepultura. El suave y penetrante olor del perfume se había extendido por toda la morada. Uno de los discípulos, Judas Iscariote, protesta contra lo que él llama gasto inútil. Su bajeza y codicia le habían hecho insensible a todo pudor. Muchos de los discípulos confirmaron su opinión; ¡sus pensamientos eran tan rústicos todavía! Jesús permitió esta protesta por varias razones. Quería anunciar su próxima muerte a los que le rodeaban revelándoles el secreto que contenía esta efusión de perfume sobre su cuerpo. En segundo lugar glorificar a la Magdalena, que le profesaba un amor tan tierno y tan ardiente; y entonces anunció que su fama se extendería por toda la tierra tan lejos cuanto se extendiese el Evangelio. En fin, quería consolar de antemano a las almas piadosas, a las que su amor inspiraría obras de liberalidad para su culto y resguardarlas de las críticas mezquinas de que serían objeto.
Recojamos estas enseñanzas divinas. Honremos a Jesús no sólo en su persona sino también en sus pobres. Honremos a la Magdalena y sigámosla hasta que pronto la veamos en el Calvario y en el sepulcro. En fin, dispongámonos a embalsamar a nuestro Salvador reuniendo para su entierro la mirra de los Magos que figura el sacrificio, y el precioso nardo de la Magdalena que representa el amor generoso y complaciente.