JORNADAS
DE LOS DIVINOS PEREGRINOS
JESUS,
MARIA Y JOSÉ
Puesta el alma en presencia de
nuestros Peregrinos sagrados, harás todos los días de la novena el siguiente:
ACTO DE CONTRICCION
Señor mío Jesucristo, divino y
eterno Verbo y Dios encarnado en las entrañas de María Santísima; el amor que
me tienes te hizo bajar del Cielo a la Tierra, hasta ponerte en un establo. ¡Oh,
cuanto siente haberte cerrado las puertas de mi corazón, dándote con ellas en
la cara, haciéndose sordo a tus divinas inspiraciones y llamamientos, cuando
con tanto amor viniste a los desiertos del mundo a buscar la perdida oveja de mi alma con tantos
trabajos, para llevarla a los apriscos de tu Gloria! Rompe, Señor, los cerrojos
de este ingrato corazón mío con la luz y conocimiento de mi aborrecible
ingratitud. Si buscas pesebre donde reclinar la cabeza, pesebre pobrísimo es mi corazón; consume con
el fuego de tu amor hasta las pajas de imperfecciones, y aparte de mí todas mis
abominables culpas, las cuales de todo mi corazón me pesa de haberlas cometido
contra Ti y delante de Ti, por ser quien eres. Y, pues, vienes a buscar no
justos, sino pecadores, yo soy el mayor de todos, y quien más que todos te ha
ofendido: confió en tu misericordia que me perdonaras y darás gracias para
servirte y para saber amarte con perseverancia hasta el fin de mi vida. Amen
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DE DICIEMBRE. ULTIMO DÍA
Hemos
llegado, alma mía, a la última posada y palacio, que le previno el Eterno Padre
a su Unigénito Hijo para su nacimiento, y es una humilde cuerva y pesebre de
brutos, donde puedes considerar como habiendo llegado los Peregrinos sagrados
dan gracias al Eterno Padre por aquel humilde y despreciado refugio; después lo
barren y lo asean, y a su imitación hacen lo mismo los ángeles, que de guardia
asistían a nuestra Reina y Señora. Mira y contempla como el santo Esposo
desdobla el fardo, y con la humilde ropa adorna el pesebre, que sirvió de cuna
el Hijo e Dios y de cama para el descanso de su Santísima Madre, se retira a un
rincón del portal, y que llegada la media noche, sintiendo nuestra gran Reina y
Señora que se acercaba la hora de su dichoso parto, hincada de rodillas,
puestas las manos en el pecho, los ojos levantados al cielo, elevadas las
potencias y sentidos, toda divinizada, dio al mundo al Unigénito del Eterno
Padre y suyo, Cristo Jesús, Dios y hombre verdadero, a quien en brazos de San
Miguel Arcángel adoró, y recibiéndole con profunda humildad y reverencia en sus
santísimos brazos le adoran los santos ángeles (con el altar sagrado) como a su
verdadero Dios, Señor y Creador.
Contempla
también el gozo de San José, cuando despertando de aquel dulce suelo (en el que
estaba mirando tan soberano Misterio) vio en brazos de la Aurora al divino Sol de Justicia, desterrando las
sobras de la noche con su increada luz, alegrando al mundo con su venida, y
aquella humilde cueva hecha un abreviado Cielo; y viéndole su Santísima Madre
tiritar de frio le envuelve en aquellos humildes pañales, le abriga entre sus
pechos, le regala con su dulce néctar y le pone entre la paja y el heno, donde
le adoran los brutos como a su Hacedor y Señor.
Y con
la noticia que tuvieron los pastores por un ángel, con júbilo y alegría vienen
en busca de la Luz, entran en la cueva, y dando el parabién a la Santísima
Madre, reciben al Niño en sus brazos con singular regocijo y alegría, gozándose
el tierno Infante de tener sus delicias con los hijos de los hombres. Este día
todo es gozo y alegría al ver a Dios hecho Niño tierno en un establo, ceñidos
los brazos, envuelto en mantillas; al León de Judá hecho Cordero humilde en una
cueva.
Acabarás cada día con nueve
Avemarías, que rezaras de rodillas como quien va acompañando a la santísima
Virgen Maria; y llegando a las palabras bendito es el fruto de tu vientre, Jesús, besaras la tierra o el suelo, adorando al Verbo encarnado en sus
purísimas entrañas con profunda humildad y reverencia; y esto mismo harás todos
los días, y luego dirás la siguiente oración final
Oración de San Agustín a
la
SANTISIMA VIRGEN MARIA
Madre
de toda piedad, acordaos que desde que el mundo es no se sabe que hayáis dejado
sin consuelo a quien llego a pedírosle; que no se ha oído jamás decir que quien
llego a vuestros ojos con miserias dejase de salir de vuestra presencia sino
remediado; y así, confiado en vuestras piadosas entrañas y afable condición, me
arrojo a vuestros pies. No queráis ¡oh Madre del Verbo y palabra eterna!,
despreciar mis palabras y ruegos, sino oídme propicia; otorgad lo que con
lágrimas de mi corazón os suplico.
Hay concedidos 460 días de indulgencia por cada
vez que se rece esta oración, pidiendo al Señor por las necesidades de la
Iglesia y del Estado.