domingo, 31 de julio de 2016

LOS DEDOS Y LA SALIVA DEL REDENTOR. San Gregorio





Homilía de maitines

XI DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
FORMA EXTRAORDINARIA DEL RITO ROMANO

 

Homilía de San Gregorio, Papa.

Hom. 10 sobre Ezequiel, lib. 1

Por qué Dios, creador de todas las cosas, queriendo curar a un sordomudo, le metió los dedos en los oídos, y tocó su lengua con saliva. ¿Qué designan los dedos del Redentor, sino los dedos del Espíritu Santo? Por esto, en otra ocasión, al lanzar algún demonio, dijo: “Si yo lanzo demonios con el dedo de Dios, es evidente que ha llegado el reino de Dios a vosotros”. Otro Evangelista refiere, con relación a este mismo milagro, que el Salvador dijo: “Mas si yo lanzo los demonios en virtud del Espíritu de Dios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros”. Se colige de ambos pasajes que el meter el Señor los dedos en los oídos del sordomudo, equivale abrir la inteligencia del mismo mediante los dones del Espíritu Santo, para que escuche dócilmente.

¿Y qué significa el hecho de tocar el Salvador la lengua de aquel mudo con saliva? La saliva que sale de la boca del Redentor es para nosotros la sabiduría que recibimos mediante su divina palabra. En efecto, la saliva desciende de la cabeza a la boca. Así, pues, cuando esta sabiduría, que es el mismo Jesucristo, toca nuestra lengua, al punto se hace apta para el ministerio de la predicación. “Alzando Jesús los ojos al cielo, exhaló un suspiro”. No significa esto que tuviera necesidad de suspirar, aquel que podía dar por sí lo mismo que pedía: lo hizo para enseñarnos a acudir con gemidos a aquel que reina en los cielos, a fin de que se abran nuestros oídos por el don del Espíritu Santo, y nuestra lengua se haga expedita para la predicación mediante la saliva de su boca, o sea, la ciencia de la palabra divina.

Jesús dijo a continuación “Ephetá”; o lo que es lo mismo “Abríos”; y al punto se le abrieron los oídos y se le soltó el impedimento de la lengua.” Hay que notar con esto, que si el Salvador dijo “Abríos” fue porque los oídos de aquel sordo estaban cerrados. Mas a quien le abren los oídos del corazón para escuchar dócilmente, se le suelta también sin duda alguna, por una consecuencia necesaria, el impedimento de la lengua, para enseñar a los demás a hacer el bien que él mismo practica. Con razón pues  se añadió: “Y hablaba correctamente.” En efecto, habla como conviene, aquel cuya obediencia comienza por participar lo que su palabra recomienda que hagan los demás.