LA REDENCIÓN
Dom Gueranger
Sábado de pasión
EL ODIO DE LOS JUDÍOS. — Los enemigos del Salvador han llegado a un grado de furor tal, que les ha hecho perder los sentidos. Tienen ante sus ojos a Lázaro resucitado; y en lugar de hallar en él una prueba incontrastable de la misión divina de Jesús y de rendirse a la evidencia de los hechos, tratan de hacer desaparecer, a este testigo irrecusable, como si Aquel que lo ha resucitado ya una vez, no pudiera devolverle de nuevo la vida. La recepción triunfal que el pueblo tributó al Salvador en Jerusalén vino a exasperar su furor y su ira. “No adelantamos nada, se decían; todo el mundo va tras él.” Pero ¡ay! a esta ovación momentánea seguirá muy pronto uno de esos cambios bruscos a los que tan inclinado se halla el pueblo. En efecto, hasta los mismos gentiles se presentan para ver a Jesús. Es el anuncio del próximo cumplimiento de la profecía del Salvador. “El reino de los cielos os será arrebatado para entregarlo a un pueblo que produzca frutos'”. Entonces el Hijo del Hombre será glorificado. Todas las naciones protestarán con su sumiso homenaje al crucificado en contra de la ceguera de los judíos. Pero antes es necesario, “que la simiente divina sea arrojada a la tierra y muera en ella”; después vendrá el tiempo de la recolección y el grano rendirá el ciento por uno.
LA REDENCIÓN. — Jesús con todo eso experimenta en su humanidad un instante de turbación, al pensar en su muerte. No ha llegado todavía la agonía del huerto; más un escalofrío se apodera de Él. Escuchemos este grito: “¡Padre, líbrame de esta hora!” Cristianos, vuestro mismo Dios es presa del miedo, previendo lo que muy pronto tendrá que sufrir por nosotros. Pide el verse libre de este destino que ha previsto y querido. “Pero, añade, para esto he venido yo, Padre, glorifica tu nombre.” Su corazón está tranquilo a pesar de todo. Acepta de nuevo las duras condiciones de nuestra salvación. Escuchad también esta palabra de triunfo. En virtud del sacrificio que va a ofrecer, Satanás será destronado, “este príncipe del mundo va a ser arrojado por tierra”. Mas la derrota del demonio no es el único fruto de la inmolación de nuestro Salvador; el hombre, este ser terreno y depravado, va a dejar la tierra y se va a elevar hasta el cielo. El Hijo de Dios como un imán celeste lo atraerá en adelante hacia sí. “Cuando sea levantado de la tierra, dijo El, cuando sea crucificado atraeré hacia mí todas las cosas.” No piensa más en sus tormentos, en aquella muerte terrible que continuamente le asustaba; no ve sino la ruina de nuestro enemigo, nuestra salvación, nuestra glorificación por su cruz. Tenemos, pues, en estas palabras todo el corazón de nuestro Redentor; si las meditamos, bastan ellas solas para disponer nuestras almas a gustar los misterios de los que está llena la semana que comienza mañana.