Comentario al
Evangelio
8 de diciembre
LA INMACULADA
CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
Mientras Nuestro Señor estaba predicando, una mujer de entre la
multitud gritó: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste» (Lc
11,27). Nuestro Señor asintió, pero en lugar de contentarse con las buenas
palabras de la mujer, continuó diciendo algo más: «Sí, dijo, pero dichosos más
bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan». Habla de una dicha mayor.
Bien; estas palabras requieren alguna aclaración, aunque no fuera sino porque
hay muchas personas hoy día que piensan que están dichas en desprecio de la
gloria y la bienaventuranza de la Santísima Virgen María, como si Nuestro Señor
hubiera dicho: «Mi madre es dichosa, pero mis verdaderos siervos son más
dichosos que Ella». Así, pues, diré algo sobre este pasaje, y con una peculiar
oportunidad, porque justamente ahora estamos celebrando la fiesta del «Lady
Day», la gran fiesta en la que conmemoramos la Anunciación, esto es, la visita
del Ángel Gabriel y la milagrosa concepción del Hijo de Dios, Nuestro Señor y
Salvador, en su seno.
Unas pocas palabras bastarán para demostrar que las de Nuestro Señor no
son despreciativas para la gloria y dignidad de su Madre, la primera de las
criaturas y la Reina de los Santos. Porque, mirad, Él dice que es más santo
guardar sus mandamientos que ser su Madre. Y ¿creéis que la Santísima Madre de
Dios no guardó los mandamientos de Dios? Nadie, desde luego – ni siquiera los
protestantes – negará que los cumplió. Pues bien, siendo así, lo que dice
Nuestro Señor es que la Santísima Virgen era más santa porque guardaba los
mandamientos que porque fuera su Madre. ¿Qué católicos niega esto? Al
contrario, todos nosotros los confesamos. Todos los católicos lo confiesan. Los
Santos Padres de la Iglesia nos dicen una y otra vez que Nuestra Señora era más
bendita por cuanto hacía la voluntad de Dios que por ser su Madre. Era bendita
de dos maneras. Era bendita siendo su Madre; era bendita estando llena del
espíritu de fe y de obediencia. Y esta última bendición era la mayor. Estoy
diciendo lo que dicen tan expresivamente los Santos Padres. San Agustín dice:
«Más bendita fue María recibiendo la fe de Cristo que recibiendo la carne de
Cristo». Igualmente Santa Isabel, cuando la Visitación, le dice: Beata es quae
credidisti («Bienaventurada eres tú que creíste»); y San Juan Crisóstomo va tan
lejos como para decir que Ella no habría sido bienaventurada, aunque hubiera
sido madre de Cristo, si no hubiera oído la palabra de Dios y la hubiera
guardado.
Hemos empleado la expresión, «San Juan Crisóstomo va tan lejos….», no
porque no sea una auténtica verdad. Yo digo que es cierto que la Santísima
Virgen no hubiera sido bienaventurada, aunque hubiera sido la Madre de Dios, si
no hubiera cumplido la voluntad divina; pero decirlo es una cosa absurda,
porque se supone un imposible; se supone que podría haber sido tan altamente
favorecida, de una parte, y de otra no penetrada y poseída por la gracia de
Dios; porque cuando el Ángel la visitó la llamó, expresivamente, llena de
gracia: Ave gratia plena. Las dos bendiciones no se pueden dividir. (Incluso es
de señalar que Ella tuvo la oportunidad de contrastarlas y dividirlas, y que
prefirió guardar los mandamientos de Dios a ser su Madre si ambas cosas no
hubieran podido ser al mismo tiempo). Quien fue escogida para ser Madre de
Dios, fue también escogida para ser llena de gracia. Esto que oís es una
aclaración de las altas doctrinas recibidas entre los católicos acerca de la
pureza e impecabilidad de la Santísima Virgen. San Agustín no quiere oír hablar
de que Ella cometiera jamás un pecado, y el Sagrado Concilio de Trento declara
que, por un privilegio especial, evitó todo pecado, incluso venial, a lo largo
de toda su vida. Y en este momento, sabéis que es creencia admitida por todos
los católicos el que no fue concebida con el pecado original y que su
concepción fue inmaculada.
¿De dónde proceden estas doctrinas? Proceden del gran principio
contenido en las palabras de Nuestro Señor, que yo estoy comentando. Él dice:
«Es más santo hacer la voluntad de Dios que ser la Madre de Dios». No digáis
que los católicos no sienten profundamente esto; lo sienten tan profundamente
que siempre están extendiéndose en los conceptos de su virginidad, pureza,
condición inmaculada, fe, humildad y obediencia. No digáis nunca, pues, que los
católicos olvidan este pasaje de la Escritura. Si celebran con recogimiento la
fiesta de la Inmaculada Concepción, de la Pureza, etc., es porque valoran tanto
la bienaventuranza de la santidad. La mujer de la multitud gritó: «¡Dichoso el
seno y los pechos de María!» Hablaba sinceramente; no quería excluir la dicha
superior, pero sus palabras se dirigieron sólo a un aspecto. Por eso Nuestro
Señor las completó. Y por eso su Iglesia después de Él, gozándose en el gran
misterio sagrado de la Encarnación, ha sentido siempre que, quien de manera tan
inmediata participó en él, debe haber sido santísima. Y por eso, por el honor
del Hijo ha exaltado siempre la gloria de la Madre. Así como nosotros le damos
a Él lo mejor de nosotros, le atribuimos lo mejor, edificamos nuestras iglesias
costosas y bellas; así como cuando fue descendido de la cruz sus piadosos
discípulos le envolvieron en fino lino y le enterraron en una sepultura en la
que no había sido sepultado nadie; así como su morada en el cielo es pura y sin
mancha, así tenía que ser – y lo fue efectivamente – santo, inmaculado y divino
aquel tabernáculo del cual tomó carne, en el que descansó. Así como se había
preparado un cuerpo para Él, así había sido preparado un lugar para ese cuerpo.
Antes de que la Bienaventurada María pudiera ser Madre de Dios, y para que lo
fuera Ella fue separada aparte, santificada, llena de gracia y puesta en la
presencia del Eterno.
Y los Santos Padres han recogido siempre la exacta obediencia y la
inculpabilidad de la Santísima Virgen a partir de la narración auténtica de la
Anunciación, cuando se convirtió en Madre de Dios. Porque cuando se le apareció
el Ángel y le declaró la voluntad de Dios, dicen los Santos Padres que Ella
manifestó especialmente cuatro gracias: humildad, fe, obediencia y pureza.
Además, estas gracias eran condiciones previas para ser elegida para tan alto
favor. Si no hubiera tenido fe, humildad, pureza y obediencia no habría
merecido ser Madre de Dios. Así, es corriente decir que concibió a Cristo en su
mente antes de concebirlo en su cuerpo, con lo que se indica que la
bienaventuranza de la fe y la obediencia precedió a la de ser una Virgen Madre.
Aún más, se ha dicho que Dios esperó su consentimiento antes de venir y
encarnar en Ella. De la misma manera que Él no realizó actos de poder en un
lugar, porque no tenían fe; así este gran milagro, por el cual se hizo hijo de
una criatura, se mantuvo en suspenso hasta que Ella fue probada y encontrada en
disposición para él, hasta que Ella obedeció.
Pero hay algo más que añadir. Acabo de decir que ambas bendiciones no
podían ser divididas, que iban juntas. «Bienaventurados el seno», etc.; «Sí,
pero bienaventurados más bien…», etc. Es verdad, pero observad esto. Los Santos
Padres enseñan siempre que en la Anunciación, cuando el Ángel se apareció a
Nuestra Señora, Ella indicó que prefería la que Nuestro Señor dijo que era la
mayor de ambas bendiciones. Porque cuando el Ángel le anunció que estaba
destinada a gozar de la bendición que las mujeres judías, época tras época,
habían anhelado, de ser la Madre del Cristo esperado, Ella no se precipitó,
como habría hecho otra, sino que esperó. Esperó hasta que se le dijo que ello
sería compatible con su estado de virginidad. No quiso aceptar el más asombroso
honor; no quiso hasta que se le satisfizo este punto. «¿Cómo podrá ocurrir
esto, si yo no conozco varón?» Hacen notar que Ella había hecho un voto de
virginidad y consideraba este santo estado como algo más elevado que ser Madre
de Cristo. Tal es la enseñanza de la Iglesia, que muestra claramente cuán
estrechamente observa la doctrina de las palabras de la Escritura, que yo estoy
comentando; cuán íntimamente que la Santísima Virgen las sintió; que aunque era
bendito el seno que llevó a Cristo y esos pechos, más bendita era el alma llena
de gracia, que por ser así fue recompensada con el extraordinario privilegio de
ser Madre de Dios.