EL MISTERIO DE LA PESCA MILAGROSA
Dom Gueranger
MIÉRCOLES DE PASCUA
EL MISTERIO DE LA PESCA MILAGROSA. — Jesús se apareció a sus discípulos reunidos en la tarde del día de Pascua; y de nuevo se mostró a ellos ocho días después, como diremos luego. El Evangelio de hoy nos refiere una tercera aparición, que fué sólo para siete discípulos, a orillas del lago de Genesareth, llamado también por su vasta extensión el mar de Tiberiades. Nada más conmovedor que esta alegría respetuosa de los Apóstoles ante la aparición de su Maestro, que se digna servirles una comida. Juan, antes que ningún otro, ha notado la presencia de Jesús; no nos asombremos; su gran pureza esclareció la mirada de su alma; está escrito: “Bienaventurados los que tienen el corazón puro, porque ellos verán a Dios.” (San Mat., V, 8.) Pedro se arroja a las olas para llegar antes a la presencia de su Maestro; se exteriorizaba como el Apóstol impetuoso, pero que ama más que los otros. ¡Cuántos misterios en esta admirable escena!
FIEL. — Existe ciertamente una pesca; es el ejercicio del apostolado para la Santa Iglesia. Pedro es el gran pescador; a él le toca determinar cuándo y cómo es preciso arrojar la red. Los otros Apóstoles se unen a él, y Jesús está con todos. Está atento a la pesca, él la dirige; porque el resultado es para él. Los peces son los fleles; pues, como lo hemos señalado en otra parte, el cristiano, en el lenguaje de los primeros siglos, es un pez. Sale del agua; y en el agua recibe la vida. Ya hemos visto antes cómo fué propicia a los israelitas el agua del Mar Rojo. En nuestro Evangelio encontramos también el Tránsito: el paso del agua del lago de Genesareth a la mesa del Rey del cielo. La pesca fué abundante, en lo cual se encierra un misterio que no nos es dado penetrar. Solamente al fin del mundo, cuando la pesca sea completa, entonces comprenderemos quiénes son estos ciento cincuenta y tres peces grandes. Este número misterioso significa, sin duda, otras tantas fracciones de la familia humana, conducidas sucesivamente al Evangelio por el apostolado; pero no habiéndose cumplido aún el tiempo, el libro permanece sellado.
CRISTO. — De vuelta a la ribera, los Apóstoles se reunieron con su Maestro; pero he aquí que encuentran la comida preparada para ellos: un pan, con un pez asado sobre carbones. ¿Qué simboliza este pez, que ellos no pescaron, que fué sometido al ardor del fuego y que va a servirles de alimento al salir del agua? La antigüedad cristiana nos explica este nuevo misterio: el pez es Cristo, que fué probado por los ardientes dolores de su Pasión, en los que el amor le devoró como fuego; se convirtió en alimento divino de aquellos que se purificaron atravesando las aguas. Ya hemos explicado en otro lugar cómo los primeros cristianos habían hecho una contraseña de la palabra Pez en lengua griega, porque las letras de esta palabra reproducen en dicha lengua las iniciales de los nombres del Redentor.