LA APARICIÓN A LA MAGDALENA
Dom Gueranger
JUEVES DE PASCUA
LA APARICIÓN A LA MAGDALENA. — En medio de sus compañeras, la Magdalena se levanta como una reina, cuya corte la forman las demás. Es la preferida de Jesús, aquella que más ama, aquella cuyo corazón fué más quebrantado por la dolorosa Pasión, aquella que insiste con más fuerza para recibir y embalsamar con sus lágrimas y sus perfumes el cuerpo de su maestro. ¡Qué delirio en sus palabras mientras le busca! ¡Qué exaltación de ternura, cuando le reconoció vivo y siempre amoroso para con ella! Con todo, Jesús se abstiene de manifestar una alegría demasiado terrena: “No me toques, la dice; pues no he subido todavía a mi Padre.”
Jesús no tiene ya las condiciones de la vida mortal; en él la humanidad permanecerá siempre unida a la divinidad; pero su resurrección advierte al alma fiel que las relaciones que tendrá en adelante con él no son ya las mismas. En el primer período se acercaba a él como si se acercase a un hombre; su divinidad apenas si se traslucía; pero ahora es el Hijo de Dios, cuyo resplandor eterno se percibe, porque irradia aun a través de su humanidad. Es, pues, el corazón el que debe buscarle ahora más bien que los ojos; el afecto respetuoso más que la ternura sensible. Se dejó tocar de la Magdalena cuando ella era débil y él mismo mortal; es necesario que ahora ella aspire al mayor bien espiritual que es la vida del alma, a Jesús en el seno del Padre. Magdalena, en su primer estado hizo lo suficiente para servir de modelo al alma que comienza a buscar a Jesús, pero ¿quién no ve que su amor necesita transformarse? Su ardor “la ciega; se obstina en “buscar entre los muertos al que está vivo”. Ha llegado el momento en que debe elevarse a una vida superior, y buscar Analmente en espíritu aquello que es espíritu.
“No he subido todavía a mi Padre” dice el Salvador; como si dijese: “Prívate por el momento de estas muestras de cariño demasiado sensibles que te atarían a mi humanidad. Déjame antes subir a mi gloria; un dia tú también serás admitida allí cerca de mí; entonces te será dado prodigarme todas las muestras de tu amor, porque entonces no será ya posible que mi humanidad te robe la vista de mi naturaleza divina.” Magdalena comprendió la lección de su Maestro tan amado; una transformación se opera en ella; y en seguida, sola con sus recuerdos, que se extienden de la primera palabra de Jesús que deshizo en llanto su corazón y la arrancó de los amores terrenos, hasta el favor con que la honra hoy al preferirla a los Apóstoles, suspirará cada día por el sumo bien, hasta que purificada por la espera, hecha émula de los ángeles que la visitan y consuelan en su destierro, suba finalmente para siempre a donde está Jesús y estreche con un abrazo eterno aquellos sagrados pies, en los que reconocerá las señales imborrables de sus primeros ósculos.