LA VIRGEN NOS AYUDA SIEMPRE. San Pio X
No son pocos los que se quejan de que hasta el día de
hoy esas esperanzas no se han colmado y utilizan las palabras de Jeremías: Esperábamos
la paz y no hubo bien alguno: el tiempo del consuelo y he aquí el temor[i][i]. Pero,
¿quién podría no entrañarse de esta clase de poca fe por parte de
quienes no miran por dentro o desde la perspectiva de la verdad las obras de
Dios? Pues, ¿quién sería capaz de llevar la cuenta del número de los regalos
ocultos de gracia que Dios ha volcado durante este tiempo sobre la Iglesia, por
la intervención conciliadora de la Virgen? y si hay quienes pasan esto por
alto, ¿qué decir del Concilio Vaticano, celebrado en momento tan acertado?;
¿qué del magisterio infalible de los Pontífices proclamado tan oportunamente,
contra los errores que surjan en el futuro?; ¿qué, en fin, de la nueva e
inaudita oleada de piedad que ya desde hace tiempo hace venir hasta el Vicario
de Cristo, para hacerlo objeto de su piedad, a toda clase de fieles desde todas
las latitudes? ¿Acaso no es de admirar la prudencia divina con que cada uno de
Nuestros dos predecesores, Pío y León, sacaron adelante con gran santidad a la
Iglesia en un tiempo lleno de tribulaciones, en un pontificado como nadie había
tenido? Además, apenas Pío había proclamado que debía creerse con fe católica
que María, desde su origen había desconocido el pecado, cuando en la ciudad de
Lourdes comenzaron a tener lugar las maravillosas apariciones de la Virgen; a
raíz de ellas, allí edificó en honor de María Inmaculada un grande y magnífico
santuario; todos los prodigios que cada día se realizan allí, por la oración de
la Madre de Dios, son argumentos contundentes para combatir la incredulidad de
los hombres de hoy. Testigos de tantos y tan grandes beneficios como Dios, mediante la
imploración benigna de la Virgen, nos ha conferido en el transcurso de estos
cincuenta años, ¿cómo no vamos a tener la esperanza de que nuestra salvación
está más cercana que cuando creímos?; quizá más, porque por experiencia
sabemos que es propio de la divina Providencia no distanciar demasiado los
males peores de la liberación de los mismos. Está a punto de llegar su hora,
y sus días no se harán esperar. Pues el Señor se compadecerá de Jacob escogerá
todavía a Israel[ii][ii]; para
que la esperanza se siga manteniendo, dentro de poco clamaremos: Trituró el
Señor el báculo de los impíos. Se apaciguó y enmudeció toda la tierra, se
alegró y exultó[iii][iii].
Ad Diem Illud Laetissimum
De San Pío X, sobre
la devoción a la Stma. Virgen