IMPERFECCIÓN DE LA FE
Dom Gueranger
MARTES DE PASCUA
IMPERFECCIÓN DE LA FE.— La actitud de los Apóstoles en esta escena impresionante debe también fijar nuestra atención. Ellos conocen la Resurrección de su Maestro; se apresuraron a proclamarla a la llegada de los dos discípulos de Emaús; con todo, ¡cuán débil es su fe! La presencia inesperada de Jesús los turba; si se digna darles a palpar sus miembros para convencerlos, esta experiencia los asombra, los colma de alegría; pero aún permanece en ellos no sé qué fondo de incredulidad. Es necesario que el Salvador lleve su bondad hasta comer delante de ellos, para convencerlos plenamente de que es él mismo y no un fantasma. Con todo, estos hombres antes de la visita de Jesús creían ya y confesaban su Resurrección. ¡Qué lección nos da este hecho del Evangelio! Ellos creen pero con una fe tan débil que el menor choque los hace vacilar; piensan tener la fe y apenas si ha aflorado en su alma. Con todo, sin la fe, sin una fe viva y enérgica, ¿qué podemos hacer en medio de la lucha que debemos sostener constantemente contra los demonios, contra el mundo y contra nosotros mismos? Para luchar, la primera condición es estabilizarse sobre una base resistente; el atleta cuyos pies descansan sobre la arena movediza no tardará en ser derribado. Es muy común hoy día esta fe vacilante, que cree hasta que se presenta la prueba de esta misma fe, continuamente socavada por un naturalismo sutil, que es difícil dejar de respirar en mayor o menor grado, en esta atmósfera pestilencial que nos rodea. Pidamos sin cesar la fe, una fe invencible, sobrenatural, que sea el móvil de nuestra vida entera, que no retroceda nunca, que triunfe siempre dentro y fuera de nosotros; para que podamos aplicarnos con verdad el dicho del Apóstol San Juan: “Nuestra fe es la victoria que pone al mundo entero debajo de nuestros pies.” (I San Juan, V, 4.)